Ave de mal agüero

Por Maik Granados

Suena el timbre de mi domicilio y ahí está la visita indeseable del señor cartero, antes este personaje era catalogado, en la mayoría de los casos, como poseedor de buenas noticias. Acarreaba en una enorme alforja, decenas de cartas, provenientes de lugares lejanos con las promesas de amantes distantes, logros estudiantiles en países con lenguas extrañas o noticias de algún pariente que por años vivió en la ausencia. Y qué decir de los telegramas, versiones antiguas de los emojis en «Whatsapp», donde la precisión en el uso de las palabras era determinante para hacer llegar el comunicado a un precio conveniente.

Hoy, el señor cartero sólo es portador de deudas, notificaciones de embargo y, si bien me va, traerá consigo el catálogo de utensilios de cocina, fabricados con un plástico súper indestructible, y que, por ninguna razón, debo prestarlos para el itacate de un invitado a mi casa, porque es seguro que nunca me los regrese.

En esta ocasión llegó a mi buzón el cobro del predial, no obstante, las sorpresas de gasolinazos de inicio de año, con su correspondiente oleada de aumentos en los productos y servicios, el municipio decidió incrementar el valor catastral de los terrenos y viviendas en la ciudad, la consecuencia lógica: el aumento del impuesto a la posesión de la tierra, en poco más del 40% respecto al año anterior.

Al ver el monto de mi carga impositiva, quería ahorcar al pobre señor de las cartas, ave de mal agüero que emprendió ipso facto la huida en bicicleta, seguramente notó la transformación de mi semblante al de un asesino en potencia.

La buena nota, era que, si pagaba antes del final del primer trimestre del año, gozaría de un descuento por pronto pago, además podría emitir un voto en el programa de presupuesto participativo, para darle prioridad a obras que los ciudadanos creemos necesarias.

Así, después de cumplir con mis obligaciones ciudadanas, leí el listado de propuestas de mejora para mi ciudad; para mí desventura, la calle empedrada que lleva a mi domicilio, donde, por cierto, existen unas enormes hondonadas, seguirá pendiente de reparación.

Tal vez el próximo año, vea con otros ojos la llegada del pobre cartero.