Minificciones de verano 2021

Imagen cortesía Pexels

Barriga Blanca

Por José de Lómvar

¡Zum, zum! Barriga Blanca voló ante la flor para succionar su néctar. No quería que otros se acercaran. A lo lejos, escuchó a Cuello Verde aproximarse entre las hojas del árbol. Atrevido. Barriga Blanca agudizó la vista y se disparó hacia el invasor. ¡Zum, zum!

Rutina mañanera

Por Jorge H. Haro

—¡Levántate ya, mijo, que se te hace tarde! —exclamó mi mamá, entrando de golpe en mi habitación.

—¡El uniforme! Ponte el uniforme. ¿Cómo que no sabes si hoy toca el deportivo o el de gala? —me preguntó, arrancándome la pijama.

—Mira nomás ya la hora. Apúrate, mi niño. Termina de desayunar —dijo, mientras prácticamente me ponía un embudo en la boca y vertía por ahí los huevos revueltos y chocomilk.

—Lávate los dientes. Nomás los de enfrente, porque si no, no llegamos —gritó, frenética, arrastrándome hasta el baño.

—Que no se te olvide la mochila. Ahí ya te empaqué el almuerzo. Ya es tardísimo. Nos va a tocar el tráfico —me informó, tras empujarme por la puerta, fuera de la casa y en el coche.

—Mamá —le dije unos minutos más tarde, cuando llegamos a la entrada principal del colegio —ya estoy de vacaciones. Las clases se acabaron la semana pasada.

Botas de lluvia

Por Alejandra Maraveles

Las miré por primera vez mientras esperaba bajo la cornisa de la zapatería, la lluvia caía copiosamente, era una de las primeras tormentas de la temporada. En medio del escaparate, como si fuera un trofeo, las luces pegaban en ellas, destacando su color magenta brillante. Unas botas de lluvia, que en ese momento me hubieran servido mucho. Las miré por cerca de 20 minutos, lo que tardó el camión en pasar.

Cuando subí al transporte, mientras sentía mis pies húmedos, comencé a hacer cuentas, las botas estaban fuera de mi presupuesto, pues lo que ganaba en la tienda de abarrotes era justo, aún así me decidí a comprarlas. Para cuando pude juntar el dinero ya había terminado el temporal.

“Ya vendrá otro verano”, pensé, cada año llovía en la época. Me llevé el reluciente par a mi casa.

El siguiente año comenzó una terrible sequía, la lluvia fue exigua, por no decir nula, no tuve oportunidad de usar mis botas. Pasó otro año, donde la sequía se había alargado, ahora había preocupación de parte del Gobierno, pero yo seguía decepcionada por no poder usar mis botas caras. Para el tercer año, de nueva cuenta anunciaron que la sequía se prolongaba, a razón de la misma, los trabajos escasearon, conseguir alimentos se volvió difícil y en la tienda dejaron de requerir mis servicios. Vi mis botas, las puse en venta porque necesitaba dinero.

Alguien al otro lado del país, donde los temporales seguían su curso, me compró de inmediato mis botas. Las miré, las empaqué con cuidado, las llevé a la paquetería y me despedí de ellas. Iba saliendo de la oficina de correos cuando una gota mojó mi cara… La sequía había terminado.

Un paisaje

Por Missael Mireles

 Observé el paisaje de tonalidad verde, cubierto por un cielo acompañado de nubes pálidas. Parecen pedazos de algodón. Escucho a alguien acercarse a mí; es una mujer sonriente. Me extiende un vaso con agua, de un sabor extraño.

 El paisaje se disolvió. Y de nuevo, veo las paredes blancas, acolchadas, a mi alrededor.

El pequeño Marcus y el verano de 1919

Por Nicte G. Yuen

La familia del pequeño Marcus había permanecido bajo tierra durante la Gran Guerra, al igual que el resto de los vampiros alrededor del mundo. Los humanos se habían transformado en los monstruos más violentos de quienes se tenga memoria. Así es, una mañana algo se les había metido en la cabeza, y habían comenzado a matarse entre sí. Su sed de sangre iba más allá de la necesidad de supervivencia.

El pequeño Marcus había escapado de casa en algunas noches sin luna, había recorrido las trincheras y visto a la muerte velando el sueño de incontables hombres. Se había quedado paralizado, sin saber cómo sentirse al respecto, sin alcanzar a comprender las razones de aquel exterminio al que estaban sometiendo a su propia especie. Quizá le faltaban algunas décadas más de experiencia, después de todo aún era un niño. Para cuando volvía a su ataúd, oraba al gran Padre Drácula, Señor de la Oscuridad; mientras iba cayendo en un profundo sueño.

La Gran Guerra terminó a finales de 1918, papá vampiro les dio la buena nueva a sus hijos durante la cena de fin de año. Había grandes planes a futuro, principalmente, cacerías en los pueblos aledaños sin cañonazos martillándoles los tímpanos. Sin embargo, no fue hasta el verano de 1919 cuando mamá vampiro consideró oportuno tomar vacaciones.

Y ahí estaban las maletas en la puerta, cubiertas de telarañas y repletas de capas negras; más que preparadas para tomar unas merecidas vacaciones vampíricas.

Y NO VIVIERON FELICES PARA SIEMPRE

Dulce deseo

Por Maik Granados

Ella sintió la firmeza de sus jóvenes manos sosteniendola. Él, acostado en aquel camastro junto a la alberca, la miró ansioso. Contempló su perfecta silueta, siguiendo cada línea de su apetitoso perfil e indiferente a las miradas públicas. Ella, exudó algunas gotas con olor a coco. Él, humedeció sus labios, después lamió su figura como un animal hambriento. Lengüetada tras lengüetada, ella se sintió disminuida, presa de su violento actuar. Hasta que una mordida arrancó un pedazo de su cuerpo, en seguida otra mordida, y otra pedazo más. Ella se había entregado sin resistencia al dulce deseo de aquel puberto, mientras él saboreaba el último resquicio de existencia aquella paleta de hielo.