Ya merito y nazco mejicana 

Por Marisol Ruiz Arnot

Ora vienes y me quieres remover el sentimiento; pero no sabes que es más dificultoso resucitar un muerto que dar la vida de nuevo

JUAN RULFO, Paso del Norte

—Con cuidado, seño, paso a pasito —decía una voz extraña—, nomás el nombre tiene, pero no cierto que está tan bravo.

Mi má no respondió nada. Caminaba despacio, pero yo le sentía el corazón con un latir distinto al de otras veces. Cómo si juntara todos los días que había sentido miedo en ese solo día.

Aunque mi má tenía el cuerpo de la barriga pa bajo metido en el agua, enveces zambullía una mano pa ponerla sobre mí y que yo la acariciara con mis manos o mis pies.

—Tranquila, vieja, te prometo que te voy a cuidar —dijo mi pá que venía a un ladito de nosotros también con el cuerpo metido en el agua. Yo me preguntaba por qué no habían venido la Amalia y el Valerio a ese paseo.

—Es como si fuéramos a caminar una cuadra y ya —habló otra vez la voz extraña—, cien metros más y la libramos. Mis pás ni dijeron nada y siguieron andando con pasos cortitos.

De pronto mi má se empezó a menear muy brusco. Se movía pa cualquier lado y hasta la cabeza completita se le mojó. Mi pá intentaba ponerla quieta pero prontito el agua también lo arrastró a él. Por un rato mi má ya no caminaba, sino que todo su cuerpo se revolcaba debajo del agua. Yo dejé de escuchar voces. Ya nomás se oían las burbujas que se formaban con los manotazos que echaba mi má.

Luego de un rato, el otro logró ponerla quieta con un abrazo fuerte. El agua se había calmado. Mi má aventaba la cabeza pa enfrente y sacaba agua de la boca y de las narices. 

—No se asuste, seño, nomás fue una corriente —dijo el otro. Pero mi má sí estaba asustada  y se puso pior de inquieta cuando mi pá no se oía. Ella comenzó a gritar su nombre, pero mi pá no contestaba. 

—Tenemos que seguir avanzando seño, orita sale susposo —le dijo la voz a mi má—, hay que salir y lo esperamos de aquel lado.

Mi má no se puso tranquila, pero siguió andando hasta que su cuerpo ya no estaba dentro del agua. Se aventó a la tierra y siguió gritando el nombre de mi pá por mucho rato.

—Lo siento mucho, seño —le dijo el otro.

Mi má se soltó a llorar con más fuerza sin dejar de hablarle a mi pá. Le decía que saliera, que había prometido cuidarla. Pero mi pá no salió. Mi má lloraba, le gritaba a él y a Dios y se agarraba la panza, hasta que de repente se aguangó todita y como si se estuviera derritiendo se fue cayendo hasta quedar recostada en la tierra. Completamente quieta y calladita. 

El otro le empezó a hablar a mi má con voz espantada, le decía que despertara, que tenía que echarle ganas por mi. Fue en ese ratito que sentí que el agua de donde estaba yo se empezaba a ir. El otro se alejó y hablaba solo, pero como si hablara con gentes. Su voz temblaba y más bien parecía que en lugar de hablar, gritaba. Hablaba de mí má, del lugar en el que estaba acostada y la ropa que traía puesta. Al ratito dejé de escuchar al otro. Nos quedamos solas mi má y yo. Ya nomás se oía cómo corría el agua de afuera y cómo se escurría pa fuera el agua de adentro. 

Pronto empecé a escuchar otras voces que no reconocí y que decían cosas que no comprendía. Las voces nos subieron a una troca a mi má y a mí. Mi má ni así despertó. La troca no era como las que tenía mi pá en el rancho, esta tenía como unas camas por dentro donde pusieron a mi má. 

Las voces extrañas le ponían cosas en las narices y le picaban los brazos. Ya casi no había agua donde yo estaba y pareció que las voces se alebrestaron por eso. La troca empezó a hacer unos sonidos fuertes y avanzar más aprisa. 

Sin mi pá cerca y sin despertar mi má, ahora sí sentía yo mucho miedo. No sé si me habré quedado dormida, pero en ese ratito ya no escuché nada ni sentí nada. 

***

Cuando recién yo empezaba a escuchar cosas dentro de la panza, mi má se la navegaba de un lado a otro caminando por el pueblo. Todo mundo le preguntaba al verla que si ya sabía qué iba a ser yo, el nuevo bebé, y ella decía que no, que no quería saber, que era mejor recibir la sorpresa del cielo y que fuera lo que Dios quisiera. Con que naciera con salud.

