
Por Stephanie Serna
—Buenos días, ¿en qué puedo servirle?
—Buen día, un americano grande sin azúcar, por favor.
—Enseguida.
—Disculpa, pero me resultas conocida.
—Iré por el café.
—¿Laura?
—Sí… Tú eres…
—¿No me recuerdas? Soy Maggie, de la primaria.
Me detengo a observarte, aunque realmente utilizo el tiempo para intentar averiguar qué quieres que te diga, ¿que te reconocí desde que entraste a la cafetería aunque no recordaba tu nombre?¿Que esperaba no ser yo quien te atendiera?
—Maggie, claro, cuánto tiempo.
Qué ganas de volver a esos días.
—Muchísimo ¿cómo te ha ido?
Trabajo de dependienta en una cafetería sin futuro, ¿tú qué crees?
—Muy bien, pero cuéntame qué has hecho.
Es mejor así, habla tú, miente tú. ¿Cómo podría explicarte que ya no encuentro mi lugar en este mundo? A ti, que conoces mis más infantiles deseos, los más sinceros. Claro, eso en el supuesto de que recuerdes nuestros juegos y conversaciones durante los recreos.
Todo ha cambiado, o eso es lo que nos han dicho, el problema es que yo no cambié… O tal vez sí, y demasiado, más de lo que yo misma pude imaginar.
—… terminé la especialidad hace poco.
—¿Pediatría?
—No, al final me decidí por cardiología.
Aparentemente, tú también.
—Creí…
—Yo también lo creí, pero a veces los sueños se alejan mucho de la realidad, Lau.
¡Dímelo a mí! Que estudié lo que quise, ¿y de qué me sirvió? Para conseguir este empleo salvavidas, algo temporal, como dije en un principio…
—¿Y tú? Estudiaste robótica, ¿cierto? Lo vi en Facebook.
—Sí…
Ahí está, ¿cómo huyo ahora?
—Me alegra, aún me acuerdo de ti diciendo qué era lo que querías ser “de grande”.
Sí, sigues siendo la misma de antes, salvándome en medio de una frase incómoda y utilizando comillas aéreas en momentos indicados. Seguramente, al igual que yo, no te sientes grande a pesar de tu edad, de lo que has logrado, de lo que te dicen que se supone deberías estar haciendo.
—Los sueños se alejan, ¿no?
—¿Lo hacen ellos, o nosotras?
No esas preguntas de nuevo, por favor.
—Disculpe, ¿podría dejar que avance la fila?
Bueno, al menos puedo ayudar a que algo en este mundo avance.
—Perdón. Bueno Laura, supongo que te seguiré viendo por aquí.
Eso más que un buen deseo, suena a reto.
—Gusto en verte otra vez, Maggie.
Como si la rutina no fuera lo suficientemente pesada, te vuelves parte de ella, con tu café americano sin azúcar como un recuerdo constante de que las cosas no llegan como uno las quisiera.
Me pesa el hecho de recordar que ya lo había conseguido: podía dormir varias noches consecutivas sin mayor insomnio que el de final de mes, mostraba un gesto amable en la cafetería todos los días y ahora debo conformarme con una sonrisa chueca por cliente, incluyéndote. ¿Los demás qué culpa tienen? ¿La de decidir iniciar su día con un café? Yo fui una de ellos hace mucho tiempo, hasta que pasé a únicamente servirlo.
Al menos así, el mundo sigue avanzando.