
Por Maik Granados
Atrincherado, en medio de la oscuridad y los gritos lejanos del frente aliado en Amberes (1944), Willhëm esperó a que la noche le diera tregua para encontrar refugio en alguna casa granjera. El frío caló profundo en sus músculos. Llevaba algunas horas escondido del francotirador americano agazapado en el bosque. Toda su patrulla había sido asesinada. En su último intento por salir de la mira enemiga, su stahlhelm sufrió una abolladura y en su frente surgió un chichón.
Entumido y cansado, el estómago le exigió alimento. Un patrullaje por el bosque no ameritaba raciones extras, mucho menos en Navidad.
Al fin llegó la madrugada, tembloroso, Willhëm salió de su escondite. La nieve crujía debajo de sus botas en su desesperada fuga. Los voceos de los soldados aliados le ponían nervioso. No entendía el idioma, pero sabía que aquellos vocablos llevaban la muerte en su significado. Desorientado cayó en otra trinchera.
–Scheisse! (¡Mierda!) –exclamó Willhëm.
–Deutsch oder Amerikanisch? (¿Alemán o americano?) –susurró alguien.
–Deutsch! Deutsch!
La conversación continuó entre susurros:
–Soy Zimmer, del primer regimiento de Amberes.
–Willhëm, del sexto regimiento. Nos asignaron a un patrullaje en la zona boscosa, cerca de las granjas del sur, para detectar el avance de la línea americana. Nos emboscaron. Todos murieron.
–Supimos de ustedes, nos enviaron a rescatarlos, hubo un bombardeo aéreo.
–Sí, lo vi.
–En el caos perdí a mi batallón. Y a unos doscientos metros de aquí vi una patrulla americana. Así que me escondí en este agujero.
–Pues tuviste suerte de no toparte con un francotirador. Los americanos son muy certeros.
–…
–Tranquilo muchacho, aquí estamos a salvo.
–Lo sé, es solo que nunca había pasado la Navidad fuera de casa. Extraño a mi familia.
Un viento gélido sopló arrastrando los susurros del enemigo hacia la lejanía…
–¡Mierda, mi estómago!
–¿Qué te pasa? ¿Tienes alguna infección o alguna herida?
–Solo tengo hambre. No he comido nada desde ayer.
–Estás de suerte, Willhëm, traigo un par de barras de chocolate en mi bolsillo. Ten.
–Gracias.
–¡Feliz Navidad, Willhëm!
–¡Feli…! ¡Zimmer! ¡Carajo!
Una segunda bala, atravesó el cráneo de Willhëm. Sobre la nieve quedó una barra de chocolate a medio mordisquear.