Sombrero de ala

Imagen cortesía Pexels

He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.
“El otro”. Jorge Luis Borges.

Por Maik Granados

El hálito salado de la playa envolvió la palapa que albergaba el bar destinado a los trasnochadores de aquel hotel all inclusive en Puerto Vallarta. Era el corolario obligado de una jornada intensa, sudorosa, excesiva de festejo, tequila y tabaco.
Necesitaba espabilarme la embriaguez. No quería meterme a la cama así, pues no deseaba conciliar el sueño y encontrarme con el recuerdo de Arantxa. Por ella estaba allí, sumergido en el alboroto de los spring breakers, bebiendo indiscriminadamente, pues no había encontrado otro modo para sacármela de la cabeza. El vómito de la borrachera era el único consuelo temporal.
Me sentí mareado y con ascos al sentarme en aquella barra. Aún así pedí un whisky en las rocas. Tenía la intención de darle un puyazo al cansancio y mantenerme con el ojo abierto hasta el amanecer. Era mucho mejor la contemplación del sol en su epifanía matutina, que la mirada de Arantxa en la somnolencia.
En medio de aquello, escuché la voz de un hombre añoso sentado cerca de mí, ataviado con un sombrero de ala en color hueso y la barba delineada:
—Nunca más, repetirás esa terrible sensación de abandono, hasta la muerte de tus viejos… Por ellos, sí valdrá la pena llorar… Por ella… Bueno, ella, más pronto de lo que imaginas, es seguro que la olvidarás.
Miré a aquel hombre con cierto recelo. ¿Qué sabía él de mi dolor? El viejo dio una fumada al habano en su mano y continuó:
—Y será mejor que dejes el whisky. Un tequila es el mejor elixir para el olvido, además es noble en la resaca.
Su voz me resultó familiar, de hecho casi todo en él me resultaba conocido; su postura confiada, su manera de agitar el vaso con hielos antes de cada trago, el modo en que fumaba el puro… —¡Qué rara sensación de coincidencia! —Pensé.
El silencio se sentó entre nosotros. No le respondí una sola palabra, no quería hacerlo, así que sólo me concentré en observarlo. Me sorprendió un poco el parecido que tenía conmigo, pero con más edad, con el cabello cano y la barba blanca, la piel más tostada, y con algunas manchas en el dorso de ambas manos, como pequeñas pecas. Me acordé de mi padre.
Entonces el cansancio se apoderó de mí, y me recosté sobre la barra sin soltar el vaso con whisky. El viejo siguió hablando. Yo aparenté estar atento a su conversación, pero su voz era más un arrullo.
El oleaje del mar, los gritos y las risas de los bañistas me despertaron a la mañana siguiente. No me sentí indispuesto. Tampoco tenía resaca, sólo un poco de sed. Realmente había descansado a pesar de haber dormido sobre la barra de aquella cantina en la playa. La plática con aquel viejo me había reconfortado. Arantxa no apareció en mis sueños por primera vez en muchos meses, y no lo haría más. Me sentí feliz de haber despertado en aquel paradisíaco sitio.
Pregunté al dependiente del bar sobre el destino de mi acompañante de copas la noche anterior. El joven cantinero me dijo que le había dejado una propina generosa, a cambio de velar mi sueño. Eso me pareció extraño. Finalmente le agradecí el gesto de cumplir a cabalidad las recomendaciones de aquel viejo, y dejé una propina similar. Me puse de pie para dirigirme a mi habitación, entonces el joven barman me detuvo:
—¡Ah, por poco y lo olvido, caballero! El señor me dio un recado para usted, para cuándo despertara. Dijo que, por favor, comience lo más pronto posible a escribir, y también mencionó que en su momento, usted lo entendería.
Agradecí la cortesía y me retiré de ahí algo desconcertado.
Camino a mi habitación, sentí una enorme necesidad de escribir aquella experiencia. El viejo tenía razón, desde pequeño tuve la inquietud de ser escritor, como Jorge Luis Borges, quería contar historias, y ese día tenía el humor para ello, no sin antes pasar por la tienda del hotel a comprar un sombrero de ala, como el de aquel hombre.
—Seguro luciré bien —pensé.