TOBOGÁN ROSA

Por Maggo Rodríguez

Lo piensas seriamente. Hasta cierto punto sabes que no es buena idea, en un momento dado hasta te da flojera al ver todas esas escaleras para subir y llegar a donde inicia el tobogán. Pero ves a tus amigos disfrutar incluso la subida, aun cuando sus piernas tiemblan de frío, o miedo. Cauto, preguntas primero, antes de cometer lo que consideras una estupidez, porque vaya que son varias curvas las de este tobogán.

Algunos te dicen que es lo mejor, que te estás tardando en subir y lanzarte. Otros te advierten todo lo contrario, describen lo horripilante de la experiencia y su llanto te cuenta lo cerca que estuvieron de ahogarse. Y es que, quizá si hay una manera correcta de afrontar la zambullida, nadie te lo dice. O lo hacen, pero los ignoras porque son muy viejos o porque consideras que las opiniones son contradictorias entre sí. 

Como no te quieres quedar con la duda, das el primer paso cuesta arriba. Los escalones están mojados, hay quienes repiten la experiencia. Si usas sandalias que no son de tu talla es seguro que resbalarás y amigo, el dentista no cobra barato. Si decides ir descalzo es más seguro, eso depende de ti. 

Tras un resbalón a la mitad del camino, te preguntas si de verdad quieres seguir. Volteas la mirada, primero a donde tus padres. Papá tiene esa mirada que te dice “sólo así te harás hombre”, es la misma que mostró cuando te enseñó a andar en bicicleta o al darte un balonazo en la nariz cuando te mostraba como porterear, sin embargo; en el fondo está angustiado porque ahí vas por tu propia cuenta. Mamá no se guarda nada, se ve preocupada, pero a la vez entusiasmada y eso lo resume la frase “si te duele, no vengas chillando”. 

Sigues, sabe por qué. Ya en la cima, vez todo aquel escalonaje superado, te sientes invencible. Abajo, tus amigos te gritan que de una vez te lances, aumenta tu ego. No prestas atención a aquellos que se cubren los ojos con las manos viendo que por fin te has lanzado. 

Tu corazón late con fuerza. No sabes a qué velocidad vas, te comparas con un bólido. Cada curva te da más fuerza, no quieres parar porque, además de valiente, te sientes todopoderoso. El tobogán es rosa, un rosa que cambia a veces de tono según el hueco que sientas en el estómago. Si bien la luz se nota, no escuchas con claridad a nadie, ni los ves. No tomas en cuenta los consejos que te dieron sobre aventarte o no, ya no importa, porque sabes que así se siente vivir. 

La caída varía. A veces, estás tan distraído disfrutando las vueltas que no te das cuenta que la alberca está justo delante de ti y no alcanzas a reaccionar. Tragas agua a borbotes, hasta dentro del oído sientes como te golpeó aquello que no previniste. Sientes que morirás, porque después de ver aquellos tonos rosas ahora no puedes ver otro color que no sea el azul lleno de burbujas, si es que sabes abrir los ojos en el agua, pero si no, los dejas cerrados con fuerza y te hundes en la oscuridad. 

En otras ocasiones sabes que se aproxima el fin del tobogán porque pierdes velocidad. Incluso te mueves como si fueras una oruga, pero ni eso te ayuda a avanzar. Cuando ves la luz, solo das un movimiento más y se acaba, ni siquiera tocas el fondo de la alberca, simplemente te deslizas para salir, aburrido, decepcionado. 

Y otras, la última curva te da una velocidad excepcional, has visto que la luz se aproxima y te preparas para la salida. La luz te deslumbra, pero sigues concentrado en el impulso que llevas y ¡Pum!, directo al fondo de la alberca. Pero no dejas que el pánico te invada, es bueno tocar el fondo para saltar triunfante a la superficie. 

Sea de la forma en que caigas, tus amigos siempre estarán ahí esperándote en la alberca. Algunos se habrán salido y te mirarán a lo lejos envueltos en una toalla colorida, pero no es que no te quieran, simplemente se cansaron o les dio hambre, no te lo tomes personal. También tus padres estarán ahí, si casi te ahogas es seguro que papá estará pendiente y se lanzaría de ser necesario. En privado, te felicitará por atreverte. Mamá siempre tendrá lista una torta o un sándwich por si decides que eso fue todo, y si no, a pesar de que te diga “ahí vas otra vez” observará con atención cómo te lanzas de nuevo. 

Y es que uno no puede evitar en la vida subirse a ese tobogán rosa llamado amor.