Minificciones veraniegas

No soporto la lluvia

Por Alejandra Maraveles 

Aunque era un día caluroso y un poco nublado, sentí el frío de las gotas al caer sobre mi cabeza, se sentían gélidas como tu recuerdo. Me estremecía cuando el agua resbalaba por mi cabello hasta tocar mis hombros, queriendo que no llegara a mi espalda y así evitar un respingo con la sensación helada. 

Mientras me secaba tuve que hacer una nota mental: “Pagar el gas para no volver a tener una ducha sin agua caliente”.

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Castigado todo el verano

Por Jorge H. Haro

El trayecto a su nuevo hogar era largo y aburrido. Lo único que a Richie se le ocurrió para pasar el tiempo era molestar a su hermanito. Le picó las costillas, pisó sus zapatos, se chupó el dedo índice y lo insertó en su oreja, todo mientras arremedaba sus reclamos, hasta que lo hizo llorar. Furiosa, su madre le lanzó una mirada asesina y lo amenazó con castigarlo todo el verano si no se comportaba. 

Por el resto del viaje, de Richie no salió ni un pío. Sabía que su madre hablaba en serio y lo último que quería era ser sometido a tal castigo. De acuerdo con lo que leyó, los veranos allá en Urano duran algo así como 21 años.  

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EL PEQUEÑO MARCUS Y EL AMOR

Por Nicte G. Yuen

Los vampiros nunca de los nuncas se enamoran en verano, demasiado sol, demasiado calor, demasiadas vacaciones, demasiados humanos yendo y viniendo de la playa, con ese insoportable olor a coco y bloqueador. Es una de esas reglas no escritas que todo monstruo respeta; y claro que el pequeño Marcus la conocía, pues la había oído un par de veces en conversaciones de sus padres y de sus abuelos.  Sin embargo, como es bien sabido, las reglas se hicieron para romperse, inclusive aquellas no escritas; y un bienaventurado día de verano, el pequeño Marcus se enamoró. Lo supo apenas sintió que la sangre se le congelaba en las venas, y es que Amanda era la más cruel y despiadada de las niñas vampiro, tenía unos cabellos largos y dorados que jamás peinaba, y una inexistente sonrisa en los labios, su vestido negro azabache estaba cubierto de telarañas y moho, y desprendía siempre un penetrante olor a tierra mojada. El corazón del pequeño Marcus se hubiera acelerado dentro de su pecho cuando sus miradas se cruzaron por primera vez; pero a los vampiros no les funciona desde el día de su muerte. Estaba enamorado de Amanda, no tenía dudas, por eso mismo entró en pánico y corrió a esconderse en su ataúd, le echó encima un par de candados y colgó un letrero que decía, clausurado hasta nuevo aviso.

Y NO VIVIERON FELICES PARA SIEMPRE

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Fantasía de verano

Por Maik Granados

Fermín escuchó en su cabeza una melodía con la voz de Roberto Jordan: «Si tu me quieres, dame una sonrisa, si no me quieres, no me hagas caso...». Fijó su mirada en los pechos simétricos de una veinteañera de bikini rojo al tiempo que abandonaba salpicante aquella alberca.

Imaginó a esa chica rubia caminando hacia él, mientras recogía entre sus manos su largo cabello humedecido. Fantaseó con ella recostándose boca abajo en el camastro junto al suyo, al tiempo que le pedía una bebida con alcohol para saciar la sed. La imaginó con la espalda desnuda dispuesta a recibir la crema bronceadora. Fantanseó con sus manos llenas de bloqueador recorriendo aquel jovial y endurecido cuerpo de piel tostada por el verano. Incluso imaginó el sabor del sudor de aquella joven mujer, mezclado con el olor a coco de las crema protectora solar, humectando sus labios mientras estos recorrían la firme orografía de aquel vientre ardoroso junto a la alberca…

Lo que Fermín no imaginó, fue el semblante de su esposa cuando salió del trance, ni el monto de la pensión que pagaría a cambio de aquella fantasía.