IMBOLOC

Por Omar St. Esteban   

El Doctor no sabía de qué estar más admirado, por una parte no se imaginaba cómo aquella Anciana de aspecto quebradizo y sucio, que tenía enfrente; se las había arreglado para pasar sobre un mar de vivos moribundos enfermos, montañas de achacosos catarros, murallas de cuerpos azotados por el cáncer . Cómo aquella figura quebradiza había brincado la  barricada, que construían los ruidos escalofriantes, provenientes de corazones estrujados, por sus arterias y demás aflicciones. El Médico no dejaba de sorprenderse porque esa Anciana de piel martajada, con suma crueldad por el padre tiempo, clamaba estar embarazada. 

El Doctor tomó aire profundamente, de la influenza en turno, fría brisa que se colaba por los hoyos de los plafones, que a su vez, parecían oscuras ratoneras. Comenzó a revisar aquel abultado vientre de la paciente, cuya cabellera era una maraña de pelos grises y quebradizos; el Doctor pidió que se trajera el equipo para hacer una exhaustiva lavativa, pero el vientre retumbó violento, ante tal diagnóstico. El Doctor de inmediato puso su estetoscopio sobre aquella inmensa barriga, donde escuchó el latido de un corazón. Sonido escalofriante, que pareció resonar en todos los presentes, la Anciana comenzó a gritar desconsolada, y sin mostrar resistencia alguna, dejó que el Doctor y las enfermeras bruscamente la colocaran en la cama de parto, al hacerlo, una pierna se despedazó; lo que dio paso a un raro olor, combinación entre humedad y madera podrida, que se esparció por el lugar. En ese momento la fuente se rompió y un interminable riachuelo inició, poco a poco, a inundar el sitio. 

Sin previo aviso, de las mismas entrañas de la Anciana, miles de mariposas salieron volando, que intercambiaban entre ellas, colores al vuelo, luciérnagas de fulgor furioso iluminaban el camino a cientos de cantarinas, escarabajos y cochinillas, que arrastraban interminables porciones de hierba y enredaderas; que daban origen a miles de girasoles, bugambilias y margaritas. Mientras la Anciana moría, el Doctor pudo ver una pequeña cabeza, que se asomaba desde los adentros; se apresuró a sacar a la recién nacida y al hacerla llorar, la niña sonaba a el trinar de las aves, pero también sonaba a Vivaldi, a Mozart y Strauss. Y al abrazarla el Doctor asombrado, reconoció enseguida ese olor fresco, a dulce primavera.