
Por Elik G. Troconis* (autor invitado)
Los siguientes textos son fragmentos del proyecto en curso «Platero y yo, hoy».
El amanecer
Carlos quiso que fuéramos a ver el amanecer en las montañas ayer. A él lo conoces bien, Platero; es quien te trae terrones de azúcar cuando viene a visitarme. Pero me sorprendió lo que hizo. Consultó en su celular la hora exacta a la que saldría el sol al siguiente día y a partir de ello planeó nuestra ruta. Debíamos salir puntualmente a las 5:30 para andar media hora y llegar a la cumbre unos minutos antes de las 6, cuando, según su agorero, aparecían los primeros destellos de la corona del astro.
Qué cosas, Platero… Yo habría pasado la noche ahí, a pesar del frío, y habría esperado pacientemente que mis ojos percibieran la aurora hasta que ésta debiera aparecer. El amanecer, querido amigo, se parece tanto a la vida: uno llega en el momento exacto en el que suceden las cosas, no puede: uno debe estar ahí y esperar, sereno, a que las cosas vengan, a que la vida se presente. Pero no se lo digas a Carlos, quizá se enfade y no te vuelva a traer terrones de azúcar.
El juicio
Me pregunto, Platero, qué pensarán de nosotros en algunos siglos. ¿Se sorprenderán de que creyéramos en Dios como nosotros nos sorprendemos de que los griegos hayan creído en tantas divinidades? Quizá dediquen libros enteros a explicar la religiosidad con la misma distancia que hoy nosotros vemos el pensamiento mítico. Tal vez los artistas incluso conviertan pasajes de las Escrituras en bellas alegorías y los hombres de ciencias usen el nombre de algún personaje bíblico para denominar algún complejo psicológico o alguna enfermedad. ¿Qué dirán de nosotros y de nuestros intentos por comprender este universo indescifrable? Espero, Platero, que no sean tan duros como nosotros, que entiendan que hicimos lo mejor que pudimos.
*Elik G. Troconis es miembro del programa de becas y formación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas.