EN UNA TARDE DE LLUVIA

Por Stephani Serna

Era miércoles. A eso de las 3 de la tarde, el sol resplandecía en el cielo, apenas cubierto por algunas nubes blancas. Manuel miraba por la ventana mientras trataba de resolver los problemas de matemáticas que le habían dejado de tarea el día anterior. Si papá se enteraba de que no los había hecho, seguramente cancelaría sus planes de ver una película con él en cuanto llegara de trabajar y además, no lo llevaría a jugar basquetbol el domingo. Sin pensarlo dos veces, volvió a concentrase en el cuaderno.

***

“Dos birotes, un litro de leche y unas gomitas para tu hermana. Dos birotes, un litro de leche y unas gomitas para tu hermana. Dos birotes, un litro de leche y unas gomitas para tu hermana.” Camino a la tienda, repetía en mi mente el pedido de mi mamá para no olvidar nada, así como siempre lo hacía cuando me mandaba a la tienda, pero en esta ocasión resultaba más difícil por el golpeteo de las gotas de lluvia sobre mi cabeza. Crucé la calle dando saltos sobre los charcos al ritmo de mis pensamientos: “Dos birotes, un litro de leche, gomitas para…” ¡Ah! ¿Pero es que Vale no vio que estaba lloviendo? ¿No podía esperar? ¡No!

***

—¡Hola, hermosa! Sube, por favor.

—José, te dije claramente que no vinieras.

—Ya sé, pero hoy salí temprano y quise…

—Sabes que no me refiero a eso, ya no quiero verte, ¿Cuántas veces debo repetírtelo?

—Vamos cariño, todo ha sido una discusión sin sentido. ¡Sube!, ¿o es que me vas a tener siguiéndote otra cuadra más?

—Sí, hasta que te canses y me dejes en paz.

—Esto no será nada, querida. ¿Sabes cuántas horas espere afuera de la agencia el día que nos conocimos para invitarte a salir?

***

Una simple división separaba a Manuel de su libertad desde hacía más de 20 minutos, gracias a la tabla del 7, que siempre le había resultado sumamente complicada. Mirando por la ventana esperaba que las respuestas cayeran del cielo, sin embargo lo único que llegaba a su cabeza eran ideas sobre la forma de aquellas nubes grises que flotaban por encima de la casa del vecino. Para cuando Manuel terminó la tarea, eran las 5. Después de guardar sus cosas en la mochila, Manuel regresó a la ventana para cerrarla, fue entonces que llegó hasta su cara la brisa y las primeras gotas del temporal. Justo en ese momento, corrió a bañarse antes de que comenzara a hacer frío.

***

—¡Buenas, doña Cata! —exclamé mientras paseaba mis pies de atrás hacia adelante sobre un cartón que habían puesto en la entrada de la tienda.

—¡Hola, Gabo! —recibí el saludo de la señora desde el otro lado del mostrador. Comencé a pasearme por los pasillos buscando las gomitas mientras pensaba en lo mucho que odiaba que me dijeran Gabo. “Mi nombre es Gabriel” me daban ganas de gritarle a doña Cata y a quien me llamaba así.

***

—Ya párale, José, mejor vete a tu casa antes de que se te acabe la gasolina.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que es más probable que se te termine el tanque antes de que yo acepte subirme a tu camioneta.

—¿Le pones algún pero? Tú bien sabes la capacidad del tanque, durará mucho tiempo.

—Exactamente, por eso lo digo.

—No creo que con esos tremendos tacones que te cargas aguantes tanto caminar.

—No me subestimes.

***

¿La pijama de estrellas o la de aviones? Esa era la gran pregunta. Envuelto en una toalla, con el cabello goteando y escuchando la voz de mamá por encima del sonido de la lluvia diciéndole que se enfermaría si no se vestía rápido, Manuel tomó la decisión de ponerse la pijama de estrellas. La voz de mamá se escuchó una vez más con una nueva pregunta:

—Manuel, ¿Cerraste la ventana?

