Despedida

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Por Luis Payán

Jaló el gatillo. Mi mundo se derrumbaba al mismo tiempo que caía al suelo. Me dio un beso en la mejilla y se despidió con aquella sonrisa que me atrapó desde la primera vez que la vi. Mientras me arrastraba por la nieve, mi mente no dejaba de repasar la secuencia de eventos que me condujeron a este momento. Quizá no puse la atención debida. ¿Me dejé llevar? Era tarde para pensar en el pasado, aun así, las imágenes pasaban delante de mis ojos. Una secuencia de escenas como si estuviese protagonizando mi propia película noir. La sangre mezclada con analgésicos no dejaba de escurrirse por las calles que me vieron crecer y caer, formando riachuelos por las grietas en el asfalto. 

Pensaba en el beso que me hizo caer ante la promesa dada por una sonrisa. Aquel beso amargo que sellaría mi destino. La vi alejarse sin prisa, hasta perderse en la distancia. Pensé que voltearía una vez más, pero tan sólo fui un peón en un juego entre maestros del engaño. 

Logré llegar a un establecimiento de café. El toldo cubría los copos de nieve que no dejaban de amontonarse en mi espalda.  Las luces de la ciudad se diluían. Los objetos perdían claridad, y comenzaban a adquirir formas distintas.

Cuando la vi con el sujeto que me arrebató lo más preciado en mi vida. Quise destruirlo todo. Arrancar las extremidades de los responsables y arrastrarlos de los cabellos hasta las gélidas estepas del infierno. Aunque eso significase mi propia destrucción, tenía una deuda que saldar. Deuda que lo comenzaría todo, pero en estos momentos creo que fue lo que le dio inicio al fin.

Puedo verlos, después de tanto dolor. Tanta soledad. Tanta sangre, por fin puedo verlos.

Cariño estoy en casa.