REFLECTORES

Por Stephanie Serna

Subo al escenario cargando un dolor de espalda merecido tras una jornada de trabajo. El traje sastre tieso a pesar de las horas y el moño aún atado en lo más alto de la camisa.
Nada de eso me detiene, los reflectores se han encendido, me señalan cómo lo más importante de la noche, a lo único que hay que prestarle atención.
Ahora verán lo que he estado guardando. Todo lo que tengo para compartir. Mis dudas ¡No! Mis cuestionamientos para el mundo.
Me recojo el cabello de forma retadora. Repito la acción entre canciones, por hartazgo, por vanidad, por ridiculizar “a alguien como yo”, por crear un tic que normalmente no le permito a mi cuerpo, por darle personalidad a ese alguien que quiero que todos vean en mí. En fin, porque sí.
Estoy listo, no podrán silenciarme más.
¿O sí?
No quiero seguir sus reglas, bajo estos reflectores me atrevo a desafiar lo que me imponen, me ven como alguien raro, pero nadie se atreve a ponerme un alto, se limitan a censurarme a través de sus miradas. Que se aguanten, al fin y al cabo, pagaron el boleto.
Coreo de forma déspota. Reclamo al mundo que me ha dado la espalda, que me hace preguntas de las cuales ni yo mismo he tenido respuestas en tantos años.
Soy el mismo, no importa cuánto tiempo pase. Soy ese niño que encontraba la felicidad en las cosas pequeñas, las que “no valían nada”. El problema que todos ven es que ese niño creció… Físicamente, pero se quedó estancado en esa bella idea, y lo único que le queda es seguir las normas y ser él mismo solo en estos pequeños momentos, los de los reflectores, los de miradas, el morbo que poco a poco le recuerda el porqué de su represión.
Con esta conclusión, doy fin al show.
Bajo del escenario y este sigue su camino.
Otros reflectores han sido encendidos para mí a lo largo de la calle, pero al abrir la puerta de casa no hay más que unas cuentas bombillas que no logran iluminar de forma justa lo que está a punto de suceder.
Lo que sucede cada vez que cruzo el umbral.
Mi mejor actuación.