CAMBIOS

Imagen cortesía @Pexels

Elena despierta. Un día como cualquier otro. Se estira, cuan larga es, dando la bienvenida a todo cuanto el mundo quiera regalarle esta mañana, este día, esta vida. Sopesa todo lo que lleva dentro de la piel y lo lleva consigo fuera de casa.

Ahí afuera el día ha comenzado: Paula hace sus entregas y al verla, saluda mostrando sus uñas. “¡Qué lindas!” exclama Elena en voz alta y la frase resuena en su interior con un dejo de ironía. Un niño pasa corriendo frente a ella, lo único que pasa por su cabeza es cómo desearía intercambiar sus pensamientos con él.

Sin embargo la vida sigue, el tiempo salta llegando a alturas que con su corta estatura, Elena no alcanza a divisar.

Cuidándose de no mostrarse pesimista, avanza poco a poco soltando cumplidos, recibe sonrisas de agradecimiento a cambio, ella misma deja salir un gesto automático que desobedece al ritmo de sus pensamientos, una metralleta que nunca ha sabido hacia donde apunta, seguramente esa es la razón por la que ella es el blanco perfecto para la mayoría de los impactos. 

Elena llega al trabajo con la sensación de ya haber cumplido con toda su jornada: sus párpados pesan (¿será por la humedad o el exceso de sueño?) y su cuerpo se siente tan liviano que apenas puede mantenerse erguido. 

Duele. Algo bajo su piel duele, como si ésta hiciera presión. 

Elena mira hacia el frente y algo nubla su vista, algo negro, tenebroso y cuya figura no alcanza a distinguir. Por un momento, su mente fabrica una gran bestia con la que tendría que luchar para conseguir su libertad, lejos de ese trabajo, de esa casa, de esa piel; una feroz criatura que le daría batalla hasta el último suspiro, ese que la haría sentir merecedora de la dicha de empezar de nuevo. Pero tal contienda no existía más allá de su mente. La gran bestia no era más que su cansancio obligándola a cerrar los ojos. 

Decepcionada, y al mismo tiempo exhalando su alivio, Elena se dirige a buscar una bebida que la active. Mientras la bebe, no deja de pensar en el mal que le está haciendo a su cuerpo al consumirla, pero, ¿qué más da? No hay nada que pueda hacer para evitar la muerte, ¡Vaya! Otro tema recurrente.

Y así pasan las horas para Elena, enlistando pensamientos dolorosos de recordar, ya sea por el suceso o la ausencia de éste, por la explicación dada por sí misma, por alguien más o por no tener una.

Camino a casa, intenta encontrarle alguna particularidad al día que termina, algo entre su repertorio de pedradas personales que no sea tan malo, o por lo menos, un poco menos hiriente que el día anterior.

Su atención vuelve al sendero para darse cuenta de que está más lejos de casa que al inicio. ¿Estuvo caminando en círculos o en la dirección contraria? Peor aún: el reloj ya no está ahí, ha reventado el vidrio y salido corriendo por medio de sus manecillas, que avanzan con mayor velocidad al sentirse perseguidas.

La humedad contenida bajo sus ojos sale sin filtro alguno, rápida y pesadamente hasta cubrir con su agua todo su cuerpo, afloja la cubierta. Esa parte que le ha estado apretando tanto cae al suelo. Elena respira mientras las lágrimas continúan su curso, causándole ardor al contacto con su nueva piel, esa clase de ardor placentero de cuando al fin te quitas de encima algo que te estuvo haciendo daño.

Elena mira hacia atrás e inhala. El camino está despejado.