
Navidad en el Oxxo
Por Alejandra Maraveles
Las luces tintineaban en la serie de foquitos del árbol navideño ubicado sobre el mostrador, por la ventana se veían pasar una gran cantidad de autos, algunos se estacionaban frente al Oxxo en el que estaba trabajando, “Faltan los hielos”, sonó por enésima vez, ahora en la voz apurada de una mujer, “Ya casi son las 10, vamos a llegar tardísimo”, dio el aviso insistente al hombre que estaba en el fondo de la tienda rebuscando entre los estantes.
Dos horas más y sería Navidad, sin embargo, para mí eso no representaba algo bueno, me tocó trabajar en la nochebuena. “24 Horas” mi jefe había arrastrado cada sílaba cuando traté de convencerlo de cerrar temprano. Era evidente que me tocaría a mí, el resto de empleados eran miembros de la familia, el foráneo, quien no había encontrado algo mejor para ganar dinero que estar de dependiente de una tienda de conveniencia. Me guardé mis reclamos, sabía que no ganaría nada con ello.
Media docena de grupos con bastantes copas encima, cerca de tres docenas de parejas discutiendo por el tiempo o por haber olvidado comprar algo y dejarlo de último minuto, algunos repartidores que se habían detenido y unos taxistas.
“¿Cómo que no tienes cambio?, qué lata con ustedes”, suspiré, todavía me quedaba un largo recorrido, no era que quisiera estar en casa, en la ciudad no conocía a nadie lo suficiente como para que me invitaran a pasar una fecha tan importante y mi economía no me había permitido viajar al pueblo con mi familia, así que el cambio de la tienda a la casa, no era maravilloso.
Faltaba media hora para Navidad, los clientes habían disminuido, una joven elegantemente vestida, entró junto con un hombre que parecía su novio. “¿Dónde están los hielos?” preguntó él de mal modo, “Al fondo en la puertita”, di la contestación como autómata, “Aish, casi no quedan paquetes, ¿cuántos llevó?”, la chica le indicó que lo que hubiera. Siempre me preguntaba cómo ese tipo de gente grosera conseguía parejas tan guapas, la mujer esperaba tranquila. “Me cobras esto y un par de cajetillas de cigarros, rápido güey, ya es bien tarde”, apreté la mandíbula, odiaba a ese tipo de personas, “Rápido”, repitió. “Bájale, él no tiene la culpa de que se te olvidarán los hielos”, en mis adentros sonreí al oír la voz de la chica, “Es su trabajo”, el tono del tipo era de los que cargaban el aire de malas vibras. “En serio, no importa que sea su trabajo, no te queda claro que es 24 de diciembre a unos minutos de que inicie Navidad y él está trabajando, nosotros nos vamos en cuanto nos cobre a una fiesta, con nuestra familia, a nadie le gusta trabajar de noche y menos en nochebuena”. “Perdón, amigo, es que andamos apurados” él se dirigió a mí, bajándole dos rayitas a su prepotencia. Cobré y el tipo, después de guardar las cajetillas en los bolsillos de la chaqueta, levantó las bolsas de hielo. “Lamento que te haya tocado trabajar, muchas gracias por estar aquí para quienes dejamos todo para último momento, que pases la mejor Navidad posible, aunque tengas que estar aquí”. La frase de la chica fue como una caricia a mi mal humor. Parecía que la Navidad había llegado al Oxxo unos minutos antes de medianoche.
Nochebuena
Por Missael Mireles
Logro percibir un ambiente de paz genuina en todo este hogar; el olor de la cena inunda mis fosas nasales, la risa de los niños jugando con luces en la calle, y los cálidos abrazos entre todos los miembros de la familia. Yo seguiré esperando por un rato, junto al trineo. Estoy ansioso por inundar con regalos ese colorido árbol.
