Juego de niños

Por Alejandra Maraveles

…a las tres se quema la base, uno… dos… tres…

Cristal había escuchado esa frase hacía mucho tiempo, le resultaba difícil precisarlo, sin embargo, estaba segura que habían pasado ya varios años.

Nunca había sido una niña popular, por el contrario, los demás niños la ignoraban o, peor, la rehuían. Desde pequeña había sido innegable, por mucho que hiciera por los demás seguía siendo prácticamente invisible. Eso quedó latente ese día. Después del grito del niño que hacía de brujo, todos corrieron, ella como siempre era de los retrasados, sintió la mano de aquel niño a su espalda: “Encantada”, siguiendo las reglas del juego se quedó estática. El resto corrió en distintas direcciones y Cristal esperó… los segundos se hicieron minutos, los minutos se transformaron en horas, pero ningún niño fue a “desencantarla”.

Tal vez lo sorprendente habría sido que algún niño se hubiera acordado de ella y al tiempo que “desencantaba” a sus amigos hubiera hecho otro tanto con ella. Pero eso no sucedió. Y para mala suerte de Cristal se vio atrapada en el encantamiento, cuando quiso moverse por sí sola sin que nadie la hubiera tocado, notó que no podía hacerlo. Era una estatua.

La posición que Cristal había adquirido no era difícil de sostener y, aunque así lo fuera, parecía que ya no sentía calambres, de hecho, era incapaz de sentir cualquier sensación física.

La niña esperaba que al anochecer sus padres se dieran cuenta de su ausencia, pero conforme la noche pasó se percató de que no había sido así. Aquello le desilusionó, no esperaba se acordaran de ella de inmediato, sin embargo, suponía que tarde o temprano se darían cuenta de que no estaba presente.

Tal vez creyeron que me perdí” era el pensamiento que la hostigó los días siguientes, pero con el paso de las jornadas cambió a un “tal vez no les importo para nada”. Durante varias semanas Cristal se sintió muy deprimida, ese sentimiento de abandono parecía ser lo único en su cabeza.

También pudo percibir que nadie más podía verla, para el resto se había vuelto tan transparente como el nombre que sus padres le habían otorgado al nacer.

Una noche miró al cielo y vio una hermosa luna llena, ésta hacía la noche tan luminosa con su luz, que no había necesidad de las lámparas artificiales para poder observar el entorno. Las plantas y la calle asustaban menos ante el foco lunar, aquello le sorprendió agradablemente a la chica, era un mundo nuevo, uno que nunca había admirado con detenimiento.

Después de esa ocasión esperaba con ansias la luna llena, y así fueron pasando los meses que llevaban de la mano las estaciones, el verano cedió al otoño y después entró el invierno que le dio la bienvenida a la primavera.

Pasaron tantas lunas llenas y tantas estaciones que Cristal perdió la cuenta, lo que le servía como testigo del tiempo transcurrido eran las cosas que sucedían a su alrededor. Un buen día vio que el terreno baldío donde permanecía ella lo estaban transformando en parque. Al terminarlo ella había quedado atrapada en medio de una jardinera pegada a unos arbustos.

Otro día un pajarillo decidió hacer su nido sobre una de sus manos, notó con cierta alegría que la mano ya no apuntaba tan abajo como lo había hecho en un inicio, los arbustos plantados a su alrededor ya le quedaban chicos, entonces comprendió que el encantamiento no le impedía crecer.

Soy como un árbol” comenzó a decirse Cristal, “puedo crecer, pero no puedo moverme y sólo los animales se fijan en mi”. Las personas pasaban a su lado sin sentir su presencia. Eso había dejado de importarle, algo dentro de ella le hacía sentirse feliz con su estado.

Cristal a veces podía jurar que sentía los dedos sus pies, era sólo un instante, también solía ocurrirle que en días extremadamente fríos o muy calurosos sentía la temperatura del ambiente. Aunque era sólo un momento le recordaba a la muchacha que aún estaba viva.

  Sí, Cristal no sabía cuanto tiempo había pasado, cuando esa tarde de verano escuchó esa frase nuevamente.

…a las tres se quema la base, uno… dos… tres…

Un grupo de niños jugaban cerca de la jardinera en la cual había habitado durante años sin molestar a nadie. Los chiquillos corrieron a lo largo del parque, mientras el niño brujo comenzaba a “encantar” a los rezagados quienes se quedaban inmóviles. Un chico alto y desgarbado que haciendo uso de sus piernas largas había corrido más que los demás, regresó para “desencantar” a sus amigos, mientras corría giró su cabeza hacía la jardinera, estiró la mano y musitó “desencantada”. Después corrió con el resto de sus amigos.

Cristal, al acto, logró mover la mano, la sensibilidad le volvió poco a poco a todo el cuerpo, el niño desde la base le sonrió, posteriormente siguió jugando. La muchacha percibió que las ropas le quedaban pequeñas y no pudo evitar sentir algo de miedo por la libertad recién obtenida.