En aquel entonces sentía a mi má muy tranquila, muy contenta. Ella le ayudaba enveces a mi pá a andar detrás de las vacas mientras ellas comían. Caminábanos juntas largas horas por el campo y cuando ella se cansaba se quedaba quieta, con las rodillas sobre la tierra y con la panza de mí entre sus piernas. Le gustaba mucho agarrar puños de tierra pa olerla y luego dejarla caer de poquitos granos hasta que quedarse sin nada. Decía que la tierra era lo más valioso que podía existir en el mundo, que porque sin tierra no habría comida y sin comida no existiera nadien. Ni los animales, ni las plantas, decía. Se quedaba mucho rato ahí, respirando profundo, mirando al cielo con los ojos cerrados. Ponía sus manos sobre la panza y me cantaba. Enveces también me contaba secretos. Una vez me dijo que yo sería mi abuelo Juan. Que se había muerto el año pasado, antes de que existiera yo, pero que su alma era muy buena y seguro iba a regresar con nosotros. Que las almas buenas tienen que volver pa seguir ayudando a otros a ser almas buenas y que por eso iba a nacer yo con otro nombre, con otro cuerpo, pero con el alma del abuelo.

Pasó algún tiempo, yo crecía y el ánimo de mi má empezó a cambiar. Su corazón latía con angustia, con miedo. Sí me cantaba con cariño, pero ya no siempre estaba tan contenta. Y entonces fue que la escuché una noche hablar con mi pá y mis hermanos. Se juntaron a la hora de la cena y les dijo que quería regresar pal norte, que no podía ser posible que solo mis hermanos, la Amalia y el Valerio fueran de allá, que no sería justo que ellos sí pudieran tener un mejor futuro. A mi pá no le gustó hablar de eso, caminaba de un lado a otro haciendo mucho ruido con los pies y con la garganta. Le decía a mi má que no podía arriesgar nuestras vidas, que las cosas ya no eran tan fáciles pa pasar al norte y que además ya era muy caro el coyote, que tendrían que vender todos los animales y las trocas pa poder cruzar. La Amalia y el Valerio ni decían nada. Mi má no despegaba sus manos de la panza y yo de vez en cuando acercaba mis pies a sus manos. 

Esa noche mi má no podía dormir. Le seguía dando vueltas al asunto del norte y yo me movía más que otras veces. Mi pá le decía que no me hacía bien que ella se preocupara, que mejor se quitara esas ideas de la cabeza, que con la cosecha de ese año ibanos a estar bien todos. Mi má parecía ignorar lo que mi pá le decía. “No nos haiganos venido, viejo. No nos haiganos venido”, fue lo último que dijo esa noche mi má.

Uno de esos días en los que salimos detrás de las vacas, nos detuvimos a descansar, mi má recogió un durazno del suelo y se quedó de pie recargada bajo la sombra del árbol. Ese día me contó de cuando vivieron del lado en el que nacieron la Amalia y el Valerio.

—Ni las frutas parecen de a deveras del otro lado —dijo—. Están bonitas, pero no saben igual que aquí. Nada allá es como aquí —siguió—. Ni la gente, ni la comida, ni el cielo, ni el roce del mismo aire que se revuelve entre todos se siente igual en la piel.

Me contó que todos los años que estuvo allá, extrañaba mucho a los abuelos, a los tíos, a los primos. Extrañaba el rancho, a las vacas y hasta los becerros. Me dijo que allá casi siempre se sentía triste. Que lo único bueno eran los billetes y que por eso pa luego cuando aquellos ya estaban grandecitos y terminaron la escuela, vendieron todo lo que tenían de aquel lado, la casa que habían comprado, las trocas, todo pa regresar al pueblo y empezar de cero. De cero pero en su tierra y con su gente, dijo.

—Pero luego llegan bendiciones que uno ya no esperaba —dijo echando la cabeza hacia abajo, hacia donde estaba yo—. Y por las crías uno es capaz de empezar de cero las veces que sea.

Y cuando mi má le dio otra mordida al durazno le escurrió un juguito que se mezcló con el agua de sus ojos y sentí lo calientito caer sobre la barriga. Parecía como que el tema del otro lado hacía llorar a mi má.

     La última vez que fuimos al médico, él le dijo a mi má que todo estaba bien, que los últimos dos meses ya nomás eran pa que yo engordara, pero que el cuerpo ya estaba enterito. Aunque ella se puso contenta con esa noticia, no pegó los ojos esa noche. Y lloraba de repente, pero yo no sentía que todo el llanto fuera nomás de felicidad.