Eso fue suficiente para que el pequeño saliera corriendo escaleras abajo hasta toparse con la ventana abierta y un enorme charco que se extendía a lo largo de la sala, comenzando a mojar los muebles. Faltaban cinco minutos para las seis.

***

—Oye Gabo, ¿a poco tu mamá te mandó ahorita que está lloviendo tan fuerte? —me preguntó doña Cata mientras yo ponía la leche en el mostrador.

—Sí, ya ve. Oiga, no tiene gomitas en forma de pingüino, ¿verdad? —dije dándome por vencido y preparándome para el berrinche de Valeria. —Sí, acá andan —dijo doña Cata señalando un pequeño estante de dulces justo frente a mis narices. —Son para tu hermanita, ¿eh? —preguntó, seguramente porque recordaba el último desplante que había hecho Vale en la tienda cuando le dijeron que no había pingüinitos. —Sí, ya sabe, son las que le gustan, ¿me puede dar una bolsita para dos birotes, por favor? —pedí estirándome para alcanzar las gomitas.

—Sí mijo, ¿qué más vas a llevar?— dijo tendiéndome la bolsa.

Ya que tomé los birotes, los llevé al mostrador y dije con seguridad: —Nada más.

***

—Ándale, preciosa, no te sigas haciendo del rogar.

—¡Que no!

—Tarde o temprano te vas a cansar.

—No lo haré.

—Tengo todo el tiempo del mundo.

—¿Ah sí? ¿No tienes nadie que te esté esperando?

—Nadie.

—No mientas.

—Es la verdad.

—Claro que no, tú eres la única mujer en mi vida y lo sabes.

—Yo ya no estoy en tu vida

—Mi amor…

—No soy nada tuyo… y no te rías.

—¿Cómo no me voy a reír? Sí eres de lo más dramática.

—…

—¿Qué?

—No es drama, estoy hablando en serio.

—Bueno, súbete y lo hablamos con calma.

—¡Que no me voy a subir!

***

Eran las seis y media cuando Manuel y su mamá terminaron de limpiar y secar la sala. Habían llenado casi una cubeta completa con el agua que había entrado por la ventana. Después del regaño por el descuido, Manuel se sentó frente a ella para observar la caída de las gotas sobre el vidrio, el pasto de la cochera y el pavimento. Eran las 7:30 cuando comenzó a caer el granizo.

***

—¿No vas a llevar un dulce para ti, Gabo? —me preguntó doña Cata cuando terminó de meter la compra en una bolsa azul.

—No, mi mamá nada más me dio dinero para esto —dije recogiendo la bolsa.

—Ten, para que valga la pena la mojada —dijo dándome un mazapán de los grandes.

—Pero doña Cata, ¿cómo cree? Yo…

— Sin peros, ahora váyase antes de que se ponga peor— dijo señalando el cielo y hablando con un tono de fingido enojo.

—Gracias, doña Cata —dije guardando el dulce dentro de mi bolsa, ella sonrió.

—Ándale mijo, que te vaya bien.

***

—¡Mira cariño! Ya empezó a llover.

—Lo que me faltaba…

—Ahora sí, no te va a quedar otra más que subirte.

—No te creas, puedo seguir.

—Te vas a mojar.

—¿Y qué?

—Te vas a enfermar.

—Prefiero enfermarme.

—No seas orgullosa y súbete.

—No insistas, ya déjame sola.

—Te llevo a tu casa, a este paso vas a llegar hasta mañana.

—Voy a tomar el camión.

—Con esta lluvia ninguno te va a dar la parada, ¡ve! La avenida está hecha un río.

—¡No puedo creerlo!

