
Por Nicte G. Yuen
“En el códice de Dresde aparece Ix´tab pendiendo del cielo mediante una cuerda enrollada alrededor del cuello; en una de sus mejillas advertimos un círculo negro que significa la pudrición de la carne, y en sus ojos se pueden observar los signos de la muerte…” (Mitología Maya, Roldán Peniche Barrera)
Aquella tarde de inicios del temporal de lluvias, me encontraba en la milpa labrando la tierra, cuando escuché por el camino que conduce a Valladolid, los gritos de mi tío Chan. Mi nombre parecía retumbar entre los árboles y matorrales… Jacinto, Jacinto, es tu padre Jacinto, que se nos muere Jacinto… Corrí al encuentro de mi tío con el corazón agitado en la punta de la lengua. Lo abracé apenas lo tuve frente a frente, tenía los labios resecos y el rostro sudoroso, había llorado, eso era evidente; después de todo mi padre era el único de sus hermanos que le sobrevivía. Quise hacerle muchas preguntas, pero sentía tanto dolor atorado en la garganta que no pude soltar palabra.
La distancia entre la milpa y mi casa era de treinta minutos a pie, por lo que dejé a mi tío Chan al cuidado de unas mujeres, para que comiera algo y se recobrara; y yo salí corriendo, rogando a los dioses que me permitieran ver a mi padre con vida. No tengo otro recuerdo tan claro, como aquel momento en que atravesaba las milpas, de sentirme tan impotente e inútil.
Mientras corría a casa, tenía la sensación de escuchar el llanto de mi madre, un llanto casi silencioso, postrado a los pies del cuerpo moribundo de papá. ¿Por qué había sucedido cuando yo no estaba para auxiliarlos? Apuré mis pasos tanto como pude, el sol estaba muriendo allá en lo alto del cielo.
Entonces me detuve, no por propia voluntad, estoy seguro.
La mujer estaba sentada bajo la ceiba, los últimos rayos de luz caían sobre su cabellera achocolatada, fragmentándose en infinidad de tonalidades, que iban desde el amarillo hasta el violáceo. Retrocedí unos pasos para disfrutar un poco más de su presencia, estoy seguro que necesitaba llegar a casa, tenía una sensación de preocupación invadiéndome, algo que no lograba recordar… Una urgencia que ya no importaba. Ella estaba ahí, trenzando su cabellera, jugueteando con la hierba bajo sus pies desnudos, susurrando palabras ya olvidadas; y yo la miraba, acercando mis pasos a su encuentro.
-¡Jacinto! -canturreó la mujer internándose en la selva. -¿No vienes, Jacinto? Ven, la luna está cerca, ven.
-Yo… me esperan en casa… pero, para qué, para qué lo hacen -murmuré haciendo un esfuerzo por apartarme de la ceiba y regresar al camino; sin embargo, el aroma que emanaba de aquella joven, quien me llamaba como si me conociera de toda la vida, me atraía, es que era tan bella, tan delicada -¿Cómo te llamas? ¿Quién eres? ¡Espera un momento!
Caminé detrás suyo mientras el atardecer daba paso a la noche, serpenteando entre los árboles, aspirando su aroma y llamándola una y otra vez. Me sonreía, cantaba mi nombre y movía las caderas, para luego perderse en los oscuros recovecos de la selva.
-X´tabay, yo soy, yo seré, X´tabay, recuerda Jacinto… ¿Has oído historias sobre mí? Todos conocen mi nombre, se saben las leyendas, todos me temen… ¡Jacinto!
La noche se había llenado de relámpagos y gigantescas nubes, los olores en la selva habían cambiado, los animales corrían a sus madrigueras, y los caminos habían quedado atrás, justo donde yo no podría encontrarlos. Me descubrí perdido, desorientado.
-No sé quién eres, nunca había escuchado tu nombre… ¿De dónde eres? -Traté una vez más de acércame a ella, y le tendí mi mano, embelesado por la oscuridad de sus ojos.
-¿Tienes miedo de estar aquí conmigo?
La lluvia lo cubrió todo, también los latidos de mi corazón. Miré a mi alrededor, no sabía dónde me encontraba; tenía la sensación de estar tan cerca y tan lejos, todo ahí me resultaba familiar, y al mismo tiempo, yo sabía que no lo era.
-Eres la mujer más bella del Mayab… X´tabay, dulce y hermosa X´tabay… ¿Por qué debería temerte? ¡Quiero besarte!
X´tabay me rodeo con sus brazos, acariciándome. Sonreí al sentirme correspondido por tan bella mujer. Mis manos la estrecharon mientras la besaba en el cuello. Estoy seguro que nunca me había sentido tan dichoso como en aquel momento.
-Jacinto… mi pobre Jacinto… deberías temerme… como lo hacen todos -me susurró al oído al tiempo que su cuerpo parecía fundirse con la selva.
Sus labios besaron los míos. Escuché su advertencia, y continué besándola.
-¡Te quiero, bella X´tabay!
-Tus palabras te han sentenciado -gritó lanzando mi cuerpo lejos de ella, provocando que chocara contra el tronco de un árbol a un par de metros de distancia. Cerré los ojos, llevándome ambas manos a la frente, estaba sangrando. Intenté incorporarme, pero estaba demasiado mareado y aturdido.
Aquel cuerpo de mujer joven y hermosa, aquel cuerpo seductor que te invitaba a besarlo, se transformó en un ser amorfo, parecido a un arbusto espinoso, cuyas cuencas estaban vacías, secas; sus pies se tornaron en gigantescas garras y de su boca emanó un aliento fétido. Poco quedaba de la mujer.
-Yo soy, yo seré -chilló aquel ser antes de darme alcance.
Quise correr, apenas alcancé a retroceder hasta volver a chocar contra el tronco del árbol; cerré los ojos y pensé en por qué era tan importante que llegara pronto a casa. Nada, ningún recuerdo, solo mi propia muerte.
-¿Me tienes miedo ahora?
-¿Qué eres? -pregunté sin alcanzar a reaccionar, podía sentir sus manos cual enredaderas apretando mi cuello, asfixiándome. -¿Eres un demonio? ¿Qué eres X´tabay? -Comprendí que no debí desviar mi camino aquella tarde frente a la ceiba, comprendí que no vería a mis padres, que el futuro se evaporaba.
Sí, tenía miedo, tanto que no podía moverme ni gritar o rogar por mi vida… Todo yo, era miedo.