
Por Nicte G. Yuen
“Las huellas del hombre-lobo comenzaban lentamente a ser cubiertas por la nieve, que no cesaba de caer. El aullar del viento parecía tener un tono de salvaje alegría, como si disfrutara con la tragedia…”
El ciclo del hombre lobo
Stephen King
La noche venía hacia mí, con su luna llena y su cielo plagado de constelaciones, con sus nubes grisáceas y sus bajas temperaturas… otra noche invernal. Cerré los ojos, tenía las manos sudorosas y aferradas al borde del balcón, confundidas y temerosas de sí mismas. Ya venía, justo detrás del ocaso, y con ella venía también el monstruo, la necesidad de sangre humana, el poder y la destrucción. Entonces tuve miedo, creciente y paralizante, emanaba de algún rincón de mis entrañas, podía sentirlo, podía olerlo abriéndose camino hacia el exterior; y no sabía qué hacer, cómo controlarme. Allá en el horizonte el naranja se difuminaba con los bordes rojizos de las nubes, proyectando una tarde apacible… Apacible, sí, hasta que la luna me diera la bienvenida.
La realidad en la cual yo habitaba se fracturó con la primera luna llena del año, cuando fui mordido por un hombre lobo. La verdad es que todo sucedió tan rápido que no alcancé a reaccionar, en un primer momento pensé que el sujeto que me seguía estaba buscando el momento perfecto para asaltarme y darse a la fuga; quizá iba a ser víctima de secuestro, pero cuando sus garras perforaron la piel de mi hombro, comprendí que iba a morir, no quería robarme la cartera, ni secuestrarme para extorsionar a mis padres, ni ajustar cuentas. Su intención era matarme, alimentarse de mí, lamer mi sangre, y volver a casa antes del amanecer; simplemente saciar sus instintos. Sin embargo, algo sucedió que lo obligó a huir, dejándome justo en el límite, no estaba vivo ni muerto, ni tenía esperanzas de sobrevivir, ahí estaba mi sangre sobre el suelo del callejón para corroborar el destino que me esperaba.
Debió matarme para que no terminará convirtiéndome en un monstruo de su misma especie. Debió hacerlo.
Los recuerdos de aquella noche están rotos, y el tiempo los ha ido difuminando… Mi cuerpo, tirado junto a un basurero comunitario, cubierto de mordeduras y desgarres, sangre y vómito, gritos escapando de mi garganta, lágrimas y sudor; al final la muerte, mirándome sin saber si avanzar o retroceder.
Renací convertido en un hombre lobo; aunque no lo descubrí hasta la siguiente luna llena. Desperté el día posterior al ataque a medio vestir sobre el sofá de mi sala, la cabeza amenazaba con estallarme, por lo que busqué un par de aspirinas y me metí a la cama. Dormí doce horas seguidas. Cuando por fin reaccioné tenía la sensación de haber perdido la memoria, necesitaba recordar algo, pero no sabía qué.
Fui a trabajar, fui a visitar a mis padres, fui a jugar billar con los amigos, fui a un concierto, fui al cine. Luna llena, luna menguante, luna nueva, luna creciente, cuarto creciente… Veintinueve días después el más perfecto caos de apoderó de mi cuerpo, y terminé recorriendo la ciudad, convertido en un hombre lobo. Maté a una mujer, tengo la imagen de desgarrarle el cuello y saborear su sangre, no estoy seguro si era una enfermera o una doctora… Dicen que la primera muerte es la más dolorosa, quizá sí, no puedo negar que tuve remordimientos, que deseé no haberla asesinado.
Cuando las pesadillas se volvieron algo recurrente pensé en el suicidio, y es que odiaba al lobo que dormitaba bajo mi piel, a ese monstruo que siempre asistía puntual cada luna llena, dispuesto a matar a la primera persona con quien se cruzará. Me odiaba a mí mismo, cada día, todos los días. Una pistola, un cuchillo, veneno, lo que fuera que acabara con el lobo y con el humano; pero al final, el instinto de supervivencia es el más poderoso de todos.
Las lunas llenas siguieron asistiendo puntuales a la cita, y yo comencé a disfrutarlo, la cacería era excitante: perseguir, acorralar, inmovilizar, asesinar, alimentarse y volver a empezar. La cadena alimenticia, el cazador y su presa, simple supervivencia.
La última luna llena del año, puedo sentirla cruzando el firmamento, en busca de sus lobos, tú, yo, nosotros. Las pesadillas y los remordimientos quedaron tres víctimas atrás, agonizaron junto con los restos aún humanos que me habitaban.