Mi otro papá

Por Alejandra Maraveles

–Disculpa mi atrevimiento –el hombre canoso me miraba con la esperanza en el rostro –, pero quería decirte que eres mi hijo.

Ese viernes a mediodía, al salir a comer fuera para romper la rutina godín parte de mi vida cotidiana, no era precisamente el mejor momento para hablar conmigo, yo estaba bastante molesto pues la comida había salido más cara de lo normal, en mi mente iba repasando los gastos faltantes por cubrir antes de la quincena, maldecía por lo bajo que sólo por ir a ese restaurante, debería comer Maruchans el fin de semana, el lunes nos pagaban, nunca un día antes. Sólo me faltaba eso, un hombre con cara de loco venir a decirme que yo era su hijo, si mis recuerdos eran exactos ya lo había visto en repetidas ocasiones, así como hay mucha gente de caras ya conocidas de tanto encontrártelas, no sé cuántas veces lo encontré en las inmediaciones del edificio donde laboraba que me hizo pensar que él trabajaba en algún lugar cercano. No obstante, ¿de qué iba esto?, para mí no tenía sentido, ¿quién aborda a alguna persona para soltarle semejante bomba? Lo miré, no podía reconocer algún rasgo familiar en el señor quien estaba parado frente a mí.

–Creo que usted se equivoca –contesté guardando la calma, mientras el resto de mis colegas me miraban con una insana curiosidad.

–¿Acaso no eres Fernando Guevara?

–Sí, pero…

–No eres del año 1995.

–Sí…

–¿Tu madre se llama Margarita?

–Sí… bueno, se llamaba, ella falleció hace dos años –dije aún con ese nudo en la garganta formado cada vez que hablaba de ella.

–Dios la tenga en su gloria –mencionó el hombre –, la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

En las palabras del hombre, encontré muchas coincidencias con mis datos, pero había varias cosas que no podía negar, primero, yo estaba seguro de no ser adoptado, segundo jamás había tenido duda de ser hijo de mi padre, y tercero…tal vez el punto más importante, ese hombre parecía estar un poco trastornado.

–Sí… en verdad sigo creyendo que se equivoca.

–No, no, yo sé que eres mi hijo… y después de tanto buscar.

Los ojos escrutiñadores de mis amigos me hicieron sentir todavía más incómodo de lo que ya me sentía. El hombre me miraba con ese brillo, podría llamarlo sí… amor, esperanza y un dejo de nostalgia.

–Mire, tengo que regresar al trabajo.

–Dame tu teléfono –me rogó.

Y allí dos horas más tarde, después de haber recibido más de 20 mensajes con una clara invitación para continuar con nuestra plática, estaba pensando que debí haberle dado un número falso. ¿De dónde había salido ese hombre? Mi madre se llamaba Margarita Rodríguez y ese tipo aseguraba que había sido su amante, según mi padre, él fue su único novio, no tenía razón para sospechar de ella.

Decidí verme con él en un bar del centro, sabía que allí no encontraría a nadie conocido. Él me describió a una mujer que podría ser mi madre, pero también otro montón de mujeres, mientras hablaba las lágrimas corrían por sus mejillas, se lamentaba de la muerte de mi madre, así como de no haber guardado alguna fotografía suya.

–El juego, hijo, ha sido mi más grande problema y mi más grande satisfacción, por el juego tuve que irme de aquí y ahora soy dueño de una gran fortuna, no pasa una semana sin que gane en apuestas al menos unos cien mil pesos. Quería regresar a ella, a mi Margarita, y obviamente a ti, hijo mío.

Llegué a mi casa, pensando en “mi nuevo padre” quien aseguró que yo llevaba su nombre. Pero también mi abuelo paterno se llamaba así, por lo que seguía creyendo que todo era una extraña coincidencia. Una voz en mi cabeza iba creciendo, un “aprovéchate de la situación” se iba haciendo más clara y contundente.

Durante meses le había estado rogando a Diosito por ayuda; necesitaba dinero urgente. Mi carro estaba dando las últimas, mi padre lo había chocado hacía no mucho. La casa estaba hipotecada, la enfermedad de mi madre no sólo la había consumido a ella, sino también los ahorros de mi padre, los míos y la casa. La tarjeta de crédito la tenía sobregirada. ¿Y si ese hombre era la respuesta a mis plegarias? ¿Yo quién era para dudar de los designios del Señor? Además, no es que fuera a robarle, Don Fernando se estaba ofreciendo a darme dinero, mismo que había conseguido por su calidad de ludópata, ¿cómo desperdiciar una oportunidad así?

