
No estoy muy seguro si festejaré hoy, víspera de Año Nuevo, no después de lo que me hizo la perra que fue mi esposa, Lidia, maldita sea, debí suponerlo desde un principio, como pude ser tan estúpido si todo era bastante claro; transcurrido un año de “feliz matrimonio”, ella comenzó a distanciarse, cada día más y más: comida fría, cerveza caliente, ya no había intimidad entre nosotros, aquellas llamadas misteriosas que realizaba estando lejos de mi presencia y que descubrí un día que yo había llegado temprano del trabajo, pinche puta.
Pero Mabel, mi hija, sigue aquí conmigo, nunca la defraudaré. A ella tampoco le agradaba mucho Lidia, para ella era una madrastra bastante aburrida, nunca quería salir a pasear con Mabel, ni le hacía la típica pregunta: “¿Cómo te fue hoy cariño?” Cuando regresaba de las clases, ella tenía razón cuando a Lidia la catalogaba como “bruja”, aunque ese adjetivo le queda corto.
-¿Cuántas novias has tenido, papi? -Me preguntó mientras se sentaba en mis piernas.
-Si te contara tal vez nunca terminaría, mi amor -le respondí, a manera de una broma inocente, pero supuse que debía contárselo, después de todo no había nada de malo en eso.
Su pregunta me hizo recordar a Laura, a quien conocí gracias a un amigo de mi hermano, Peter, en un concierto de Soda Stéreo. Ella soñaba con ser actriz de Hollywood, y vaya que tenía talento para la actuación; solía invitarme a sus obras teatrales, recuerdo cuando interpretó el papel de “Dulcinea” en una de las miles de millones de adaptaciones que se han hecho del Quijote, el rol del Ingenioso Hidalgo estuvo a cargo de don Ignacio López Tarso en esa ocasión.
En ese entonces, y también tenía mis propios proyectos, unos amigos y yo teníamos una banda: “Pioneros”, aunque no lo tomábamos como algo profesional, tan sólo nos gustaba reunirnos para pasar una entretenida noche de viernes o sábado, tocábamos covers tanto en inglés como en español, incluso llegamos a tener algunas presentaciones en bares, pero nunca pasamos de eso.
Fue corto el tiempo que duramos juntos, pero ella tenía un sueño que cumplir, y yo no era capaz de impedírselo sólo para que estuviera junto a mí, aunque nunca dejamos de tener contacto. Si mal no recuerdo se fue a Los Ángeles, tal vez no sea tan famosa como Salma Hayek, pero si ha cosechado un poco de éxito, probablemente ahora debe de estar participando en alguna obra de Broadway. Dos semanas después de su partida, me reuní con mis amigos para organizar una fiesta bohemia, a todos les extrañó que Laura no estuviese conmigo, ellos no sabían que se había marchado, hasta ese día.
Laura no está, Laura se fue, ella se escapa de mi vida…
-¿Ya te olvidaste de Isabel, papi? -Mabel sonreía, me pareció curioso el hecho de que ella recuerde a Isabel, aunque no le he contando mucho de ella.
-Ella es más inolvidable que Laura, princesa -le devolví la sonrisa.
-¿Dónde la conociste? -Después de haberme preguntado, Winston entró en la sala, apenas tenía tres meses de nacido el gato de angora, se lo regalé a Mabel en navidad, y ella lo adoraba.
-Te lo contaré, es larga historia, pero vale la pena -me aseguré de que estuviera cómoda entre mis piernas, levantó a Winston del suelo para abrazarlo. -En 1968, ocurrió una de las peores tragedias que ha sufrido el país; sucedió en la Ciudad de México, una manifestación inmensa, y bastante violenta, miles y miles de personas, en su mayoría estudiantes y trabajadores de la UNAM fueron asesinados, algunos desaparecieron y jamás fueron encontrados, la gente lo conoce como “el movimiento estudiantil del 68” o “la matanza de Tlatelolco”.
