El Museo

Foto: Instagram @baltimoremuseumofart

Por Missael Mireles

I
No había nada, absolutamente nada, en la noche de aquella célebre y espantosa inauguración del Museo de Historia Regional de Baltimore, que obligara a sospechar del horror que inundó a la ciudad entera. Yo me encontraba ahí, había salido de mi departamento media hora antes del evento, quería estar presente en el discurso de mi amigo Damian Craven, un excelente actor y espléndido historiador de la Universidad de Baltimore, pero nunca pudimos haber tenido la idea del espanto que había despertado en una de las miles de galerías del museo, me llamo William Hamvel, y así fue cómo comenzó todo….
Era un cálido amanecer de un día cuya fecha, pensaba, era muy particular, 7 de marzo de 1895. Yo me disponía a llegar temprano a la universidad, tenía que mostrarle un libreto al profesor James Gyllenhal, el principal en la directiva de artes escénicas, gran hombre de familia y ejemplo para todo artista. Lo había conocido hace unos años, cuando todavía era un joven, terco estudiante de Historia del Arte.
Siempre compartimos una idea, la de montar algo mucho más que una simple obra, un grandioso espectáculo. Doce años han transcurrido, había llegado el momento de presentarle mi adaptación de Macbeth.
-¡Espléndido, vaya que es espléndido! Me parece increíble lo mucho que ha estado usted interesado en nuestro proyecto señor Hamvel- exclamó el profesor Gyllenhal
-Qué puedo decir, profesor, todo eso muestra sólo una pequeña parte del trabajo de toda mi vida- añadí.
Magnífica era la expresión de alegría en el rostro del profesor Gyllenhal, el reloj marcó las 4:48 de la tarde, yo estaba dispuesto a marcharme, pero primero quería asegurarme de que el profesor realmente estuviese conforme con el libreto que escribí.
-Hamvel, permítame repetirle que el trabajo que ha hecho es digno de ser aclamado incluso por el mismísimo Shakespeare -decía Gyllenhal mientras se preparaba para irse.
-Debo admitir, profesor, que me siento demasiado halagado al oír sus palabras, pero no soy el único, le recuerdo que usted es el director, y aparte, éste es su sueño de nuestros años estudiantiles- más que halagado, me sentí satisfecho ante la aprobación del profesor.
-Tonterías, Hamvel, es nuestro sueño y, como usted dijo, yo sólo soy el director, sin embargo usted es el principal sostén de este, nuestro proyecto. Por cierto, olvidé mencionarle acerca de la inauguración del museo.
-¿Museo, qué museo?- respondí en un tono, quizá, un poco ignorante.
-El Museo De Historia Regional, ¿Qué no está enterado, joven Hamvel?
-Le ruego y disculpe mi ignorancia, pero la verdad no.
-Pues le repito, hoy es la gala de inauguración, estaremos presentes todos los profesores, historiadores y artistas de la ciudad, le cuento que el buen Damian Craven estará encargado del discurso de apertura, el evento dará inicio esta noche a las once en punto- el profesor Gyllenhal sostuvo mi hombro derecho mientras me hablaba.
-Será todo un honor poder asistir.
-Espero y pueda contar con su presencia, Hamvel, le comento que las señoritas tampoco ignorarán el evento -bromeaba el profesor, mientras salía por una de las puertas principales.
Me despedí de él, le había prometido que estaría presente en la ceremonia de inauguración del museo, ya eran las seis y cuarto de la tarde, mi trabajo en la universidad había concluido y ya estaba en camino hacia mi departamento. Seguía caminando por las calles de Baltimore, mientras pensaba: “¿Museo de Historia Regional? Los museos no son mi pasión, pero tampoco me desagradan”, no hacía nada más que pensar, y caminar, y caminar. Tras varios pasos desde la universidad, me encontraba a sólo cuatro cuadras de mi departamento, me sentía un poco cansado.

