
Por Stephanie Serna
Abro la puerta.
Corro, atravieso los umbrales cómo turista de paso, nunca me quedo, no miro atrás.
Corro, quisiera olvidar exactamente desde cuándo, solo recordar el momento en el que supe que no debía volver y no pensar que quedarme hubiera sido lo más cómodo.
Corro, huyo de la ocasión en la que subí a un vagón equivocado esperando a por arte de magia llegar, no sé a dónde, pero llegar al fin y al cabo.
Siguiente puerta.
Corro, por la pradera, desierto o ciudad futurista que se despliega ante mis ojos, rara vez encuentro a alguien de mi especie, pero cuando sucede voy demasiado rápido como para detenerme.
Corro, mi vida depende de ello, si aminorara el paso, la fatiga me alcanzaría, si me detengo, me hundo.
Corro, ignoro las conversaciones ajenas, con ellas tejo historias, puentes de los que salto para tomar más impulso cuando ya no me queda combustible.
Siguiente puerta.
Corro, el tiempo no se sincroniza con mis piernas, ellas no sienten su paso, saltan por encima de él. Jamás creí que mi cuerpo llegara a tanto, pero de vez en cuando, los motores se unifican, sobre todo si se dirigen hacia un absurdo.
Corro, y de tanto correr, en ocasiones, un exceso de sangre se irriga a mi cerebro y toma una ruta equivocada hacia mis oídos, trayendo consigo los murmullos del exterior que me invitan a dejar mi camino.
Corro, huyó de ellas y de sus promesas vacías de darme algo a cambio de mis pasos, un fin, uno que no es el mío, con la condición de cambiar de rumbo.
Siguiente puerta.
Corro y sigo corriendo, solo hay un microsegundo en el que el tiempo se detiene: observo la manija de la puerta a la que me aproximo, de por medio está el temor de que no pueda abrirla a pesar de mis esfuerzos, la intriga de saber que habrá del otro lado y a la vez la certeza de que sin importar la respuesta, el ciclo se repetirá eternamente, aplastando mi objetivo inexistente. Hace tiempo dejé de buscarlo.
Corro, y lo único que hago es correr, disfruto de mí y de lo que los portales me entregan al atravesarlos, aunque a veces puedan ponerse exigentes y me pidan lo que menos soy capaz de entregar.
Siguiente puerta
Corro, desafío los libros de historia, lo establecido para “alguien como yo”, lo que me dicen las cartas, a mis padres, cuya imagen se ha perdido entre tantas otras que he almacenado, y todo cuanto alguna vez afirmé.
Pero corro, y sigo corriendo.