
Por Alejandra Maraveles
Estaba pasando por ese momento que, si alguien te lo hubiera platicado que te pasaría a ti, pensarías que te estaba deseando lo peor. Mi crush de la universidad en quien había invertido horas y desvelos, se había hecho novio de una compañera de trabajo a quien conoció en la fiesta de mi último cumpleaños. Tres meses después dejó de ser mi compañera, ya que fui despedida de la compañía donde había imaginado podría jubilarme. Justo unos días antes de las fiestas de fin de año.
Me sentía devastada, tenía el corazón roto, cuentas por pagar y el refrigerador vacío. Unos cuantos miles de pesos en mi cuenta y un panorama nada agradable. Debía estirar ese dinero al máximo, al menos hasta que pudiera encontrar otro trabajo, faltaban dos días para que la renta del departamento venciera.
Salí a hacer las compras de la semana que podrían ser las últimas en mucho tiempo. Al llegar al supermercado después de revisar los enlatados, me dirigí al pasillo de los cereales; alimentos que podrían durar varias semanas, esperando el peor escenario. Mientras escogía las marcas más baratas, la tristeza me invadió, al grado de que la idea de regresarme al pueblo con mis papás me asaltó la mente.
Con la idea en la cabeza y una caja de cereales en la mano, vi al otro lado del pasillo a una familia. Un hombre alto, rubio y apuesto llevaba en sus brazos a un pequeño bebé, la mujer vestida con una falda roja, empujaba el carrito de compras, donde una niña de unos cuatro años iba sentada. Como si fueran un imán atrajeron mi mirada.
La niña soltó un “Quiero un helado”. “Voy para que no te den lata”, dijo el hombre con un claro acento de España, “en un rato regresamos”. La mujer asintió con la cabeza, tal vez sintió mi mirada insistente porque en seguida volteó hacía mí. Al ver mi cara, abrió los ojos con asombro. Su cara me resultó familiar. Sus rasgos me eran conocidos, no era necesariamente mi cara, se parecía un poco a mis tías, la mujer debía de tener treinta y tantos años, mucho más grande que yo.
Tuve el presentimiento de que se me acercaría, cuando el hombre regresó diciendo, “Cariño, ¿quieres una nieve también?”. Yo aproveché la situación y me escabullí del pasillo, ya me sentía demasiado intrusiva con mi comportamiento. Terminé mis compras tratando de no toparme con ella de nuevo. Cosa que no sucedió.
El encuentro me alteró un poco durante los siguientes días, no dejaba de pensar en esa familia, era el tipo de familia que cuando fantaseaba con mi ex crush, se fijaba en mis pensamientos. Dos niños y siempre había querido tener una hija primero. El hombre alto y atractivo, era justo lo que yo habría deseado. Esa salida al supermercado me había servido no sólo para llenar mi despensa sino me había dado algo para ilusionar.
Mi vida continuó, y tal como dicen por allí, nadie muere de amor… superé a mi crush. También salí de mis apuros económicos, pues conseguí un trabajo un par de meses después de haber perdido al anterior. Un trabajo mejor del que había perdido.
Al paso de los años, la estabilidad llegó a mi vida. Me ascendieron y comencé a viajar fuera del país. Uno de los países que más visitaba fue España.
En mis viajes conocí al que eventualmente se convirtió en mi marido. Fue lo que siempre había buscado, incluso me siguió hasta México y se casó conmigo. Unos años después, tuve a mi hija soñada, una pequeña hermosa que vino a llenarme los días de alegría, cuando mi nena estaba por cumplir cuatro años, nació mi hijo. Antes de cumplir los cuarenta tenía lo que siempre había deseado, un trabajo bien remunerado, una casa propia, un esposo cariñoso y dos hijos que llenaban mi mundo de alegría.
Una tarde de invierno, fui de compras con mi marido e hijos. Estábamos dentro del supermercado, cuando mi pequeña dijo que quería un helado. Mi esposo se llevó a los niños, sentí la mirada de alguien, al girar mi cabeza allí estaba yo. Mi yo de hacía casi veinte años. Noté que en ese momento llevaba esa falda roja. Y recordé con claridad lo que había visto esa tarde. Sabía que, aunque me buscara no me volvería a ver. No sé en realidad qué pasó, sólo sé que en ese pasillo de cereales me encontré conmigo misma dos veces en mi vida.