II
Me detuve un instante antes de continuar con mi camino, justo afuera de la cafetería Factory, en Madison Street. Era una tarde magnífica, quería quedarme para admirar el rojizo crepúsculo que se ocultaba entre las copas de los árboles y los elegantes edificios de Baltimore, pero recordé “¡la ceremonia!”, miré mi reloj de bolsillo; apenas eran las siete, por lo tanto tiempo tenía, demasiado, tal vez pueda satisfacer a mi paladar con un café…

III
Dieron las siete con cuarenta y dos minutos cuando llegué a mi “santuario” podía respirar un profundo aroma de paz , que combinaba con el color caoba de los muebles de mi sala, por el momento, no tenía nada que hacer. Apagué todas las luces, después encendí mi candelabro sueco, quería perderme entre las páginas de algún buen libro. Estuve husmeando entre mi inmensa colección de literatura, tenía miles de opciones: ¿Shakespeare? No, ¿Dickens? Prefiero leerlo en Navidad. ¡Ah! ¡Lo tengo! El maestro Edgar Allan Poe.
-Una vez, al filo de una lúgubre medianoche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran a la puerta de mi cuarto, es, dije musitando, un visitante tocando quedo a la puerta de mi cuarto, sólo eso y nada más- recitaba con entusiasmo el primer párrafo de el Cuervo.
Durante un momento sentí un ligero escalofrío, conforme leía y recitaba cada verso, incluso con cada palabra, podía sentir que aquel escalofrío se agrandaba, no tenía idea de por qué razón tuve aquella sensación. El miedo terminó interrumpiendo mi paz, transformándola en una débil atmósfera de terror. Continué leyendo durante minutos, horas, tal vez.

IV
-Me pregunto qué hora será- dije en voz baja mientras cerraba el libro de Poe, lo consulté con mi reloj de bolsillo; ¡Imposible, las diez y media! ¡Me había olvidado por completo de la ceremonia!. Apagué mi candelabro y encendí las luces, me dispuse a cambiar mi atuendo, no tenía planeado asistir portando mi vestimenta universitaria. Me dirigí a mi guardarropa para buscar algo apropiado, formal: un chaleco negro español, unos elegantes pantalones italianos, una fina camisa de tela blanca británica y unos relucientes mocasines franceses.
Hora de partir, salí con algo de prisa del edificio residencial, una suave brisa nocturna recorrió mi rostro. Al salir del edificio, escuché algo que me sorprendió;
-¿Es usted Will Hanvel?- preguntó aquella voz extraña. Era el chofer de un carruaje, el sombrero negro que llevaba puesto disimulaba su grotesco rostro, por alguna razón me recordó a la parte diabólica del Dr. Jekyll, Mr. Hyde.
-En efecto… ¿nos conocemos?
-Cortesía del profesor Gyllenhal- sonreía el chofer. El hecho de que él hubiera mandado un carruaje exclusivo para mí me sorprendió aún más.
-¿En serio? Magnífico, entonces sería usted tan amable de llevarme a…
-¿La ceremonia?- soltó una risa con su voz gutural -Suba, señor Hamvel.
Respondí a sus palabras, y abordé el carruaje. Creí que lo único que podía hacer durante el trayecto al museo sería observar las calles de Baltimore que a esas horas están casi solitarias, pero no fue así.
-Amigo. ¿Sabe usted acerca de lo que ocurrió en ese sitio, cuando sólo era una simple fábrica textil?- aquella pregunta de Mr. Hyde despertó interés en mi.
-¿Qué suceso?
.-Le contaré: hubo un tiempo en el que había demasiadas personas extranjeras en la ciudad, hace cien años, en ese entonces Baltimore fue azotada por una fuerte crisis de trabajo. Se cuenta que rico magnate francés, de nombre Pierre LeVouiser, si mal no recuerdo, inauguró brindó varias oportunidades de trabajo a todo aquel que lo necesitaba, cuando inauguró una fábrica de telas, la mayoría de los trabajadores eran extranjeros- narraba el amable chofer, pero lo hacía con un poco de temor.
-¿Y qué fue lo que sucedió después, señor? -me intrigaba conocer el suceso que él había mencionado antes.
-El francés enloqueció, no se sabe por qué. El infeliz de LeVouiser tenía un lúgubre secreto: supuestamente gozaba de las llamadas “misas negras”, usted sabe, brujería, aquelarres y todo eso. Ese día, 7 de marzo de 1795, a media noche, LeVouiser realizó un acto macabro junto con cinco personas más, todos ellos portaban largas túnicas en un negro tan profundo que era fácil que se escondieran en la noche. Trataron de convocar a una entidad, no sé con exactitud si se trataba de un demonio, o alguna mierda parecida. Dicen que lograron su objetivo…
El carruaje se encontraba transitando en Orleans Street, mientras yo escuchaba el relato del chofer.
-Y supongo que la “entidad” los asesinó a todos -añadí.
-Así es. No quedó rastro de LeVouiser ni de sus cómplices, toda la ciudad se enteró de ello al día siguiente. El tiempo transcurrió, y la fábrica fue demolida, el terreno quedó abandonado durante unos cuantos años -justo en el momento en que el chofer terminó de hablar, llegamos al museo.
-No sabía nada de eso, señor -me bajé del carruaje tras haber dicho esas palabras. Le ofrecí una moneda, pero por alguna razón se negó.
-No se moleste, señor Hamvel, le repito que fue cortesía del profesor- encendió un puro, y se acomodó el sombrero.
-Le agradezco el favor.
-Oiga: yo no soy ingenuo, pero aun así, le recomiendo que tenga precaución, tal vez algo esté escondido en más de una sala del museo…
El chofer agitó despacio las riendas de los caballos y se marchó, desapareciendo en la oscuridad, como un fantasma. Pensé que me estaba volviendo loco.

