Una maldición sobre la familia

Por Alejandra Maraveles

Javier se aflojaba la corbata del traje negro que llevaba puesto para cumplir con el riguroso luto que ameritaba un funeral. Permanecía sentado en una de las sillas de la elegante mansión donde estaban realizando el velorio. Sin darse cuenta, sus pensamientos volaron seis años atrás, aún lo recordaba como si aquello hubiera sucedido un día antes.

Para aquel entonces cuando apenas contaba con quince años, había estado presente en al menos media docena de funerales. En esa ocasión las cosas habían sido muy diferentes, pues en lugar de ese único sarcófago, habían sido cinco ataúdes los que habían ocupado el puesto de honor de ese funeral, estos habían sido trasladados desde el pueblo cercano al accidente automovilístico en donde habían perdido la vida, hasta la vieja mansión del abuelo.

A pesar de que Javier estaba siendo testigo de la muerte de sus parientes miraba el entorno sin derramar lágrimas; a diferencia de sus tías que parecían desoladas. Aunque si hablaba de dolor, habría jurado que su primo Luis era quien más sufría, al ser el único deudo de los cinco cuerpos que se habían velado en ese momento.

Luis le caía bien, a pesar de que realmente nunca habían sido cercanos, eso era porque su madre se lo había impedido. Sin embargo, sabía que su primo era quien en verdad necesitaba consuelo, Javier había hecho un movimiento para acercársele. Pero su madre le había mirado enarcando las cejas como solía hacer cuando quería prohibirle algo.

Javier, así fuera en contra de sus propios deseos, nunca contrariaba a su madre, así que después de ese primer acercamiento, no lo había vuelto a intentar. Sintiéndose ajeno al dolor de perder cinco parientes, se había dedicado a deambular por uno de los pasillos de la vieja casona. Sus piernas comenzaron a molestarle, pues había permanecido de pie muchas horas, entonces se escondió en el rincón debajo de la escalera como hacía cada vez que quería estar solo

–¡Qué casa tan sombría! –alcanzó a identificar la voz de su tía Coco la cual provenía desde un cuarto aledaño.

Él sonrió, podía ser que los demás pensaran que el lugar pareciera lúgubre, pero para él era su santuario, allí había crecido y vivido toda su vida.

–Estela y su hijo no quieren abandonarla –ahora era su tía Lupe quien comentaba con su particular dejo de malicia, –así que mi suegro no se decide a vender este casón viejo.

Javier hizo un mohín de disgusto, escuchar el nombre de su madre en labios de sus tías nunca era premisa de algo bueno. Estaba ya consciente de su situación, sabía que la casa pertenecía a su abuelo y que ellos dos eran tan sólo sus huéspedes, sin embargo cuando pensaba en sus parientes él era quien los veía a ellos como intrusos.

–¿La viste allí? –continuó la tía Lupe –Parada a un lado de los féretros, como si realmente lo lamentara.

–¡Ay, Lupe! No digas que Estela no siente nada –le refutó la tía Coco, –¿quién podría estar tan a gusto después de tan terrible accidente?

–Nomás porque ya fallecieron no podemos fingir que ella los quería, siempre ha sido una…

–¡Shts! –la mandó a callar la tía Coco, –ya sabemos lo que piensas querida, mejor no repetirlo en voz alta.

Javier apretó la mandíbula, sus tías buscaban hasta la más pequeña oportunidad para derramar veneno en contra de su madre, criticaban cada cosa que hacía, desde su amistad con la comadrona del pueblo, hasta por qué dejaba entrar a la desventurada india Tomasa a la vieja casona. En vez de ver que era una mujer compasiva y generosa decidían agredirla y restringirle a las personas con quienes podía tratar. Y al estar escuchándolas, le generó el impuso de ir a enfrentarlas, aun así, se limitó a respirar. Si era sincero, desde corta edad se había acostumbrado a eso. Los comentarios cizañosos y los malos tratos, tenía poco de haberlo comprendido. Su gran pecado: ser hijo de una mujer soltera. Quizás era un castigo divino que sus tías hubieran quedado viudas a los pocos años de casarse y en carne vivieran cómo una madre soltera, pero contrariamente a sentir empatía, ellas seguían mirándolos mal a él y a su madre

–Tienes razón –volvió a hablar su tía Lupe, –no debería de hablar de eso, tal vez lo que deberíamos hacer es ir a hacernos una limpia…

–¿Otra vez con eso? –comentó con fastidio la tía Coco.

