
Literoblastos
Disfraz
Alejandra Maraveles
Cuando me dieron el diagnóstico de enfermedad terminal, pasé por todas las fases del duelo, ya estaba resignado a perder la vida. Sin embargo, veía a mis hijos y mi esposa en desesperación y llanto, quería consolarlos y quedarme con ellos. Entonces me llegó la información de una antigua leyenda de Polinesia, los originarios del lugar se disfrazaban para engañar a la muerte.
La idea se pegó a mi cabeza y decidí hacerlo, así investigué durante meses consumiendo los pocos días que me quedaban. En medio de los dolores de la enfermedad fui de una biblioteca a otra buscando la información que necesitaba. Por fin logré obtener los rituales. Salí de mi casa unos días, no quería que mi familia supiera qué trataba de hacer. Seguí paso a paso el ritual completo como si fuera receta de cocina, al terminar, yo ya no era yo, en el espejo me regresaba una imagen distinta.
Emocionado, aunque todavía con los dolores supe que la muerte no podría hallarme. Regresé a mi casa, pero mi esposa al verme gritó y llamó a la policía. No sólo la muerte no podía reconocerme, tampoco mi familia o amigos.
Han pasado dos años. Ahora vago por las calles, con los dolores agudos de la enfermedad terminal, imposibilitado de trabajar y viviendo de mendigar. Mi familia sigue buscándome y quiero que la muerte me lleve, pero mi disfraz es infalible.
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Apagón
Missael Mireles
Desde hace unos días, no hay luz en todo el vecindario. Encendí otra vela para iluminar mi apartamento, y después, sonó el teléfono…
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Perdóname July por no hablarte de amor
Maggo Rodríguez
Bajo una sombrilla de playa, a la media tarde, July y yo contemplábamos la enormidad del lago de Chapala en silencio, cuando un colibrí interrumpió la escena, buscando el néctar de las bugambilias que estaba al lado nuestro.
Casi por inercia comencé a hablarle sobre los absurdos rituales que hacen con ellos para dizque atraer el amor. Una palabra llevó a la otra y terminé contándole una historia que incluía muerte, brujería y fuerzas ocultas. Sólo me miraba, enseguida callé, porque sé la segunda cosa que más odia en el mundo son los cuentos de terror, aun así, no me reprochó nada.
Quise decirle que compartía la creencia prehispánica de que los colibríes eran mensajeros de los muertos; que cuando un colibrí se nos acerca trae un mensaje de amor desde el más allá, donde están algunos de nuestros seres amados. Quería pedirle que llenara su casa de flores; que recordara que los difuntos viven en nuestra piel, en la comida, en nuestras costumbres, y que no debemos olvidarlos, pero en cambio le conté una historia de horror.
Si le hubiera dicho lo que realmente me nació del alma yo me habría puesto a llorar sin remedio ni consuelo. Y sé que esa es la primera cosa que más le molesta en el mundo.
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Altar de Muertos
Nicte G. Yuen
Llegué a casa con un par de ramos de cempasúchil para terminar de poner el altar de muertos. Había tenido una semana cargada de horas extra y tráfico pesado; pero no podía dejar pasar el dos de noviembre como si fuera otro día más del calendario. Sobre la mesa del comedor tenía apiladas calaveras de azúcar y de chocolate, pan de muerto, papel picado y algunas fotografías de mis familiares difuntos. Me senté en una de las sillas aún con las flores en las manos, mamá estaba hermosa a blanco y negro, hermosa con su vestido de terciopelo y su sonrisa de domingo; mirando desde la eternidad. Justo hacía un año de su partida, trescientos sesenta y cinco días. Lloré hasta que se fue la luz por la ventana y tuve que encender los focos ahorradores; cuando la casa volvió a iluminarse alcance a percibir la silueta de mamá sentada en el sillón. Estiró ambas manos hacía mí, sonriente en su vestido favorito.
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