
Por Maggo Rodríguez
Antes de llegar me dijeron que llevabas ya un par de semanas perdido. Nos habíamos acostumbrado a tus repentinas ausencias; si no llegabas a casa de mis papás te largabas con los abuelos, porque claro, allá comes como si no hubiera un mañana y nadie te lo recrimina. Pero esta vez no apareciste por ningún lado.
Cuando ya llevaba una semana de haber llegado aquí, al rancho, seguíamos sin saber nada de ti. Con la esperanza de compartir buenas noticias con su mujer, la más angustiada por ti, el abuelo sondeaba al azar a los trabajadores, sabiendo que ellos te podrían haber visto vagando por ahí en una comunidad vecina, pero nada.
Te creímos muerto cuando hubo rumores de que los perros habían devorado un montón de carne putrefacta de la que no se sabía su procedencia. Incluso mi tío fue a ver si el cadáver correspondía a tus restos pero ya nada más quedaba un charco de sangre y un puño de pelos en el lugar.
Este año a la abuela le regalaron un juego de sartenes rosa, un edredón verde, las pantuflas más suavecitas de una prestigiosa tienda departamental y ropa térmica, pero esos regalos no le bastaron. En el brindis, dijo que no estábamos todos, que le hacías falta tú. He de confesar que ya estaba perdiendo también la esperanza al ver que papá ya no salía disimuladamente en bicicleta a buscarte, o cuando mamá tiró la cobija que tanto te gustaba.
Pero mírate, llegas como si nada manchado de sangre. Ven acá, ¿es tuya? ah, menos mal no lo es, está fresca, ¿con quién te metiste? Y mira nada más tu oreja, no creo que necesites puntadas pero va a tardar en sanar. Estás todo flaco y sucio.
Mira, no me importa lo que pasó, si mataste, heriste o sólo te defendiste. Te mentiría si te digo que no estoy molesta pero es más el gusto que siento de que por fin hayas regresado. Ven, vamos a sentarnos bajo el guamuchil a que nos dé poquito el sol. Ándale, pon tu cabezota en mis piernas. No te fijes si te gana el sueño, imagino que más de una noche pasaste frío.
¿No crees que es mejor estar aquí, en paz? Pronto se me acabarán las vacaciones y tendré que regresar a la ciudad. No tienes idea de la cantidad de veces que he querido dejarlo todo por un momento de calma como este. Sé que no soy la indicada para decirte que no te vayas de casa y que lo que te digo no lo entiendes, pero por favor Negro, si un día te vas de casa, procura regresar pronto.