Pare de Sufrir

Imagen cortesía PEXELS

Por José de Lómvar

El gorgoteo de un arroyo hacía eco en las paredes de la cueva. El agua escurría pendiente abajo, en donde terminaba la oscuridad con el brillo de un cuenco de porcelana blanca. Por más señales de urgencia que su cerebro mandara a sus piernas, éstas se anclaban a la roca y el agua, cual ancla de plomo.

CLONC… CLONC… CLONC…

El agua dentro del cuenco burbujeó. 

CLONC… CLONC… CLONC…

Sudor. Se mordió los labios, recitando una letanía: ya casi llego, ya casi llego, ya casi llego. Sus músculos ardían de cansancio. Sólo quedan dos metros. Parado frente a la porcelana, vio en el reflejo una sonrisa de alivio.

Abrió los ojos, sobresaltado. Le dolía la vejiga. Se irguió con un brinco y corrió hacia el baño. Las cuatro paredes hicieron eco en cuanto el arco amarillento rompió la tensión de la superficie del agua. Regresó a su cuarto y fijó su mirada en la hora. Eran las 4:52 am. A pesar de la tasa de café que había preparado a la 1:00, se quedó dormido repasando los apuntes para su examen de filosofía helénica. En poco más de media hora, tendría que estar en la parada del camión. Agarró su taza de café, medio llena, caminó pesadamente hacia el microondas y preparó una porción más grande para su termo. Bostezó mientras se alistaba para el frío decembrino.

A las 5:30 am, sujetaba su termo contra la barriga, aprovechando todo el calor del café. Creo que hasta Marco Aurelio se permitiría un poco de comodidad ante este frío. Giró la tapa del termo, sirviendo una porción para calentarse. Al terminar, cerró el termo y siguió esperando.

Sentado en el camión, repasaba mentalmente las ideas centrales del estoicismo. Dominio de la razón sobre las pasiones, entre ellas, las preocupaciones ocasionadas por problemas ajenos a nuestro control. Las luces de la avenida se difuminaban entre el movimiento del camión. Zenón de Citio dijo… No lo recordaba. Se estaba quedando dormido. Se sirvió otra porción de varios sorbos. El avance del camión se volvió lento. Se asomó por la ventana. Tráfico. ¡Mierda! Pensó. Un choque el día de mi examen final. ¿Qué más puede salir mal?

Sintió un cosquilleo en la vejiga. La sensación era ligera, pero con la cantidad de café que había tomado, las ganas se le acumularía hasta meterlo en problemas. Trató de concentrarse en el contenido de su examen. El logos, o sea la inteligencia o la razón, debe de moderar la conducta. Marco Aurelio sugería la negación moderada de las necesidades del cuerpo… 

Se mordió los labios. A la chingada con esto. Se paró de su asiento y se asomó nuevamente. Quedaban dos cuadras. El tráfico seguía lento. Cada segundo acumulaba otra gota en su vejiga.  Pidió la parada y se bajó corriendo. El cambio repentino del calor del camión y el olor humano al frío de la calle y el smog acentuó su urgencia.

Su mirada brincaba de un rincón a otro, buscando un lugar discreto en donde pudiera desahogarse, pero había demasiada gente. Corrió hacia el “Oxxo”. Preguntó al cajero si podía entrar al baño. Un simple “no” hizo que su corazón se acelerara. Salió otra vez a la calle y cruzó la avenida. A lo lejos, leyó un letrero que decía: Iglesia Universal, Pare de Sufrir. Por fin, dios o demonio, Logos o Dionisio, se apiadó de sus plegarias.

A las puertas de la Iglesia Universal, un hombre de una sudadera café escribía el horario de los servicios.

—Buenos días. ¿Puedo usar su baño?

El hombre le dirigió una mirada como si fuera la comida del fondo del refrigerador.

—Déjame preguntar.

Cinco minutos después, salió una mujer redonda cubierta por un rebozo. Hizo la misma pregunta. Pidió que la esperara y, sólo después de cinco minutos, regresó para darle la negativa. Congruencia entre el pensamiento, el verbo y la conducta, decía el discurso, apenas discernible, de un estoico. ¿O era de otra escuela? La mujer, irónica, cruel y sardónica, le hizo un ademán para despedirlo.

¿Qué hago? Se dijo a sí mismo. Sin otra opción, corrió a unos arbustos frente a una casa. Ojalá Marco Aurelio me pueda perdonar, pensó, después de todo, él era emperador; yo, un simple estudiante.

Entre tantas palabras de filosofía, había aprendido una lección: nunca volvería a tomar café sin tener cerca un buen excusado.

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