Al siguiente día nos despedimos de la abuela. Pero no fue despedida como las otras veces, esta fue larga y con muchas lágrimas. Todos lloraban. Hasta la Amalia y el Valerio.

Mi pá se había quedado parado mirando pa enfrente de la finca. Cómo si él se despidiera del pasto y de la tierra, porque las vacas ya no estaban pa despedirnos de ellas.

A la abuela no le gustó mucho esa despedida. Le decía a mi má una y otra vez que era muy testaruda, pero que iba a pedir mucho a Dios y a la virgen pa que nos cuidaran. La abuela hizo con su mano unas cruces sobre la cabeza de mi má y sobre la panza donde estaba yo.

La Amalia y el Valerio se quedaron junto a la abuela y mi pás y yo nos fuimos en una troca.

***

—¡Push, María, push! —le decían las voces. Y yo sentía su corazón más acelerado y el mío junto con el de ella. Las dos ya estábamos muy despiertas.

Nunca me habían zangoloteado tanto ni mi má había llorado tan fuerte como ese día. Ahora que se había secado todita el agua de donde yo estaba, se escuchaba todo más recio que antes. Ella lloraba y gritaba. Sus ruidos hacían que temblara todo por dentro. Yo sentía que me apretaban y me movían pa rriba y pa bajo, pa un lado y pa otro.

—¡Push, María, push!

Había ratos en los que ella no lloraba y no había movimiento. Luego las voces le decían cosas, ella como que sollozaba, la sentía respirar profundo y de golpe otra vez me apretaban por todos lados. Así estuvimos un rato hasta que sentí una mano desconocida tocarme la cabeza.

Oh mai gad, It jas alorof jer —dijo la voz dueña de la mano—. Mucho cabeio.

Mi má seguía apretando las vísceras y lanzaba berridos de vez en cuando.

—Olmos dan, don givap, María, don givap —le decían y mi má volvía a apretar con fuerza.

De repente yo sentía que se me estiraban las piernitas y luego se me volvían a enroscar. La mano desconocida entraba y me tocaba de vez en cuando, luego sabe qué tanto le decía a las otras voces y volvía a tocarme. Se paseaba por mis hombros y quitaba del cuello la tripa que me conectaba con mi má. Yo no sabía por qué me tocaban manos ajenas, pero no tenía miedo porque estaba con mi má y ella siempre hacía lo que fuera pa que yo estuviera bien.

“Tienes que comer bien, mija, pa que ese nuevito salga bien sano y fuerte como sus hermanos”, le decía mi abuela en aquellos días.

Ya llevábanos mucho rato en ese lugar, con esos gritos, jaloneos y empujones. Mi má ya estaba muy cansada. Pero luego de pronto escuché también la voz de mi pá, reconocí el sonido de cuando llegaba a la casa, de sus pasos fuertes contra el suelo. A mi má se le llenaron los ojos de agua y se le puso la piel espinosa al sentirlo.

—Ya llegué vieja. Te prometí que te iba a cuidar y aquí estoy. Vine a cumplir mi palabra —le dijo a mi má con voz tierna—. Ya casi sale, tú puedes, tienes que hacer un último esfuerzo pa que no te metan cuchillo.

Pos como que con eso que le dijo le pasó todas sus fuerzas a mi má porque en ese rato ella echó un gritote y me empujó como con más coraje que antes y las manos desconocidas me jalaron con más ganas. Sentí como el cuerpo enterito de mi má retembló y el sonido de su garganta parecía salirle también de cada pedacito de piel.

Mi corazón se agitó mucho más y de pronto sentí mucho frío en toda la piel. Quise abrir los ojos pero me dolieron y los cerré enseguida. Luego, algo muy helado se metió por mis narices y mi boca y hasta los pulmones y yo también lloré recio.

—¡Its a girl! Shis beautiful, congratuleishons —dijo la voz que me sostenía.

Una niña —respondió mi má con una voz débil—. Comenzó a llorar, esta vez suavecito. Mi pá ya no estaba por ningún lado. Mi má seguía con llanto, ahora la escuchaba diferente, más cerquita, más clarito en mis orejas. Yo dejé entonces de llorar cuando me metieron a una caja casi casi igual de calienta que la panza de mi má.

Fue un doce de septiembre cuando nací en el Texas Memorial Hospital. Nací gringa, aunque yo ya merito y nazco mejicana, nací gringa.