DESASTRES

Por Stephanie Serna

Abro los ojos. El espacio en el que me encuentro es oscuro, no distingo ninguna figura ni color. El aire está tibio, me da una sensación acogedora y a la vez inquietante.
Una puerta se abre dando paso a un poco de luz, la cual me permite ver a una chica de aproximadamente 13 años, su cabello peinado en una coleta colegial muy acorde a la vestimenta que porta, regordeta, de estatura baja y facciones delicadas que conforme las describo se alteran: su cara demuestra un enojo profundo, el cual termina por canalizar en un potente portazo.
Lo siguiente es predecible, a pesar de la oscuridad logró ver cómo la furia de la pequeña desaparece al momento de cerrar la puerta, dejando salir el verdadero sentimiento. En efecto, la chica mira al frente y escucho como rompe a llorar. Deja caer su cabeza hacia atrás y desliza su cuerpo lentamente hasta quedar sentada en el suelo. Es entonces que da inicio el concierto de gritos ahogados, amortiguados por alguna prenda que ha encontrado en su camino.
Es una de esas noches de adolescente incomprendida, esas en las que se siente que el mundo se te vuelca encima, que todos sus problemas se unen en contra tuya. Cualquiera que no lo haya experimentado pensará que una persona en dicho trance se encuentra en una situación psicológica crítica, parecen olvidar que la combinación de estrés, mal humor y hormonas da como resultado la sensación de estar muriendo de la manera más lenta y dolorosa posible.
Estos son los momentos más vulnerables que los seres humanos somos capaces de soportar: en los que te pones a pensar en las burlas, en lo que la gente susurra al verte pasar, en esa gente que se hizo llamar amiga tuya alguna vez. Piensas en cómo después de soportar los abusos en la escuela llegas a casa para encontrarla vacía (en el mejor de los casos) o por el contrario, encontrarla hecha un caos, una mezcla de reclamos, más críticas, exigencias e insultos. O, por lo menos, eso era lo que me pasaba a mí por la cabeza a su edad.
La niña suelta susurros de vez en cuando, no logró entender si pretende darse ánimos o hacerse sentir peor, a pesar de que parece desear que la escuchen, no puedo evitar sentirme como una intrusa aquí, escondida entre la penumbra.
De pronto, escucho un movimiento apresurado. Antes de que pueda reaccionar, la luz se enciende, presentándome por primera vez una habitación desordenada perteneciente a una adolescente de los 2000’s.
—¡Aaaaaaaaaaaahhhh!— grita la chica pegándose a la puerta de golpe.
Yo doy un salto, asustada por su volumen. No creí que pudiera verme, en mis sueños normalmente soy una simple espectadora.
—Tranquila, no te haré daño— es la única frase coherente que se me ocurre balbucear.
—¿Quién es usted y que está haciendo en mi cuarto?— pregunta la muchacha mientras alcanza un libro grueso de un estante, objeto que pretende usar como arma en mi contra.
—Oye, tranquila….eh…
—¡Responda! ¿Cómo entró? ¿Quién es usted?
—Soy Laura.
—¿Laura qué?
—No entiendo por qué la pregunta…
—¿¡Laura qué!?— repite la niña atrayendo el libro hacia ella, preparándose para lanzarlo.
—Laura…Díaz.
—¡Imposible!