V
El museo estaba situado en Bethel Street, enfrente del parque City Springs, era increíble la cantidad de gente que había afuera, esperando entrar. Podía reconocer fácilmente a algunos conocidos trabajadores de la universidad, pero yo me enfoqué en buscar al profesor Gyllenhal y a mi amigo Damian Craven, sentí una gran emoción al ver todo el ambiente de aquella ceremonia, se respiraba vida y era difícil ignorar lo asombrosa que era la entrada principal, construida al estilo romano. Justo detrás de los oficiales de seguridad y sobre una pequeña y estrecha tarima, se encontraba Damian Craven, vestido de lo más elegante y con una mirada completamente segura de sí mismo, dudo que él estuviese nervioso en ese instante. Dieron las once de la noche, hora del discurso…
-Damas y caballeros, estudiantes y maestros, parejas y solteros, perros y gatos, en pocas palabras toda Baltimore, que hoy se encuentra presente esta noche, aquí y ahora en la inauguración del Museo de Historia Regional. Siendo yo historiador de la universidad, y a mi parecer, ningún otro evento antes ocurrido en esta ciudad pudo habernos brindado el gusto y la satisfacción que despierta en nosotros la construcción de éste, nuestro museo. Quizá algunos o muchos de ustedes llegaron a tener esperanza de que existiera de un sitio como éste, un templo, un palacio que alimentara nuestra sabiduría cultural y artística, porque; ¿Es suficiente con las bibliotecas, las enciclopedias o hasta los mismísimos teatros, cómo se podía saber más acerca del imperio del César, o incluso la impactante vida de Miguel Ángel? Yo que he dedicado mi vida al estudio, a la comprensión de la historia y las artes les digo, gente de Baltimore, detrás de mí está la respuesta…
Una lluvia de aplausos surgió perturbando un poco la tranquilidad. El impacto del discurso fue como me esperaba, pero no cabe de más decir que me sorprendió, pues he estado en miles de inauguraciones y ceremonias y ningún otro discurso, ni siquiera la elegancia del más respetable poeta que alguna vez llegue a conocer, le hacía rivalidad a las palabras de Damian.
Yo miraba a toda la gente presente entrando con una emoción inexplicable, pues aquel museo era, sin la menor duda, un palacio, una bella pieza de oro que contenía las más hermosas obras artísticas que pudieron haber existido. Tal como lo había dicho Damian.
Entré, junto con todos los demás, al salón principal el cual me pareció excesivamente grande, pues no era poco que los muros estuviesen construidos de mármol natural, ni siquiera fue fácil apreciar la bella imagen de los jardines colgantes de Babilonia que se encontraba pintada en el interior de la cúpula. No tenía idea de por donde debía comenzar, un guardia gritaba con acento británico el nombre de las distintas salas del museo, mientras indicaba con los brazos donde se situaban, yo sólo decidí caminar y recorrerlo por mi cuenta. En cada paso que daba, trataba de apreciar un poco el interior del museo, hasta que me topé con un letrero tallado en madera con letras de color plata que arrebató mi atención:
Arte del Barroco (1600-1750)
Sabía que por nada en el mundo debía ignorar algo relacionado con el Barroco, pero no pude contemplar tanto debido a la multitud que casi sofocaba dentro de la sala, aunque sí recuerdo haber mirado muy interesantes imágenes correspondientes a la arquitectura, como la catedral de Santiago de Compostela, o la Plaza de San Pedro.

