La parábola de los imanes

Por Alejandra Maraveles

En el refrigerador de mi casa, se pueden ver decenas de imanes decorativos, un poco menos de la mitad los compramos, el resto han sido regalos de amigos y familiares, quienes, al viajar han traído un suvenir de aquellos lugares que visitaron. Huellas de pueblos mágicos de México, de ciudades y de playas, pero también, algunos provenientes de diferentes partes del mundo. Estos recorrieron muchos kilómetros para llegar a la puerta metálica del frigorífico: De Centroamérica, de América del Sur, de Europa y de África.

Todas las mañanas veo las diversas figuras que se han convertido en una llamativa colección de colores, texturas y materiales, con los cuales están elaborados, cada uno anunciando su lugar de origen. En verdad, siento que alegran la vista de un aparato, cuya única función es mantener frescos los alimentos.

Hace unos meses me percaté de una cosa rara. Hay dos imanes que estaban volteados, no es que el resto se conserve en una forma ordenada, o que estén acomodados de alguna manera. Desde un inicio se han puesto al azar, de forma espaciada dejando entrever el metálico de la puerta. Sin embargo, mantienen una posición en la cual sea posible ver los edificios, animales o personas en miniatura derechos, así como los nombres de donde proceden leíbles. Pero esos dos, estaban rompiendo esa estética. En ese momento los moví para colocarlos como debían verse.

Al día siguiente vi que otra vez estaban volteados. Suspiré, procedí a reacomodarlos, uno de inmediato se giró, lo quité, limpié la parte del imán, pensando que tal vez de eso se trataba. Al regresarlo a su sitio volvió a girarse. Entonces entendí que el imán estaba mal hecho, que no importaba cuántas veces lo acomodara no quedaría bien. El otro se mantenía normal unos minutos, pero a medida que iba pasando el tiempo se comenzaba a ladear hasta quedar en forma vertical en vez de su forma correcta horizontal.

Eso me extrañó todavía más. De todos los imanes del refrigerador eran esos dos, regalos de personas que, en su momento, yo consideraba buenos amigos, en quienes había confiado muchísimo y que, eventualmente, me hicieron mucho daño, habían abusado de mí, me habían dejado lastimada y con lágrimas en los ojos. Por allí dicen que las coincidencias no existen y, tal vez, podrán pensar que debería deshacerme de ellos, porque vinieron de personas malas. Sin embargo, el que sean justo esos dos imanes los únicos que no pueden mantenerse en forma correcta, me hizo dejarlos pegados.

Todas las mañanas veo los imanes pegados en la puerta de mi refrigerador, me alegran con sus colores, figuras y texturas. Me recuerdan el amor de las personas que me los regalaron. Después veo los dos torcidos… los uso como recordatorio de la existencia de objetos bonitos que aparentan funcionar bien, no obstante, está mal calibrados y provoca que se tuerzan. Esos imanes son iguales a quienes me los obsequiaron. Los mantengo allí como advertencia de que durante este viaje llamado vida, hallarás gente como esos imanes, aunque por fuera parezca buena, habrá conocidos que te ofendan con una sonrisa amable en sus rostros, “amigos” que te asfixien mientras te abrazan, parejas que disfracen sus engaños con dulces besos y parientes que te provoquen heridas profundas mientras dicen que te aman.