Una carta necesaria

Hace poco tiempo te pedí hacer un espacio para vernos y hablar de frente, pero entiendo que no es fácil para ti por las múltiples actividades de tus hijos, además noto que no te gusta hablar de cosas serias. Evades la mirada, te pones a hacer cualquier otra cosa menos sentarte de frente a escuchar. No es reproche, pero he notado que te cuesta enfrentar y a mí me cuesta hablar teniendo a mi interlocutor zangoloteándose de un lado a otro por toda la casa. Así que esta carta se ha vuelto necesaria.
Antes de avanzar en la lectura debes tener en cuenta que vas a necesitar lo siguiente:
1.Tiempo, al menos una hora. Porque si lloras como yo lloré al escribir, tendrás que dedicar tiempo a sonarte la nariz; respirar hondo, tomar agua y regresar a la lectura.
2.Estar a solas para que te sea posible interiorizar mis palabras sin interrupciones.
3.Tener la mente y el corazón abiertos.
Sin más introducción, aquí voy:
Resulta que eso de la culpa es un descubrimiento muy reciente. Que si he sido exagerada contigo y parece que te exijo demasiado, deberías hacer tal o cual cosa por tu bien. Que si te he tenido poca paciencia y da la impresión de que me urge saber que estás bien y que siempre lo vas a estar. Ya lo sé, ya lo sé, como si garantizar el bienestar de por vida fuera posible. El caso es que me preocupo demasiado por ti. Es como si me hubiera convertido en tu madre. ¿Sabes cómo lo sé? Porque cuando me he cuestionado sobre qué pasaría si hoy me muero, ahorita mismo, la única persona que me preocupa en este puto mundo eres tú. Según yo no te quiero dejar desamparada. Como si fueras mi responsabilidad y como si yo hubiera provocado que mi mamá se fuera cuando éramos niñas.
¿Sabes? A veces pienso que quizás por eso comencé a fumar. Aunque la culpa no se ve a simple vista yo necesitaba un castigo tangible. Algo que siempre me hiciera estar en desventaja. Yo era más pequeña que tú cuando ella se fue, así que supongo que, siendo la que tenía poco de haber dejado el pañal y el biberón, la que seguramente apenas había aprendido a decir mamá cuando ya no tenía a quién decírselo; yo debí causar más angustia, más lástima o más ternura, no lo sé. El caso es que me quedé con el amor de los que se quedaron: mi papá, el abuelo, los tíos, las tías. Tú tenías nueve, con el tiempo comprendí que también eras pequeña.

Por aquellos días, cuando yo extrañaba mucho a mi mamá, me bajaba llorando de la litera donde dormíamos tu y yo y me iba a buscar a mi papá. Cuando le preguntaba cuándo volvería ella, él solo pasaba saliva y me abría un espacio entre sus cobijas, sh sh sh, duérmete. Entre sollozos, me dormía prendada de su mano calientita toda la noche. En ese momento sentía un dolor, aunque no terminaba de comprender qué era exactamente ni cómo describirlo, me llevó algunos años entender que ese malestar horrible, ese hueco que sentía en la pancita era el dolor por su partida. Pero luego de muchos años, incluso en este momento, al escribir estas líneas me vuelven los alfileres en la garganta, lloro. Lloro por el dolor de mi dolor, pero también por el dolor de tu dolor. Siempre por dos. Porque me pregunto ahora ¿dónde llorabas tú mientras yo ocupaba los brazos de nuestro padre todas esas noches?
Por eso escribo esta carta con cierta urgencia, porque necesito liberarme del miedo. Miedo a que nuestra vida se quede atrapada en un bucle interminable en el que yo te arrebato una y otra vez aquella muñeca de porcelana que te trajo la tía de Estados Unidos, “déjasela a tu hermanita, ella esta chiquita, luego te traigo otra a ti”.
Sé que de tu parte no hay reproches, el problema soy yo conmigo misma, con el rechazo a mi bienestar, y con la culpa por los infortunios que suceden y te pudieran suceder. No me queda claro si te estoy pidiendo perdón porque estoy segura de que yo no pedí haber nacido al final y de que, a pesar del amor de los grandes, nunca nada pudo reemplazar el amor de ella. También me hizo tanta falta como a ti.
Lo sé, lo sé, esta carta se trata más de mí que de ti y a decir verdad ni siquiera espero una respuesta de tu parte. Pero me resultaba necesaria para hacerte saber que, de poder regresar el tiempo, y aunque no me hubiera sido posible evitarte el dolor, al menos sí regresaría por ti a la litera aquellas noches, te llevaría conmigo para llorar juntas en la orilla de la cama.

Atentamente, tu hermana menor que te ama

Marisol Arnot