Decepción
Por Maggo Rodríguez
Este año fue de decepciones amorosas. Mis dos novios me dejaron por las razones más ñoñas que se les ocurrieron. Espero al menos que la cena de navidad no me desilusione y este año mamá sí le ponga pasas a los tamales de fresa.
Regalito
Por Maggo Rodríguez
No me gusta que me regalen ropa en estas fechas. El pretexto que pongo es casi siempre que el color no me gusta, pero en realidad es porque no me atinan la talla y me da pena decir que, al inicio del año, los romeritos, pozole, tamales, atole, ponche y demás antojitos navideños hacen de las suyas y agrandan mis caderas y vientre. Mejor, si me quieres regalar algo, regálame una buena dotación de chocolates o pastel o una pulserita de la buena suerte.
Querido Santa
Por Maggo Rodríguez
Querido Santa: Este año me he portado bien, supongo. Sé que podría portarme mejor, así que te pido de favor una edición especial de un libro que vi por ahí. No me sé la editorial ni el autor, pero en serio anhelo ese ejemplar
para estas fechas y sé que me servirá todo el año. El título sí lo sé, se llama “Cómo amar a tu prójimo cuando el prójimo no ayuda”.
Con las manos en la masa
Por Maik Granados
Miguel confirmó sus sospechas. Santa no existía, era su padre quien dejaba los regalos cada Navidad…
– ¡Ah, lo sabía! Tú eres Santa. Me has estado engañando. ¡Eres tú quien deja los juguetes!
–¡Oh, qué susto me has dado, hijo! Deja te explico, Santa nos da a los papás la oportunidad de entregar los juguetes en su nombre a todos los niños del mundo, pues la tarea es titánica. Nadie puede hacer esto por sí solo. Espero que…
–¡No es cierto, eso no es cierto!
– Pero, hijo, esper…
Miguelito se sintió frustrado. Odiaba la Navidad tanto que nunca más la festejaría. Se encerró en su cuarto. Enojado. El cansancio y el desvelo lo hicieron caer en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, en Navidad, los hermanos de Miguel disfrutaban entre risas y juegos de los regalos del supuesto Santa. Decepcionado vio que los suyos permanecían intactos bajo el árbol navideño. Su padre, en una mirada de complicidad, hizo un gesto para que no dijera nada de lo sucedido la noche anterior. Sus hermanos no merecían, a tan corta edad, experimentar una gran decepción, así que mejor decidió fingir. Fingir que no sabía nada, fingir que su corazón estaba lleno de alegría por aquellos presentes de Santa… Fingir que… ¡Santa no existe!
–¡Mira Miki, llegó Santa! ¡Abre tus regalos!
–Ahorita, hermanito.
–Mira, sí me trajo lo que pedí, mi carrito del ratón Gutiérrez y también los cuatro luchadores enmascarados del Tifón Galindo y su pandilla…
–¡Vaya que buen detalle de Santa!
Miguelito miró con seriedad a su padre.
–¡Vamos abre tus regalos!
–Ok, ok…
–Oye, ¿y si pudiste grabar a Santa con tu celular?
–No lo sé, deja reviso…
Miguel se dirigió al árbol de navidad. Metió sus manos entre el follage, las luces y las esferas. Recuperó su dispositivo. Su padre le observó con recelo, expectante a su posible explicación. Tendría que inventar algo, tal vez una falla en la cámara o en el software del teléfono celular. No podía decepcionar a su hermanito. Por supuesto, tendría que borrar el video de su padre acomodando los juguetes. Su pequeño hermano no debía descubrir ese vídeo.
–¿Me dejas ver que grabaste?
–No lo sé. Tal vez… Primero lo veo yo.
–¡Zas!
Miguel tomó el celular y revisó el contenido. Vio que no había nada en la memoria, ningún video, ni un solo archivo, sólo una imagen, una fotografía de la cara sonrojada de un hombre de ojos azules con una larga barba blanca. Asustado, separó su vista de aquella pequeña pantalla y buscó a su padre. Lo descubrió sonriente.
–¿Ahora me crees, hijo?