
Por Alejandra Maraveles
Nunca me consideré una persona romántica, pero me dices que me encantan las películas de romance. Al igual que todo el mundo, absorbí esa cultura cursi con historias sobre el primer amor, crecí con ellas. Creí en ese amor inocente, pero me topé con una pared. No entiendo por qué las personas se aferran a eso. Al pasar de los años te das cuenta de que nadie se mantiene inocente por mucho tiempo. La ingenuidad se va convirtiendo en malicia, la timidez en descaro y el alma se va manchando con traiciones y dolor.
Llegué a la edad en que comencé a creer en ese amor apasionado, la verdad es que soñaste con ese tipo de romance. Rogué por una pareja, de esas que cruzan el océano para estar a tu lado, de esas noches eternas de besos y pasión. No te dicen que una relación así es como los fuegos artificiales, retumban, iluminan, se ven maravillosos, sobre todo, a la distancia, pero eventualmente se apagan. No pueden mantenerse prendidos por mucho tiempo. Y menos porque las parejas que ofrecen este tipo de amor, son almas libres, no las puedes aprisionar por mucho tiempo. Una parte quiere casarse, la otra no; una parte quiere hijos, la otra no; una quiere viajar, la otra no. Los años, las diferencias y los conflictos apagan la llama de este tipo de romance.
Después apareció el amor maduro, de hecho, te chutaste todas las series y películas románticas que se te cruzaron en el camino. Ese amor tranquilo, el que ofrece estabilidad lejos de la ingenuidad de la primera vez que te enamoraste; una visión distinta de una pasión agobiante, ya sin consumirte el alma. Y pensé que era para siempre, sin embargo, los superlativos son engañosos, las experiencias de la vida hacen que cambiemos, los sentimientos también son variables y esa estabilidad deseada se transforma en volatilidad y el amor termina.
Entonces ya no esperé más. Y te llega ese amor de película. Ese alguien apareció como por arte de magia, acompañado de los típicos clichés, con encuentros fortuitos, miradas indiscretas, besos secretos y emociones equivalentes a ese primer amor, con lo ardiente del amor apasionado y la experiencia del amor maduro. Ese periodo se llenó de serendipias y encanto. Salidas al cine, a cafés, a restaurantes, las citas perfectas perpetuadas en escenas de las historias empalagosas de las películas. Mas los años te dicen que no va a durar para siempre.
Y la magia termina. Sabías que la eternidad es efímera aquí en la tierra. Comencé a ver las señales, no existe la perfección ni los clichés vueltos realidad. Y ya no puedes actuar como adolescente adolorido, ni joven ardido o adulto inmaduro. Cuando se ha conocido el dolor, el desamor, la pérdida, no viene al caso aferrarse. Debes despedirte y es cuando duele más lo que no pasó que lo que pasó.
Llega el momento del adiós. De mi boca salieron esas palabras, “¿me puedes dar un abrazo?”, pude ver en sus ojos la extrañeza, ha habido antes abrazos, dados con naturalidad, una chispa de incredulidad aparece en su rostro, aun así, no se niega a darlo. Me rodea con sus brazos, a pesar del clima que no se presta para los mismos. El contacto con su piel se siente cálido, no obstante, el corazón se siente frío, tal vez él no sepa que es el último abrazo, pero tú lo sabes y lo prolongas lo más que puedes, lo extiendes hasta el momento en que sea un poco menos raro que la petición del abrazo. Y después lo sueltas, como el niño que suelta la mano de su madre al entrar al primer día de escuela; como el trapecista que abandona el columpio para hacer piruetas en el aire, esperando que una mano amiga lo sostenga al final de su evolución.
Y se va, sin mirar atrás, mientras observas por última vez su silueta. Sabes que no lo volverás a ver y, desde ese instante, lo extrañas. Sigo con mi rutina del día a día, con el vacío que dejó su partida y la sensación de que jamás volveré a enamorarme.
Ya no veo películas románticas, que han pasado a la categoría de ficción absoluta con sus falacias convertidas en dogmas para la cultura popular y me dices que me he vuelto cínica. Tal vez sea así, porque ahora al ver el catálogo busco película de terror y suspenso, mientras veo alguna caigo en cuenta de que éstas parecen más documentales, pues se parecen más a la vida real. Me asusta pensar que mi película no sea una romántica sino una de terror, por eso el amor nunca formó parte de mi historia.