–Es que todo es muy raro… han pasado cosas tan extrañas y nadie lo menciona, porque… aún estaba la familia de Armando, pero ahora… ¿no vas a decir que esto es muy normal?

La tía Coco no contestó y no necesitaba hacerlo, Javier también comenzaba a pensar en las extrañas muertes de la familia. Desde su tío Joaquín a quien le había caído un rayo, hasta su primo Manuel que había crecido 40 centímetros en una noche tan sólo para morir al día siguiente, siempre habían sido muertes que habían levantado suspicacias en la familia, y la tía Lupe había sido la primera en decir la palabra “maldición” y después, a quien se dejara, le explicaba sus teorías acerca de que una bruja había maldecido a la familia.

–Nunca había estado de acuerdo contigo –dijo finalmente la tía Coco –, pero ahora ya no sé qué pensar… cinco de los cuales cuatro eran hombres… ya sólo quedan dos

Javier bajó la cabeza un segundo, era cierto, ya sólo quedaban dos hombres en la familia además de su abuelo: su primo Luis y él.

–Dirás uno –apuntó tía Lupe quien no desaprovechaba la oportunidad para viborear sobre él y de su mamá –, porque el bastardo de Javier no lleva el apellido de forma legítima.

–Aun así, lo lleva –aseveró tía Coco.

–Pues sí –agregó la tía Lupe con una inflexión poco amigable –. Y todos sabemos los términos en que mi suegro redactó su testamento, sólo un hombre que lleve el apellido de la familia será el heredero.

Javier sonrió por lo bajo, quizá también era castigo divino que la tía Lupe sólo hubiera tenido hijas.

–En serio, Lupe –comentó tía Coco con un tono de desaprobación –, pues esperemos que Luisito siga vivo y coleando para que dejes de decir tantas tonterías.

“Vivo y coleando”, la voz de la tía Coco le retumbaban en la cabeza a Javier seis años después de aquel terrible accidente, donde sus tres primos y sus tíos habían perdido la vida, era ahora cuando esas palabras comenzaban a cobrar significado, justo en ese momento que estaban asistiendo al funeral de Luis.

Las cosas no habían variado mucho desde aquel entonces. Solamente que un año atrás, cuando su abuelo había pasado a mejor vida, el tema de la herencia se había vuelto delicado. El anciano había estipulado que la herencia se haría efectiva cuando los herederos cumplieran 21 años, Javier los cumpliría en una semana y Luis… él los acaba de cumplir cuando se había despeñado haciendo montañismo.

La tía Coco y la tía Lupe estaban al fondo de la habitación hablando, Javier opinó que sin duda estarían hablando de él y de su madre, quien a pesar del paso del tiempo seguía viéndose tan joven a como él la recordaba cuando niño.

El velorio había sido corto, la madre de Javier había despachado a todos y la agencia funeraria había ido por el ataúd de su primo para preparar la cremación del cuerpo. El lugar había quedado vacío, ahora la vieja mansión le pertenecía a su mamá, aunque por ese hecho las habladurías se habían incrementado. No obstante, Javier notaba cómo a ella no parecía importarle.

–Lamento que hayas tenido que soportarlos a todos –dijo Javier al acercarse a darle un abrazo a la mujer que le había dado la vida.

–Eso no importa…

–Claro que importa – Javier le refutó -, alcancé a escuchar cómo la tía Lupe te llamaba…

–¿Qué? ¿Bruja? –inquirió ella mirando a Javier de forma extraña –, si no será ni la primera ni la última vez que lo haga.

Javier observó detenidamente a su madre, por primera vez en su vida fue capaz de ver un destello de maldad en sus ojos.

–Sólo me interesa que ahora sí – dijo riendo con frialdad -… ¡eres el único heredero de mi padre!

El muchacho aún escuchando la insensible risa de su madre que cortaba el adusto silencio de la vieja casona, miró de soslayo el lugar donde minutos antes había estado el féretro de su primo. Las teorías y las ideas de la tía Lupe le asaltaron la cabeza y en ese momento un estremecimiento recorrió su cuerpo.