
Por Gastón Cejas
Aquí estoy firme como soldado. Esperando el pitazo del Juez. Mis compañeros van ocupando sus posiciones; algunos no pueden aparentar el nerviosismo y se mueven elongando en su lugar. Todo parece indicar que vamos a iniciar con la formación tradicional. A decir verdad, me preocupan las dos torres que trajeron al equipo para reforzar la defensa. Es cierto que las anteriores ya no rendían, pobres, los años no vienen solos y la humedad del armario tampoco ayuda. Solían comentarme que por las noches ya no soportaban ni su propio peso. Pero a estas dos les falta mucho. Las veo endebles atrás. Mejor, la boca se me haga a un lado.
Me estiro la media y me afirmo a la banda izquierda, mi lugar en el mundo. El estadio está repleto de un público que no deja de murmurar. Raro encontrar fanáticos tan respetuosos. Por lo que veo hoy jugamos de visitante. Puedo contar más de diez rostros mirando el campo de juego, sumado a los curiosos que detienen su marcha por la peatonal ante la tensión de la contienda.
Empiezan a salir del vestuario los contrarios. Otra vez vamos contra los blancos. Suelo imaginar en vano el tener de contrincante a un equipo de otro color. No sé, amarillo podría ser, o que amaneciéramos pintados color caoba, siempre quise tener ese dorado caribeño. Pero no, seremos los negros y eso no va a cambiar. Dejaré la queja para otro rato, falta que lleguen hasta aquí las esquirlas de la lucha de clases. Cómo olvidar la tarde en que los niños pintaron los bigotes al Rey Blanco, ni le cuento del revuelo que se armó. “El Dalí” lo bautizó la barra inmortalizando el gaste.
Éste no es un desafío cualquiera, es contra nuestro histórico rival. Aquí sólo se trata de ganar a como dé lugar. Sabe lo que significa volver con ellos a la misma caja; y puede pasar un largo tiempo hasta volver a competir. Bueno, en algunas ocasiones cuando llegan unos primos de la familia, salimos a jugar a cualquier otra cosa. También es divertido; relajarse y disponer otra batalla contra los soldaditos de hule o construir estructuras junto con los bloques de madera. Así fue cómo quedé sentido de cintura, sobrecarga de la zona lumbar baja. Como saben que respondo a lo que pidan, pusieron sobre mí un montón de piezas del Jenga. Los médicos decían que no iba a volver al cuadriculado nunca más. ¿Qué les pasa? Me tienen que extraviar para eso.
Lo importante en el juego es quién lo maneje a uno. Más allá de las condiciones individuales que pueda uno tener como deportista de alto rendimiento. Cuando el director técnico es el Señor de la casa, que lujo. Nos movemos en el campo con una soltura y una parsimonia. Recuerdo aquella vez en donde en tres movimientos ya estábamos sobre la línea de gol del adversario. Ni transpiré ese día. La gente aplaudía eufórica a los negritos. En cambio, si el que conduce es un boludo, ni qué decir. Y eso que la capitana de nuestro equipo es bien cabrona. Nadie le discute una indicación, cierto que a veces la embarra bien jodido. Pero la señora ya está grande, se mueve de pasito en pasito. Ya no puede hacer esos piques largos como en su juventud. Le cuesta mucho regresar.
—¡Señoras y Señores sean bienvenidos a la casa mundial del ajedrez! ¿Cómo la va querido Gambeta Larralde?
—¡Buenas tardes a todos! Muy bien querido Pollo. Expectante a lo que nos vayan a brindar estos fuera de serie.
La tensión se puede percibir en el campo de juego, los equipos ya están alineados y los cronómetros marcan ceros. Como siempre el primer movimiento lo realizamos nosotros, por más quejas y sugerencias nada va a cambiar. Los blancos siempre estarán anticipados a nuestros movimientos. Comienzan a desplegarse en el tablero. Nosotros por contraparte hacemos lo mismo; rápidamente concentramos el primer avance sobre mi sector. En el medio campo se traba el juego. Ningún equipo quiere ceder terreno. Cargando hacia adelante como siempre, me llevo la marca hasta chocar con la defensa contraria. La torre debutante me usa como escudo y logra romper la primera línea defensiva. De inmediato se recuperan. Veo cómo la caballería blanca pasa por encima de mí y se hace de un espacio ciego. Nuestra capitana hoy parece un poco dormida. Pasa que se aburguesó. Ya no hay hambre en su juego. Intenta contraatacar con su guardia personal derecho. El alfil cruza la cancha en diagonal y se hace de una de las fortificaciones rivales. Comienza el palo por palo, el pieza por pieza. Una horrible masacre se da en segundos. Uno de los blanquitos dice a su compañero: “mirálo al negro de mierda”. Me fui sobre él enseguida. El árbitro detuvo el cruce sino lo mataba. Yo entiendo el folclore que rodea y embellece al juego, pero ya es hora de evolucionar y dejar el racismo atrás.
