Criaturas extrañas

Por Missael Mireles

No sé cuánto tiempo llevan ahí, pero de lo que sí estoy segura es que no me gustaría asomarme a averiguarlo. Por nada del mundo. He de confesar, me parece curioso: durante mucho tiempo, y hasta la fecha, jamás me había topado con algo que me aterrorizara tanto, aún sabiendo que este mundo está plagado de cosas extrañas. Incluso para muchos son enigmáticas, sin embargo existen, sé que existen.

El moho de los muros me indicaba el tiempo en que este castillo ha estado sumido en total abandono. No me molesta, en absoluto, de hecho, me agrada. No fue hace mucho cuando decidí establecerme aquí. Pero Dios, siento mucho miedo.

En momentos me asomo por entre los barandales de madera. Está muy oscuro ahí abajo, y de verdad quiero deshacerme de esas cosas que ahí acechan. No las veo, pero siento que, desde esa penumbra, me observan. Carajo, mierda, hijos de puta, de verdad me aterran. Siempre lo he sabido, esas criaturas existen: me han contado sobre ellas, las he visto en imágenes. Nunca me imaginé que provocaran en mí todas estas sensaciones. Se supone que yo no debo sentirme así.

Una ráfaga de viento recorrió mi espinazo, o al menos eso sentí, pudieron haber sido escalofríos. Miré alrededor, en busca de algún objeto que pudiera servirme como arma. “Con un demonio, ahora resulta que debo recurrir a un arma, cuando en verdad no necesito ninguna”, pensé.

Decidida, frustrada, desesperada y asustada me digné a bajar las escaleras, asegurándome de no hacer el más mínimo ruido, ni siquiera el de mi respiración. Me esfuerzo lo suficiente para que mis movimientos sean sutiles. Me acerco al primer escalón, a la penumbra, y…

¡Carajo! ¡Ahí están! ¡Me observan! 

–¿Qué le pasa a esa vieja? –pensó uno de los conejos. Hicieron caso omiso a la histérica bruja que flotaba sobre ellos, y felizmente se aparearon.