-¿Ahí fue donde la conociste? -Preguntó Mabel, parecía que estaba interesada en el relato, aunque no se podía decir lo mismo de Winston, dormía plácidamente con su cabeza recargada en el antebrazo derecho de mi hija.
-En efecto, princesa, ahí fue donde la conocí, ¡qué mujer! Ella era inocente, su familia es dueña de una empresa… emm… no logro recordar el nombre, pero es una empresa automotriz. Algunos líderes activistas fallecieron durante la oposición, otros renunciaron por el miedo, pero ella siempre se mantuvo al frente, aunque le costara la vida, a Isabel nunca le agradó el gobierno. El tiempo transcurrió, el movimiento había terminado, yo sentía algo por ella, algo que cada día tomaba más fuerza, aunque hubo algunos detalles que me obligaron a olvidarla; su marido, su hijo y su segundo embarazo.
Isabel, sueño de mis sueños quiéreme, Isabel como yo te quiero quiéreme, Isabel, quiéreme Isabel quiéreme…
Mabel se quedó callada, por un momento creí que había podido percibir algo de melancolía en mi relato, acariciaba a Winston, comenzando por su cabeza y continuando por todo el lomo del gatito. Fue ahí cuando regresó a mi mente el recuerdo de Amparo, la mamá de Mabel, nunca he tenido el valor de contarle la verdad, de decirle que conocí a su verdadera madre hace diez años, durante mi estancia en Barcelona, de confesarle que se largó a Sídney con un jugador de futbol americano cuando ella tenía sólo un año de edad. El pajarito del reloj cucú salió de su compartimiento de madera para anunciar las seis de la tarde.
-Oye papi, ¿dónde festejaremos Año Nuevo? -Su voz siempre suena tierna cuando me hace alguna pregunta. Yo no tenía planeado celebrar, no después del coraje que me hizo pasar la barata de Lucía, pero eso sí, tampoco figuraba en mis planes el decepcionar a Mabel. Ya se me ocurrirá algo.
-Probablemente vayamos a casa de tu tío Peter -le dije mientras yo también acariciaba el rostro de Winston.
-¿Crees que también asista el Sr. Óscar?
-No lo creo, princesa, tu tío Peter me contó que él prefería estar con sus hijos en estas fechas.
Winston no paraba de ronronear, hasta que saltó hacia el suelo, dirigiéndose a su vacío tazón de comida, de su hocico se escapaban suaves maullidos. No era necesario hablar el idioma de los gatos para entender que estaba hambriento. Había un sobre de atún en la mesa, y junto a eso, mi frasco de insulina, no me tocaba dosis hasta que volviese a ingerir alimentos. Me levanté del sofá para servirle el atún sobre su tazón, no había terminado de vaciar el contenido cuando Winston había comenzado a comer.
-Papi, vuelve a contarme sobre mi mami -aquella frase me tomó por sorpresa, le hice creer que Clara era su verdadera madre, nunca le había mencionado ni siquiera el nombre de Amparo. Regresé al sofá, nuevamente Mabel se sentó en mis piernas.
-¿Te acuerdas que te conté que a tu mami Clara la conocí en una fiesta?
-¡Sí! ¡Y qué estuviste ebrio durante toda esa noche! -No pude contener la risa tras escuchar aquello, me parece raro que ella nunca olvide esa parte de la historia.
-¿La extrañas?
-Un poco papi, ¿por qué se fue?
Mabel tenía tres años cuando Clara regresó a Buenos Aires, lo nuestro sólo fue una aventura que duró bastante tiempo como para que fuese eso, una simple aventura.
-Digamos que ella ya tenía su vida hecha en Argentina -yo esperaba que Mabel se sintiera triste después de pronunciar aquellas palabras, pero afortunadamente no fue así.