VI
Me propuse visitar todo el museo en su totalidad. Salí de la sala del Barroco, y continué mi recorrido doblando hacia la derecha, en línea recta, hasta que me topé con un inmenso jardín, me pareció curioso que dentro de un museo estuviese un jardín natural, parecido a los que hay en los palacios de Florencia. En medio de aquel jardín, una magnífica fuente atraía las miradas curiosas de las personas, incluyéndome. Era una escultura de piedra caliza que tenía la forma de dos ángeles que simulaban un duelo de espadas entre ellos, me acerqué para poder apreciarla, debajo de ella había una pequeña vitrina la cual decía lo siguiente: “Batalla Celestial, Cedías Kasimaz, siglo XII, pieza griega encontrada en un templo abandonado en Atenas”. A pesar de que mis conocimientos en arte griega eran pocos, ese detalle no me impidió admirar aquella fuente. Después de eso, continué con mi recorrido. Mientras caminaba observando las salas que estaban a mi paso, entré a una que exhibía únicamente pinturas italianas, hubo una en especial que llamó mi atención: “Dante en el Purgatorio, Agnolo Bronzino c. 1530, óleo sobre tela”. De pronto, Damian se acercó a mí.
-Una magnífica pieza, ¿no lo crees, camarada?
-Definitivamente, Damián, por cierto, quería decirte que tu discurso fue de lo más espléndido, deberías hacer eso más a menudo-le respondí halagándolo mientras los dos observábamos la pintura.
-Creí que el profesor Gyllenhal estaría presente. ¿Seguro que te dijo que vendría?- me reprochó Damian, algo decepcionado.
-Eso dijo, pero no comprendo, él me había dicho claramente que estaría puntual para tu discurso-
-En fin, ya llegará, dime compañero. ¿Alguna vez has visto una sala de lápidas en un museo?
-¡Lápidas! ¿Es eso posible? -Tal era mi expresión de asombro al oír tales palabras, pues en toda mi carrera jamás visité o supe de algún museo que exhibía lápidas.
Después de habérmelo dicho, mi amigo me pidió que lo siguiera hasta dicha galería, en el recorrido pudimos observar muchas otras salas y exposiciones las cuales no se me hubiera hecho posible visitarlas sin la rara idea de Damian. Continuamos caminando, hasta que él hizo una pausa para hablar con un tal señor Liberne. Tuve la rara impresión de que había algo en ese hombre que no era del todo agradable, ya parecía viejo, su cabello mostraba varias canas, vestía de una forma muy elegante al igual que los demás, un traje completamente negro, unos mocasines de cuero negros y un sombrero con una pluma de ganso roja, pero olvidé mencionar aquel rasgo en su cara que logró provocar en mí un ligero escalofrío: esa cicatriz rojiza que abarcaba desde la cien hasta casi llegar al cuello, y tampoco olvidaré que en el ojo izquierdo no pude observar pupila alguna, aquel ojo tenía una apariencia de mirada pérdida, tan blanco como la mismísima luna llena.
-¿Y ese sujeto? -pregunté desconfiado cuando se retiró.
-Es el profesor Liberne, tiene un pasado estremecedor, no estoy seguro de que quieras saberlo camarada.
Y en definitiva tenía razón, no tenía el mínimo interés en aquel sujeto. Después de haber recorrido casi el museo entero, por fin habíamos llegado a la galería de las lápidas, noté que no había ningún letrero arriba de la puerta principal, como todas las demás salas. Una diminuta sensación de espanto empezó a recorrerme todo el espinazo.
-Como verás, camarada, en esta sala están las lápidas de gente que fue muy importante en sus tiempos, no muy conocida pero importante.- me reprochaba Damian, algo seguro y despreocupado.
-¿Podrías mencionar algunas de esas personas? -agregué mientras recorríamos aquella sala lúgubre.
-Pues…personas como el científico Charles Crawford, el artista mestizo Rubino de Alcaláz…..el francés Pierre LeVouiser-
-¡Le Vouiser!-exclamé, estremecido de horror.
-¿Sabes de quién se trata? Yo he oído hablar muy poco de él, sólo leyendas absurdas.
