
Por Maggo Rodríguez
Se ha ido, partió ayer por la tarde. Sé que regresará, ella es así. Cada viaje o salida que hago, está presente en mi cabeza, no puede quejarse porque cuando estoy lejos de la ciudad, le procuro al menos unas líneas en hojas de papel.
Es rebelde y dicen que es mi culpa por no disciplinarla, creo que en realidad su esencia es así, como la de una yegua salvaje que cabalga libre por las praderas, a veces dócil, pero nunca domable. O quizá es que no quiero desgastarme en tareas tan cuadradas como lo es la disciplina.
A veces, un par de copas de vino la convencen de volver. No siempre la fórmula resulta, y es que a veces termino embriagándome hasta las orejas. Si así sucede, al final de la velada, hay más preguntas que respuestas, con más miseria que felicidad. En otras ocasiones, llega silenciosa mientras lavo los trastes, mirando por la ventana hacia mi aburrido patio.
Cuando me abraza lento, siento un calor especial que me inunda, primero el pecho y luego las manos, hasta que llega a cada rincón de mi piel. Sin embargo, llega a veces intempestiva, golpeándome duro en la sesera, no me duele, por el contrario, siento como si me inyectara una buena dosis de alegría y esperanza en un mejor futuro.
Creo que algunos días la ignoro sin querer. El trabajo me absorbe de más en temporadas, sobre todo a final de mes, y ella está ahí, en pie de guerra. Me canso tanto que, aunque se la pasa hablándome toda la noche, finjo oírle pero no escucho. No lo hago para que se moleste, es sólo que el sueño también es un amigo caprichoso.
Como se ha ido, no puedo crear sorprendentes mundos, ni contar aventuras de princesas, brujas, hechiceros o asesinos, sólo escribo lo que sufro en su ausencia. Quizá ya regresó y no me ha dado cuenta. No lo sé. La única certeza es que regresará tarde o temprano.
Mi inspiración, ¿dónde estará?