La teoría Doppelgänger.

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Por Alejandra Maraveles

Manejaba de regreso de la comida que había tenido con mis compañeros de trabajo. Cada vez que salía de nuestras reuniones me preguntaba lo tonta que la gente podía llegar a ser. Me estremecí de recordar la principal conversación que se mantuvo durante casi toda la hora anterior: doppelgänger. Pensé que hablar de ovnis era absurdo, pero ahora ese tema me parecía más aceptable y menos ridículo.

–Todos tenemos al menos un doble, un dopplegänger –había dicho uno de mis compañeros –y caminan sin saber de nuestra existencia por alguna parte del mundo.

Sacudí mi cabeza con un ligero toque de hastío. Ahora resultaba que mi doble podría andar por China, o África… al instante me reí de ese pensamiento, era algo disparatado, ¿cómo podría haber alguien idéntico a mí de otra raza? ¡Qué incoherente era todo esto!

Interrumpí mis pensamientos al ver a lo lejos el semáforo en rojo. Pisé el freno y me dispuse a esperar. Una larga fila de carros estaba delante. Odiaba ese cruce, por andar enfocado en el tema de dopplegängers, perdí la salida previa. Ahora estaba obligado a tomar ese camino, aún conociendo lo mucho que la luz roja del alto solía durar. Abrí la ventanilla, a pesar de estar en otoño, hacía tanto calor que cualquiera habría jurado que estábamos a mitad del verano.

        El semáforo cambió al verde y la fila no disminuyó mucho, apenas había adelantado unos cuantos metros. Respiré profundamente y traté de mantenerme calmado. Esa calma sólo duró unos segundos, un carro se adelantó a mi izquierda, y un instante después llegó ese sonido frío seguido por el golpe. ¡Me acababan de chocar! Y no cualquier carro, sino un deportivo de lujo. Lancé un resoplido, abrí la guantera y saqué los papeles del seguro. Una distracción de unos minutos por ir pensando en mensadas equivaldría a una hora como mínimo. La llamada a la aseguradora fue rápida, estaba por prender las intermitentes cuando alguien se acercó a la ventanilla.

–¿Estás bien, amigo? –una voz similar a la mía provino de quien estaba a un lado de mi carro.

Giré mi cabeza y estuve a punto de gritar cuando vi al dueño de la misma. Frente a mí estaba un hombre idéntico a mí. Mi corazón se detuvo un instante para después dar rienda suelta a la impresión que acaba de tener; era como verme a mí mismo en el espejo. Salí anonadado de mi viejo carro, teníamos una altura similar, nuestra ropa no era nada parecida, él iba vestido de pantalones de marca, camisa elegante y unos zapatos que debían haber costado una fortuna, mientras que yo llevaba unos pantalones desgastados por los años que llevaban conmigo, una camisa que en algún momento fue negra y ahora lucía avergonzada un color gris deslavado para terminar con mi par de zapatos que había comprado en una barata.

–No mames, güey… –el tipo lanzó el comentario, parecía más divertido que sorprendido.

        Se puso unos lentes que llevaba en la mano, eran justo como los que había querido comprar hacía unas semanas, los cuales estaban tan caros que desistí de la idea. En seguida se arremangó la camisa y allí estaba, el mismo lunar de mi brazo.

–Karen… ven –gritó mi doble, con mi propio timbre de voz.

        La situación era rara… ¿cuáles eran las posibilidades de que precisamente el día en que había tenido una conversación sobre los doppelgängers, teoría que yo creía absurda, me fuera a encontrar con el mío?

–¿Qué pasa? –la chica que salió del auto deportivo, era alta, esbelta, parecía modelo como la chava que me rechazó unos meses atrás en aquel antro.

–Mira, ¿no es loco?

–OMG, pero si es igualito a ti… hay que subirlo al insta… a ver ponte a su lado. Deja te saco una foto.

        Mi doble, se colocó junto a mí, abrió la boca y mostró una sonrisa de dientes perfectos; él no tenía el colmillo torcido, era evidente que se había hecho la ortodoncia que durante años había creído un malgasto.

–Ponle algo así… tipo… parecidos, pero no iguales… no, espera… mejor… Original y pirata.

        Los dos soltaron una carcajada que hicieron voltear a varios de los conductores que de por sí iban renegando porque estábamos interrumpiendo las vías.

Hon… ¿te imaginas?, él podría ir a tu trabajo por ti –la chica dijo entre risas –, capaz de que te puedes ir por un mes a Aspen, y éste va por ti, y zas, nadie se da cuenta.

–¡Qué buena idea! –mi doble parecía encantado con la idea.

        En mis adentros comenzaba a sentir como si fuera una olla de presión, casi podía sentir el humo salir por mis oídos. No necesitaba preguntar para saber que tenía mi trabajo soñado, era obvio, tenía mi carro soñado, mi chica ideal, el tipo de vida que siempre había deseado. Podría enojarme lo que quisiera, pero él tenía razón, yo era la copia pirata.

–Amigo, pásame tu número.

        Antes de que pudiera contestarle, me arrebató el celular de las manos y con la confianza de quien puede poseer el mundo, marcó a su propio teléfono.

–Güey, pues allí tienes mi phone, estaría genial lo que dice mi novia, ¿no?

–Amors, ya llegó el del seguro.

–Tú tranquilo, yo arreglo, todo, no te va a tocar pagar ni un centavo. ¿va?

        Mi doble, se encaminó hacia el ajustador, yo me quedé parado, sintiendo como si estuviera en medio de un remolino eterno. Unos minutos después, llegó el agente de mi aseguradora y comenzó a tomar mis datos. En cuanto vio al ajustador de la otra parte, se saludaron efusivamente. En menos de lo que yo esperaba, se firmaron papeles, me dieron la orden del taller para llevar la que era una carcacha al lado del deportivo y, en un dos por tres, todo estaba resuelto.

–Güey, esto fue épico, ten la seguridad de que nos volveremos a ver –se despidió mi doble.

        Me subí a mi coche, aún seguía un poco mareado. Durante casi media hora había estado junto a alguien que lucía igual a mí, pero sólo en apariencia, pues había actuado como si yo fuera una marioneta. Estaba tan ensimismado en mis especulaciones, que no noté cuando el semáforo hizo cambio de luces, las bocinas de los automóviles que esperaban detrás comenzaron a sonar, di un respingo y avancé, aunque no tanto como lo hizo mi doble, él consiguió atravesar la avenida para luego perderse en la distancia.

        Tomé el celular para marcar de inmediato a aquel compañero, quien había iniciado la conversación de los doppelgängers. El pensamiento se esfumó en el aire, porque, si me guiaba por las reglas mencionadas, al ver que él era mucho mejor que yo, ¿eso me hacía el gemelo malvado?

No, no podía dejar que los demás supieran que había un doble mío por la ciudad con una mejor vida que la mía. Dejé el teléfono a un lado. Tan sólo el hecho de saber de su existencia, me estaba bajando la autoestima, no iba a sumarle un golpe más a mi ego con una llamada que me obligaría a tragarme las palabras que había dicho durante la comida. Después de todo, hay cosas que suceden que es mejor guardarlas para uno mismo.