—La cosa se complica querido Gambeta. Qué partido tenso.
—Sin dudas querido Pollo, ambos equipos esperan el error del contrario sin arriesgar de más.
No tuve otra cosa mejor para hacer que esperar viendo todo lo que sucedía a escasos metros míos. —¿Qué hacemos? —dije a la Dama. Ella me miró confundida. Los rivales ganaban cuadrículas sobre nuestro campo. Tienen una delantera digna de miedo. Sin remedio replegamos, mientras observo que por la banda izquierda queda un corredor libre hasta la línea final contraria. El Rey mirando desde atrás como siempre. ¿Quién lo eligió Rey al bruto este? Es el hijo del dueño, que puede uno hacer. Su mejor idea fue ordenar una “defensa siciliana” sobre la derecha. El equipo entero se miró consternado. Nos van a pasar por arriba de esa manera.
Por mi parte no acataré una decisión así. No vamos quedarnos a la espera de que el contrario se harte de mutilarnos piezas, mientras escapamos de una situación compleja, para entrar en otra peor. Parecemos ciegos guiados por otro ciego.
—¡Aquí! ¡Aquí! ¡Estoy libre! —qué poca visión de juego tiene este muchacho, pensaba.
La muchedumbre que presenciaba el partido se tomaba la cabeza al igual que yo. El público que en su mayoría apoyaba al otro equipo, ahora asentía la carnicería. Las Blancas ya estaban posicionadas sobre nuestro territorio. Ya cansado de gritarle al incompetente que movía nuestras piezas. Decidí seguir mi destino. A cada distracción yo avanzaba un paso. Atacaban la defensa formada, yo continuaba. Llegué a la línea media. Y la torre contraria bloqueó mi andador. En una demostración de habilidad individual, y con sólo ese recurso por delante, uno de nuestros alfiles, fintó la línea de peones blancos que tenía delante y avanzó varios casilleros deteniéndose próximo a mi sitio. La torre blanca corrió en su búsqueda. Yo volví a ver el pasillo. Y la gloria me llamaba a gritos. Y sólo soy un soldado. Uno de mis compañeros me pedía a gritos que mantuviera mi posición, que me iban a suspender, o de seguro el director técnico me pasaría a la banca de por vida. Otros no dejaban de alentarme en mi periplo hasta la línea de fondo. La fortificación creada por orden de nuestro Rey comenzaba a desvanecerse ante los ataques abrumadores del rival. Uno de los esbeltos caballos blancos atropelló a nuestra capitana y la sacó del campo. Algo en mi interior se quebró. Alguna vez casi que me acepta un café por ahí, pero ya saben cómo son las cosas. Ella una distinguida señora, yo un triste Peón. Vi con más claridad ese camino que la vida me mostraba. Si fuera ésta mi última vez sobre el tablero, que sea entonces cubierto de laureles. El mequetrefe con manos me escuchó. ¡Por fin, eh! ¿Quién pensás que sos, Kasparov? En dos movimientos saqué del campo al caballo blanco que pastaba distraído. Continué mi avance a paso decidido. Hoy era el día. Hoy sería merecedor de ese café. El Rey desde el fondo me gritaba ya sin fuerzas que volviera a la defensa para seguir muriendo con dignidad. Que idiota pensé, no estoy entrenado para retroceder. Lo seguí ignorando hasta que la línea de fondo se apareció ante mí. Corrí, como el viento, como nunca antes, dejando atrás todo lo que se intentaba interponer. Cuando los blancos se percataron de mi presencia, hicieron todo lo posible por bloquearme, ya era tarde. Di mi paso final y coroné.
Los testigos comenzaron a aplaudir mi valentía… no le digo yo. Se preguntaban por ese tipo que arrancó atrás de media cancha y el cuadriculado le quedó chico. A pura gambeta, y con todo el potrero encima. Ese día el pincel se afinó para mí. La Dama volvió al cuadriculado. El resto del partido perdió interés para mí. Ya no volvería a jugar. Mi brazo ejecutor me lanzó a la caja golpeándome contra el esbelto caballo blanco. Cierto es que un Peón nunca puede contra un Rey.