
Por Stephanie Serna
Amenaza global. Precauciones extremas. Ciertamente nadie sabe a qué nos enfrentamos. Jamás ha sido visto. Podría tratarse de una creatura de la naturaleza o del hombre, un animal, una bestia, un asesino en serie, sin medio de comprobación. Hablan de él en las noticias, del misterio y la incertidumbre, las preguntas se lanzan al aire tres veces al día, en todo el mundo por igual, se ha extendido con implacable velocidad.
—Bueno, suficiente. Ahora a darle forma, parece lista de súper.
—Espera, es una lluvia de ideas.
—¡Pretextos! Hazlo ya.
—No tengo prisa.
Lo que comenzó con un toque de queda terminó convirtiéndose en una permanencia en casa por tiempo indefinido, un encierro de horror, donde la paranoia estaba a la orden del día, siendo ella aún peor que el misterioso verdugo.
—Pero, ¿qué es? Tienes que especificar
—No necesariamente, el lector decid…
—El lector, el lector, ¿Por qué tiene el lector que tomar las decisiones que tú no te atreves? –
—Yo podría…
Recorriendo playas a desiertos, carreteras a ciudades, hasta que se vio en la necesidad de comenzar a tocar puertas. Se moría de hambre y no podía evitarlo.
Un dragón toca a mi puerta…
—¡No, espérate! ¿Cómo que un dragón? ¡Eso es ridículo! ¡Inexistente!
—Bueno, ese es el punto, aquí puede existir, ¿Cuál es el problema? Si lo escribo, es posible.
—Nadie va a tomarte en serio con esos personajes sacados de la manga.
—¿De donde más esperas que los saque? Convención y punto.
Hablaban de él en las noticias, a lo que tanto le temíamos estaba afuera de mi casa. Comenzó a golpear las ventanas, primero con un sonido amable, después insistente hasta volverse violento. No pensaba abrirle la puerta, era letal, todos hablaban de ello.
—¿Y qué hay del nombre de…? Otra cosa: ¿es él o ella? ¿Por qué siempre tienes que ser tan impersonal?
Su mirada atraviesa la estructura de mi hogar, taladra mi nuca, está al acecho, no puedo resistirme, me muevo involuntariamente hasta dar la vuelta y quedar de frente a la puerta. Mi mano va hacia la manija. No, esto no puede estar pasando. Abro esperando encontrarme a mi propia muerte, pero en su lugar me enfrento al vacío.
—¿Eso fue todo?
—Es todo lo que se me ha ocurrido hasta ahora.
—¿Qué tal si lo alargamos? ¿Si llevamos a este personaje a otro escenario? Siempre te mantienes en tu zona de confort y no cambias de tiempo ni de espacio, por eso tus cuentos son tan cortos.
—¿Llevamos? Tú no haces más que retrasarme
—Pero…
—¡Basta!, ya me hartaste, hoy no vamos a conseguir nada. Ahí muere.