
Por Stephanie Serna
— ¿Para qué querría yo dinero, señora jueza? ¿Y de dónde iba a sacarlo? El hombre no tenía ni donde caerse muerto.
—Por ahí dicen que el dinero compra la libertad, y también que el señor Sux se ganó muchos enemigos a lo largo de su vida.
—No crea todo lo que escucha por estos callejones, la mayoría de los que los frecuentamos fuimos educados igual.
—Por él, querrá decir. No cambie el tema, señorita. Usted conocía a estos enemigos.
—¿Cómo no conocerlos? Si era yo quien lo defendía, nosotros.
—¿Podría decir que en todo momento usted manifestó por él este nivel de “devoción”?
—El sarcasmo no es necesario, y por lo mismo no voy a mentirle: el señor Sux nunca fue mi persona favorita. Nos trató como perros.
—Y usted se convirtió en uno asesinándole a traición.
—No se puede considerar traición tomando en cuenta que fue él quien me enseñó a hacerlo.
—…
—Cualquiera que enseñe a matar no debería confiarse nunca, ¿no cree usted?
Por primera vez en el juicio, Inoe mira a su alrededor: ahí está, a su lado como siempre, esta vez en la sala contigua. Su aliado le devuelve la mirada y regresa a su interrogador.
—Su atención en mí por favor, señorita.
—¿Por qué no nos interroga juntos? Nos ahorraríamos tiempo.
—Eso le gustaría, ¿Cierto?
—O al menos quíteme las esposas, lastiman.
—¿Y desbloquear sus dones? Lo lamento, pero así no son las cosas, permítame que le recuerde que el cuerpo tiene su marca.
—Claro, si el viejo cascarrabias nunca me enseñó a no dejar huella, porque sabía cómo hacerlo, ¿eso consta en su investigación, querida jueza?
—Fue usted quien pidió que no usáramos el sarcasmo, así que le preguntaré: ¿Fue esa la razón por la que cambió de mentor?
—Entre muchas otras.
—¿Cuáles?
—El señor Sux ya no tenía nada que enseñarme, y todo lo que sabía gracias a él me parecía obsoleto. Bueno, menos una cosa, ya lo comprobó usted.
—Él anticipó que lo usaría en su contra, por eso no le mostró como no dejar huellas, creyó que con eso se protegía y se equivocó.
—Por eso y por A.
—¿A?
—El chico del otro interrogatorio
—Tienen una conexión muy especial, ¿No es así?
—…
—Se nota por cómo se ven a pesar de los cristales. ¿Por qué le llama A?
—A él le gusta.
—¿Es un seudónimo o su inicial?
—O un homenaje al Amor, o la Ambición, lo que usted quiera.
—¿El señor Sux desconfiaba de A?
—No lo sé.
—Señorita…
—Era prácticamente un recién llegado, el señor Sux nunca tuvo mucho contacto con los novatos.
—A lo que dejó ver en la redada, él no es ningún novato.
—Bueno, fue entrenado de una forma distinta.
—¿Enemiga?
—No lo consideramos así.
—¿Pero lo era?
—…
—¿Fue A quién la convenció de cambiar de mentor?
—…
—¿Tuvo algo que ver con que tomara la decisión de asesinar al señor Sux?
—…
El interrogador de A irrumpe en la sala, susurra al oído de la jueza. Ella se pone de pie y pronuncia lo que parece ser un discurso ensayado, pero Inoe no la escucha, sino que observa como A se levanta y un oficial extiende sus manos hacia las suyas, pendientes tras su espalda. A seria juzgado. Inoe comenzó a imaginar una ejecución dolorosa, el milenario castigo para quienes usan la magia en contra de su propio clan.
Pero lo que vio fue distinto. Las manos del oficial derritieron las esposas de A. Por fin estaba desbloqueado. Un simple movimiento de sus dedos habría bastado para sacarlos a ambos de ahí, lejos de cualquier condena para vivir por fin en libertad. Sin embargo, sus dedos permanecieron quietos mientras su párpado izquierdo bajaba y subía, una sonrisa satisfecha se iba abriendo paso en sus labios y las puertas de la sala de interrogatorios se abrían a sus espaldas, conduciéndolo hacia la utopía, solo.
—Señorita Inoe, debe acompañarnos.