Al paso de las semanas, apenas y podía verle a la cara a mi padre, me sentía como si fuera el esposo que engaña a su mujer. Entraba a casa de puntillas después de ir a ver a Don Fernando, las excusas para cubrir de dónde sacaba el dinero, comenzaron a hacerse cada vez más ridículas e inverosímiles, pero mi padre me creía, porque él sabía que yo sería incapaz de hacer algo ilegal… claro, que no pensó nunca en mi baja calidad moral.

La comida con Don Fernando me compró el carro nuevo; acompañarlo a una tarde de juego en el casino, me desahogó las tarjetas de crédito; la ida al teatro, mi nuevo celular; la salida a cacería al campo, pagó tres meses de hipoteca; cuando me presentó a “mi madrastra”, es decir, su esposa, conseguí que me cediera de su tiempo compartido en la playa.

Meses después, me estaba acostumbrando a hacerle una llamada a Don Fer cada que necesitaba dinero, incluso ya estaba pensando en comprar un departamento propio, llevar la vida que siempre deseé, sabía que lo conseguiría si empezaba a llamarlo “papá”. Había planeado todo con precisión. Nos veríamos en el restaurante de lujo de preferencia de Don Fernando, le diría que ya me sentía en confianza para dirigirme a él con esa familiaridad, le diré incluso mamá a su esposa, si se ponía de modo, seguro le encantaría el toque.

Estábamos en la mesa ideal, todo había salido con exactitud a mi plan, un depa nuevo venía en camino. La comida deliciosa, la favorita de Don Fer, obviamente, su mujer encantadora y yo con ella, también, “¡Qué joven se ve!”, “Se ve muy guapa en ese vestido”… Y tenía mi frase final guardada, la que llevaría a decirle a ese hombre de cabello cano, la palabra que tanto ansiaba. “Se ve muy bien, pero lo que más le luce es esa mirada de cariño hacía mi… “

La palabra “Papá” flotó en el aire, fue a pegarse en el rostro de mi verdadero padre, quien se me quedó viendo con el escepticismo pintado en sus ojos agrandados por la sorpresa de encontrarme en aquel lugar.

–¿Fernando?

Su presencia, venía a arruinar el plan, además, si Don Fer, se enteraba de que lo había estado usando, probablemente iba a pedir que le regresara hasta el último centavo que me había dado. Podía notar cómo mi cara se iba poniendo de color rojo. Mis mejillas ardían y sentía la lumbre pintar hasta mi frente.

–Buen día, soy el padre de Fernando –comentó el hombre de cabello cano.

Las cejas de mi padre se elevaron hasta casi salirse de su cara, yo sólo deseaba huir de la situación. Mi padre, siempre tan recto, estaba descubriendo a su hijo como el peor de los canallas, podía leer en sus ojos la decepción, el entendimiento de dónde había sacado el dinero para los pagos en la casa. Respiré, por allí dice “Que no hay peor pena que robar y que te cachen”, supongo que quien lo dijo jamás había estado en mis zapatos. Abrí la boca, no me quedaba más que confesar y después pedir un poco de clemencia para regresar el dinero de a poco.

–Esto es…

–Un gusto –dijo mi papá, adelantándose –. Soy el padrino de Fernando, es genial conocerlo, al fin. Me ha platicado tanto de usted.

El encuentro cedió a mi vergüenza, mi papá se presentó y después se fue del lugar, Don Fer me hizo algunas preguntas sobre él, y yo me limité en mi conversación, excusándome de que no me sentía muy bien. Dejamos la comida para otro momento.

Cuando llegué a casa, sabía que me esperaba una buena. Había desilusionado a mi papá, quien me había criado. ¿Por qué? Por dinero, era la peor persona del mundo. Mi padre me esperaba sentado en la sala.

–¿Quién es ese hombre? –me preguntó.

Yo resumí lo que había pasado en los últimos meses, él asentía con la cabeza una y otra vez, como si entendiera lo bajo que había caído yo.

–¿Me dices que él pagó la hipoteca y el carro nuevo? ¿Tu teléfono celular y otras cosas?

–Sí, yo sé que debo regresar todo, pero…

–No –dijo mi padre –, sigue así, ese hombre sólo quiere el cariño de un hijo, a mí no me molesta, tal vez podamos sacarle una pantalla inteligente…

–¿Lo dices en serio?

No podía creer lo que estaba escuchando, mi padre, que tanto me había hablado de las virtudes y sobre el bien y el mal. Tal vez mis oídos estaban fallando.

–Vamos, no es tan grave –mencionó mirando mi celular –, él tiene dinero y quiere compartirlo contigo, yo la verdad, no puedo darte más, además, si lo pensamos mejor, tu madre ya está muerta, a ella ya no le perjudica… y pues no es que ella haya sido una santa… bien podrías ser hijo de ese hombre.

Sabía que mi padre no lo creía, pero también sabía que hablaba en serio respecto al dinero. Sonreí, pobre Don Fernando, realmente era hijo de mi padre y no de él.