
Por Maggo Rodríguez
Me ganaste, moriste primero. Sabíamos que este día llegaría, pero quería morir antes sólo para ganarte la apuesta. No pude ir a tu velorio, mucho menos a tu funeral, Raúl insistió, según él no era lo más prudente. Claro, sólo porque soy, o bueno, era tu amante no se me concedió el derecho de llorar al pie de tu sepulcro. Tuve que rezar y dolerme desde nuestro departamento.
Entonces, si no me iban a dejar despedirme como Dios manda, yo te iba a enterrar a mi manera, por lo que hice lo que cualquiera haría cuando el amor le llega hasta la sesera: locuras. Por si estabas muy ocupado allá arriba pidiéndole un autógrafo a Valentín Elizalde, te voy a platicar qué pasó.
Estaba tan triste que no me bañé en días. Cuando salí de la regadera, me miré al espejo desnuda y por primera vez descubrí lo imperfecta que era. Tenía unas ojeras tan negras como las de un mapache; unas estrías empezaban a marcarse en mi abdomen. Mis senos y caderas ya no me parecían tan firmes ni voluminosos, hasta me incomodaron los vellitos de mis brazos. Así que recalé con lo primero que sería más fácil cambiar: mi cabello.
Aquella vez que te conté que lo quería teñir de rosa primero te reíste y cambiaste enseguida a un tono serio, casi amenazante —¿Estás loca? ¿qué pensarán en el despacho? ¿te imaginas si llegas así con el juez Arredondo? Que no se te vuelva a ocurrir, por favor—
Pero ya no estás aquí, así que no me importó. Tardaron cinco horas y además de teñirlo, pedí un corte. Mi larga melena se convirtió en algo espectacular con un long bob y tinte Magenta 33. Resurgió la diosa que fui, me tomé muchísimas fotos y mi ropa negra combinaba perfecto. Sentí que debía haberlo hecho antes, ¿Por qué te hice caso si aún soy joven y muy bella?
Ja, debiste ver la cara de Raúl, casi se infarta. Se le saltaron los ojos y se puso de mil colores. Ya que se le bajó lo rojo de la cara me llamó a su oficina. Tú lo conocías mejor que yo, ya sabes lo formal que es. Me dio un discurso de imagen del abogado y después un sermón que ignoré hasta la parte en la que me dijo que no estaba tomando lo tuyo muy bien, ¿qué le importaba? Tajantemente me exigió regresar a mi tono o no regresar.
Vaya que todo mundo parece tener soluciones cuando no está de luto. En la estética también me dieron opciones: esperar un mes a que se cayera el color o un corte pixie. Llamé a Hugo y le dije que me tomaría unas semanas libres. Aceptó, y cuando iba a colgar mencionó que si quería más tiempo lo tomara, igual no me iba a pagar.
Bueno, ahora sí podía hundirme a gusto en la miseria y la depresión. Pero ya no te quise llorar corazón, porque siempre me amanecían los ojos hinchados y la crema Dior se me acabó, además, el maquillaje se estropeaba y recuerdo que para nada te gustaba verme desaliñada. Comencé a odiar a todo mundo. A Hugo por engreído, a la muerte por cabrona, a mis amigas por estar ocupadas en su flamante vida de amas de casa, incluso te odié a ti por dejarme sola.
Una mañana vi por la ventana a una pareja en moto. Se veían felices, enamorados, yo quería eso para mí, “rodar para vivir”, pensé. Nunca te pareció la idea de que yo condujera, cada vez que salíamos te apresurabas por las llaves. Sí, me cuidabas hasta del sol. Tampoco te agradó cuando te pedí una moto, te angustiaste y en cambio compraste la camioneta. Al carajo contigo y el vehículo más seguro del mercado, tomé mi decisión.
Mamá dijo que el día que comprara una, también comprara mi ataúd. Los iba a vencer a ti y a esa señora en su propio juego. Compré la Honda CBR1000RR, por supuesto un par de trajes especiales, casco importado, el seguro para la moto y uno de gastos médicos mayores para mí, ah, y un paquete funerario. La cuenta fue elevada, tuve que hacer unos pequeños sacrificios porque además se me había olvidado el trámite de las placas, la licencia especial y la tenencia.
Vendí la camioneta y tu ropa en el tianguis de los lunes. Mira, también se fueron cosas mías: la mitad de mi guardarropa, veinte de mis mejores bolsas y diez pares de tacones; los cuadros, un par de relojes y algunos perfumes sin abrir. Esos no me dolieron tanto porque eran Carolina Herrera y a mí los que me fascinan son los diamantes de Versace.
Ahora sí que estaba lista para rodar. Mi primer destino era aquí, tu pueblo, estaba dispuesta a encontrar tu tumba por mi cuenta. Mi amor, misteriosos son los caminos del Señor. Quizá fue él, o tal vez tu quien me hizo caer en ese bache y salir volando antes que un camión destrozara mi Honda. Lo que me había quedado de ahorros lo pagué en deducible y ahora sigo peleando con la aseguradora para que me devuelvan la moto o algo de dinero.
Me rendí. Para cerrar mi ciclo debía hacer algo que no me costara dinero o me pusiera en riesgo, por eso te escribí una canción. Los acordes eran los de “Piensa en mí” en versión bolero, tu favorita. La letra era tan melosa y cursi que la saliva me sabía a bombones con chocolate y eso que no he comido unos desde nuestro último 14 de febrero.
Para quitarme ese sabor y sobre todo el recuerdo, tomé una de las botellas de mezcal que guardabas en la barra de la sala. No era nada dulce, eso sí te lo digo. Uno, dos, tres mezcales. Busqué los acordes en Spotify y Youtube y no aparecían. Cuatro, cinco, seis caballitos. Aparecieron sugerencias de música, Jenny Rivera no sonaba mal. Siete, ocho, nueve tragos; perdí la cuenta al décimo.
Me embriagó rápido, por eso odiabas cuando tomaba. Regresé en mí, ya avanzada la noche, cuando las piernas se me entumieron de frío y por la posición circense en la que estaba. Me quise levantar y al erguirme el vómito lo salpicó todo. Perdóname amor, las hojas de tu canción de llenaron de jugos gástricos y demás sustancias que no puedo recordar. Todavía sigo armando los episodios de esa noche, no supe cómo llegué a la cama, cuanto menos recuerdo la letra de la canción.
Ha pasado tanto, vaya ¡un año! Ahí lo marca tu epitafio. “Amado esposo y padre”, fuiste más que eso. Te encantaría el tono de mi cabello, es un Negro Azulado 14. Sólo hasta que Raúl me vio con este tono, llegando al despacho en camión, con maquillaje sencillo, trabajando jornadas de 15 horas diarias y tomando pastillas para la gastritis fue que se apiadó de mí. Le agradezco su lástima, ella me trajo hasta tu tumba. Te traje unas gardenias, cuido varias en el depa. Te mando un beso hasta donde estés, nos vemos el próximo año.