***

Al verla lo primero que pensé fue que era una secuestradora, pero al observarla mejor me dí cuenta de que no tenía cara de maleante, sino un ligero parecido a… Mí.
—¡Imposible!
—¿Qué?
—Usted me está jugando una broma, además entrar a robar a mi casa…
—No estaba robando, ¿Qué te hace pensar que bromeo?
—Usted no es Laura Díaz, Laura Díaz soy yo.
Su prolongado silencio me permite analizarla detenidamente. Si está diciendo la verdad, estoy realmente jodida, tengo frente a mí a una persona que literalmente se desborda: una enorme llanta de piel y grasa se hace notar gracias a la blusa que la mujer lleva fajada, sus mejillas parecen querer ahogar su boca cada vez que la abre y su aspecto general me dice que ha descuidado su persona por mucho tiempo, lo que más me llama la atención es su color: pálido, amarillento y sin vida, al igual que sus ojos, los cuáles están rodeados de pronunciadas ojeras, lo cual me parece irónico considerando que ella cree estar dormida:
—No, estoy soñando, sé que pronto voy a despertar — dice tallandose los ojos.
—¿Qué edad tienes?— me tomo la libertad de tutearla, al fin y al cabo, nunca he sentido un gran respeto por mi misma, menos ahora.
Titubea un poco antes de darme una respuesta, pero al final susurra:
—39.
—Naaa…— ante su seriedad, no me queda más que creerle. —No es posible, ¿Qué me pasó? ¿Qué te pasó? ¡¿Qué nos pasó?!
Tal parece que mis preguntas le transmiten mi confusión, pues la suya se dispara. Simplemente sale corriendo.

***

Antes de que la chica pueda preguntarme otra cosa, aprovecho que ya dejado la puerta libre y salgo corriendo de la habitación. Me aterra lo que pueda suceder, algo me dice que podría alterar el curso de las cosas, pienso que mi vida no podría ser peor, pero no quiero averiguar si puedo hacer algo para arruinarla aún más ahora que estoy en mi pasado.
Corro por la casa que me vió crecer, sin detenerme a observar los detalles que me confirman que es cierto. Esa chica soy yo.
Continúo corriendo por la ciudad de mis recuerdos, con su alumbrado defectuoso y su seguridad noctura nula. Escucho a mi yo joven gritando a mis espaldas, pero no me detengo a pesar de mi pésima condición física, que sin duda ha empeorado al paso de los años. Al subir las escaleras del puente que solía usar a diario para llegar a la escuela, terminó rendida.

***

—¡Laura Guadalupe!— grito con el fin de detenerla. Sólo yo misma se cuánto odio mi segundo nombre.
Efectivamente, deja de correr al llegar a la mitad del puente peatonal frente a la escuela. La encuentro bofeada, mirando la ciudad entre las lágrimas de su cansancio.
—¿Cómo llegaste aquí? ¿Existen máquinas del tiempo en el futuro?
—… No… No lo sé…
—¿Cómo que no sabes? No pudiste haber llegado por arte de magia… ¿O sí?
—Oye, no te ofendas, pero no puedo contestarte.
—¿Por qué?
—¿No crees que esto podría afectar tu futuro? ¿Nuestro futuro?
—Con mayor razón, quiero que me digas que es lo que has hecho mal…
—¿Perdón?
—Oye, solo digo que si no me he dado por vencida aún es porque tengo muchas expectativas para el futuro…
—Claro que lo sé.
—¿Vas a contestarme?
—No— dice dándose la media vuelta, comenzando a correr de nuevo. Su actitud me enfurece, voy tras ella y en un intento por detenerla, logro que pierda el equilibrio y pase la pequeña barandilla, cayendo aparatosamente hacia el tránsito nocturno de la avenida.
Los gritos no tardan en hacerse presentes, la gente se empieza a juntar en medio de todo formando un escándalo, mientras tanto yo solo atino a echar a correr sin parar hasta llegar a casa. Cierro la puerta y el pánico se apodera de mí. ¡Acabo de asesinarme! ¿O de suicidarme? Dios mío, ¿Iré a prisión por esto? Tal vez mi yo del futuro había pasado toda su juventud presa y por eso se veía tan demacrada. Tal vez había conseguido escapar hacia el pasado, sin saber que estaba a punto de repetir el mismo ciclo.
Un momento, ¿Esto ya estaba escrito o acabo de alterar mi destino? ¿Existe tal cosa como el destino? ¡¿Moriré a los 39?!