Continuamos conversando durante un buen rato, cuando de repente hubo algo que llamó mi atención: La voz de Lionel Ritchie, que alegremente cantaba “All Night Long”. Supuse que se trataba de Joanna, mi nueva vecina proveniente de Nueva York, ella vive en el edificio departamental siguiente al que vivimos nosotros, su marido la abandonó, dejándola sola con sus dos hijas (tenemos tanto en común). Una de las niñas se llama Raja, es un año mayor que Mabel, el nombre de la otra es Natasha, la menor, creo que no llevan ni cuatro meses viviendo ahí. Eran una humilde y honrada familia de origen afro-americano
-Entonces, ¿No haremos nada en la noche? -Sentí que una capa de decepción se había escapado de la boca de Mabel, junto con la pregunta.
-Sí festejaremos, princesa, no sé bien dónde, o con quién, pero te prometo que sí festejaremos.
La voz de Lionel Ritchie había terminado, ahora sonaban James Brown, Ray Chrales y Stevie Wonder. A pesar de haber sido abandonada por su marido, ella era la típica madre soltera que hacía todo lo posible por el bien de su familia, no sé si tiene trabajo, o no, pero es una joven mujer más que respetable. Sus hijas cantaban junto con ella, se sabían perfectamente las letras, me sorprendió lo felices que eran, aunque tal vez no tenían con quien celebrar Año Nuevo, al menos que tuvieran familiares en Guadalajara, pero ¿y si no los tenían?
Fue ahí cuando se me ocurrió…
-Ya sé que haremos en la noche, Mabel -le susurré al oído.
-¿Qué papi? -respondió emocionada.
En el refrigerador había un paquete que contenía un pavo entero, lo había comprado el día anterior, ya sabía con quién podíamos compartirlo, a Mabel le fascinó la idea, vaya que sí, hasta me dijo que ella cocinaría pastelillos de maíz con sabor a vainilla, no sé por qué tengo el presentimiento de que, cuando finalice la preparatoria, se inclinaría por estudiar gastronomía.
Ya pasaban de las ocho de la noche cuando comencé a cocinar el pavo, era en serio la opción de los pastelillos que había dicho Mabel, la ayudé a prepáralos, aunque yo prefiero que no coma ese tipo de cosas, pero igual es una niña, hoy es Año Nuevo y ella está demasiado flaca.
Joanna y sus hijas no dejaban de cantar, parecía como si su felicidad aumentara en cada momento que transcurría, ese sentimiento era contagioso, y no podía imaginar su reacción cuando se dieran cuenta de que tendrían compañía en Año Nuevo. El pavo desprendía un olor exquisito, el reloj marcó las nueve y cuarto, y tal vez era pronto para comenzar a devorar la cena, pero tratándose de Joanna y su familia, eso no tenía importancia, no siempre se tiene la oportunidad de convivir con personas de diferente raza en una fecha importante. Sólo faltaba esperar a que los pastelillos estuviesen listos, que para ser sincero pienso que no nos quedaron del todo bien, pero ese fue un motivo para hacernos morir de risa tanto a mí como a Mabel.
En cuanto el banquete quedó listo, y sin pensarlo dos veces, nos dirigimos al departamento de Joanna, su música seguía y seguía sin parar, en ese momento era el turno de los Jackson 5. Con la mano derecha temblando, toqué el timbre, y con la otra mano sostuve el jugoso pavo, teníamos la esperanza de que nos escucharan, sonaba fuerte la voz de Michael Jackson, yo me sentía un poco nervioso, varias veces me invadió el pensamiento de que probablemente Joanna no tenía conocimiento del español, pero era un riesgo que valía la pena.
Abrió la puerta de su departamento, estaba más que sorprendida, ella y sus hijas nos recibieron con inmensas sonrisas, y amablemente nos invitaron a pasar. Por fortuna, sí hablaban nuestro idioma. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos conversando, pero fue valioso para ellas, al igual que para Mabel y para mí. Fue ahí, mientras todos cantábamos y celebrábamos felices tomados de la mano, cuando me di cuenta de que no necesariamente debemos pertenecer a diferentes culturas para poder comportarnos como verdaderos hermanos.