-Pero… ¿Qué tanto has oído? ¿Cómo es que lo tienen aquí sepultado?- supuse que Damian comenzaba a darse cuenta del miedo que yo sentía.
-No estoy completamente seguro, recuerdo haber escuchado que era un conocedor de magia negra y, la verdad, desconozco la razón por la cual se encuentra aquí, uno de los empleados me contó que lo habían encontrado en este mismo terreno antes de que el museo fuera construido.
Sentí que el horror me cobijaba después de haber escuchado semejantes palabras. Traté de tranquilizarme, pues no quería parecer un ingenuo y comenzar un escándalo, continuamos con nuestro recorrido.
-Te noté algo aterrado, camarada, ¿Te encuentras bien? ¿No me digas que crees en esos mitos del difunto francés?
-Para nada, admito que si logré asustarme un poco, te diré que también me han contado ese tipo de cosas acerca de ese hombre.
De pronto, un inmenso apagón acabó con la iluminación del museo, cubriéndole en completa oscuridad. Sabía que no debía comenzar el desorden a pesar de lo asustado que me encontraba. Damian aún estaba junto de mí.
Espantado, creí que algo estaba a punto de ocurrir, el haber presenciado el siguiente acto fue suficiente como para morirme de extremo terror. Pude observar una luz muy tenue que salía de una de las lápidas, era una luz bastante rojiza. Una grieta comenzó a abrirse desde aquella lápida, dejando salir por completo la luz, iluminando parte de la sala de las catacumbas, Damián se contagió de mi terror. pude observar algo que logró estremecerme por completo: en aquella lápida, el nombre de Pierre LeVouiser. Sentí que una espesa ola de locura lograba apoderarse de mi ser, era increíble lo que mis ojos veían con auténtico espanto, no sé cómo pude sobrevivir a esa sensación, Damian gritó. La grieta se abrió por completo, dejando libre al horror que ahí se escondía, fue demasiado estremecedor…..un grotesco ser salió por completo. No sé cómo pude resistir el ver semejante presencia, aquel demonio nos miraba con odio, era bastante horrible, ni siquiera se le podía llamar “cadáver”…. una repugnante degeneración. El ser pronunció unas extrañas palabras:
-Yhiléh trembd unhu qwaste do Infernus sembré le thunj ckear nymv ders blagh qrembd fhu!
Yo no tenía ni idea de lo que nos decía, pero por intuición supuse que se trataba de algo malo, una maldición quizá. Quedé paralizado cuando esa cosa comenzó a acercarse hacia nosotros, su mirada reflejaba venganza, yo estaba bañado en sudor y miedo, Damian no decía nada, sólo era capaz de lanzar alaridos desde su garganta. Por un momento creí que iba a morir en manos de un engendro del inframundo, ahí fue cuando Damian, recuperando el aliento, pudo pronunciar una frase con voz temblorosa:
-¡OH, JESUCRISTO!
La criatura se alejó de nosotros, cayó al suelo retorciéndose. El cadáver de LeVouiser se desintegró, dejando nada más que huesos, al parecer, escuchar el nombre de Jesucristo lo llevó de vuelta al infierno, recuerdo que en ese momento me desmayé…

VII
Al día siguiente, desperté en la sala de mi departamento, junto a mí estaba Damian y el profesor Gyllenhal, parecían algo preocupados por mí, pero sus nervios se calmaron tras verme con los ojos abiertos.
-¿Qué fue lo que ocurrió Hamvel?- preguntó el profesor mientras colocaba un suave trapo húmedo en mi frente.
-Me diste un buen susto, camarada- dijo Damian, completamente despreocupado.
-Mi cabeza… ¡HEY! ¡Lo que ocurrió anoche! ¡El cadáver!
-Echen un vistazo a esto señores-comentaba el profesor mostrando la página principal de un periódico. –Sólo miren el extraño encabezado que aparece en el número de hoy, es aterrador. El encabezado decía lo siguiente:

EXTRAÑA DESAPARICIÓN DEL MUSEO REGIONAL DE BALTIMORE

Aún sigo sin entender con exactitud qué fue lo que pasó esa noche, sólo puedo decir que, desde ese entonces, creo en las leyendas que cuenta la gente.