El olor que tienen las cajas

Foto cortesía Pexels

Por Mariana Ortiz Casillas

“¡Ya están aquí! ¡Llegaron! ¡Llegaron!”.

Corro a la ventana y con la nariz muevo la cortina; las otras veces no eran, pero de seguro que ahora sí son ellos. La cola sacude todo mi cuerpo, el sonido está cerca, espero un poco más y… no son.

Regreso al tapete, está viejo y menos cómodo que mi cama, pero tengo que estar cerca para recibirlos. 

Extraño los paseos, antes me llevaban a todos lados. ¿Por qué ya no? ¿Hice algo malo? Mi recuerdo favorito es cuando fuimos a la playa: aún puedo olfatear a los peces; mis niños y yo perseguimos al mar y escapamos cuando él intentó atraparnos con sus brazos fríos.

Tengo hambre, voy a la cocina donde Carla me dejó un plato, no es el mismo de siempre: es más grande y con mucha comida, desde que se fueron no me la he podido terminar. Agarro las que pueden mi hocico y me regreso, ya sé que son muchas vueltas, pero no quiero estar lejos de la puerta.

Nunca me habían dejado tanto tiempo sola, todo empezó el día en que salió un olor extraño de la panza de Juan, igual a la carne podrida. El olor se puso peor, siempre que estaba cerca de él no podía evitar acercarme a olerlo, es extraño que nadie más lo notara. No recuerdo bien qué siguió después, sólo que Carla y Juan salían todas las tardes y regresaban cuando estaba oscuro, siempre cansados, en especial Juan. El líder de la familia no quería comer y se la pasaba dormido, eso no era normal, antes salíamos a pasear al parque; si se metía un ratón entre los dos lo sacábamos; siempre trataba de hacerme sentar con un movimiento de su mano y otras cosas que no le entendía. La última vez que lo vi no me dejaron acercarme. La peor parte de este recuerdo es cuando los niños también dejaron la casa.

De nuevo la noche, en cuanto cierro los ojos sueño con pájaros y risas. Las risas son más fuertes y luego cambian para decir mi nombre ¡No es un sueño! ¡De verdad los escucho! Me levanto, rasco la puerta, lloro y ladro hasta que por fin abren. Mi corazón salta igual que yo cuando saludo a mis niños, no importa que huelan a otro perro sus pies: ya están aquí. También me acerco a la persona que está atrás, hace mucho que no la olfateo, me agrada, su nombre es Tía. Hoy sí que voy a descansar y mejor porque la más pequeña me va dejar dormir junto a ella.

A la mañana siguiente, muy temprano, Tía se fue; por supuesto yo me quedé para cuidar a los pequeños. Pasa mucho rato hasta que Tía regresa, todos corremos para saludarla y desde antes noto que huele igual a la casa donde me inyectan y dan baños, espero que no intente llevarme.

La voz le tiembla al pedirles que la acompañen al sillón, voy detrás de ellos y me siento en el piso. No entiendo lo que dice, debe ser malo pues el más grande se va corriendo y los demás lloran, hago lo mejor que puedo para consolarlos.

La sala está llena de flores y tenemos mucha visita, no quise recibirlos para acompañar a mis niños. Entre la gente descubro a Carla, a ella si la saludo y veo que en sus manos hay una cajita, la pone con cuidado sobre una mesa y elige unas flores para ponerlas ahí. No sé por qué se paran junto a la mesa, los niños lloran, Carla los abraza y desde mi lugar veo que tiembla. 

Todos los días alguien de mi familia se detiene a tocar la caja y le hablan con dolor. Nada es como antes, por eso decido quedarme cerca de la puerta para esperar a Juan, ojalá vuelva pronto, con él todos sonríen.

Después de que los demás se acostaron, me acerco a la mesa. La caja debe tener algo diferente a otras, me levanto sobre dos patas para verla mejor; olfateo las flores y entre ellas, a punto de perderse, reconozco un olor en la caja. Ahora yo tampoco puedo dejarla, me acuesto bajo la mesa y más tarde Carla trata de sacarme, pero no quiero, menos cuando sus lágrimas me explican que ya no veré a Juan.

Un comentario sobre “El olor que tienen las cajas

  1. Qué gran talento tienes Mariana para escribir. Un episodio doloroso del cual también fuí testigo. Pero tengo la fe de que en algún momento nos volveremos a reunir con Juan. Te mando un abrazo con mucho cariño: Carla.

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