—Ni modo, mi amor…

***

Manuel apenas y tocó la cena. Prefería comerse el pan dulce y el chocolate cuando llegara su papá, al fin y al cabo faltaba poco para que sucediera. Frente a la televisión, debajo de una manta, acurrucado en la cama, disfrutando de una buena película con mamá a la derecha y papá a la izquierda, el bocadillo tendría un sabor mucho más rico. Antes de que otra cosa pasara, Manuel abrió el cajón en donde guardaba sus películas para escoger la que verían esa noche. A las 8 con 50, el chocolate comenzaba a enfriarse.

***

Salí de la tienda y me di cuenta de que los charcos se habían transformado en enormes senderos de agua. Traté de cuidar mis pasos, pero no podía evitar que mis tobillos se sumergieran en los charcos. Abracé la bolsa para evitar que se mojaran las cosas mientras seguía avanzando, casi llegando a la esquina, un carro dio vuelta y sacó volando un torrente de agua, mojándome de pies a cabeza. Cuando me recuperé de la sorpresa, di un paso hacia adelante, bajando de la banqueta. Aunque el agua me llegaba por arriba de las rodillas, no dejé de avanzar hasta que llegué a casa.

***

—¿No que no tronabas, pistolita?

—Cállate o me bajo.

—¿Para hacer qué o qué?

—Tú llévame y ya.

—Como quieras.

—Pero conduce con cuidado.

—No tienes nada de que preocuparte, ¿o sí?

—¿Eh?

—Tú dime, tú me vendiste la camioneta.

—Eso no tiene nada que ver con cómo la manejes, y menos si la metes al lodo así como ahora, ¡nos vamos a atascar!

—¿Que no se supone que es todo-terreno? Además, esto no es lodo, es sólo agua.

—¿En serio? Escucha el motor, se nota que está haciendo esfuerzo.

***

Con la película entre las manos, dos tazas de chocolate frío y dos panes dulces pellizcados esperó Manuel, sentado con los codos apoyados sobre la ventana, por más de dos horas. Durante todo ese tiempo no cesó de llover. Mamá lo llamó a dormir varias veces, pero no fue hasta la décima que el pequeño obedeció. A la mañana siguiente, la calle amaneció apenas mojada. Papá nunca regresó.

***

—¡¿Por qué tardaste tanto en abrir, Valeria?!—dije tiritando en cuanto la vi.

—Mi mamá no encontraba la llave —dijo de la manera más tranquila regresando a la sala, donde esperaba mamá.

—¡Gabriel! ¿Por qué estás tan mojado? —exclamó tomándome por los hombros.

—Pues porque está lloviendo —dije molesto.

—Ya lo sé, Gabriel, y no me hables así —dijo o mejor dicho, gritó.

—Está casi inundado ahí afuera.

—Bueno, bueno, luego platicamos, ahorita deja la bolsa en la mesa y córrele a secarte, no quiero que te me enfermes —ordenó mamá y me ayudó a quitarme el suéter.

—¡Oye! ¿Trajiste mis gomitas? —preguntó Valeria dando saltos detrás de mí. Sin que me viera, saqué de la bolsa el mazapán y lo guarde en mi pantalón.

—Sí, aquí están —contesté y se las di.

—Yo quería los gusanitos —dijo haciendo un puchero.

—Pero si éstas son las que te gustan —dije a punto de gritarle.

—¡Yo quiero los gusanitos! —estaba por comenzar el berrinche. Entonces mamá gritó:

—¡Gabriel, ve a cambiarte!

Sin pensarlo dos veces, salí disparado hacia a mi cuarto. Ahí, con paz y tranquilidad, ya con pantuflas y pijama, le di la primera mordida a mi mazapán… y entonces, estornudé.

***

—¿Qué hago? ¿La apagó?

—¡Claro que no! ¡Nos llevaría la corriente!

—¡No me grites!

—¡Tú tampoco me grites!

—Yo no estoy gritando.

—¿Eso es humo?

—Lo que nos faltaba, tengo que detenerme.

—¿Dónde? El agua te llega a los faros ¿Puedes ver algo?

—¡Ay, no!

—¿Qué haces? Te dije que no la apagaras.

—¡No fui yo!

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