Diminuto inconveniente

Diminuto Inconveniente

por Maik Granados.

El reloj marcó con su brillante luminiscencia las tres de la mañana, hacía bastante tiempo que no conciliaba un sueño tan profundo y reparador, gracias a mis párvulos, involuntarios provocadores de mis desvelos.

Un pertinaz zumbido escamoteó mi reposo, aletargado, con la visión difusa, me incorporé del aposento, sentí cansancio, entonces restregué con cierta violencia mis párpados. En medio del silencio de aquella habitación, un mosquito, me robó el descanso, el sonido de sus alas en medio del ensueño, era molesto, y comencé a lanzar una serie de manoteos sin sentido en plena penumbra.

Encendí las luces, sabía que en algún rincón de aquella inmensidad de tres metros cuadrados, se escondía aquel minúsculo voraz; que furtivo, infligió sin piedad sus ataques. En la siguiente media hora, el mosco se sirvió la cena con la cuchara grande; me había pinchado las piernas, los tobillos, el cuello y hasta mis orejas. Sin duda, su vuelo era eficaz, y de no ser por el característico zumbido, tal vez nunca lo hubiera descubierto.

El sueño se me escapó del cuerpo, con los ojos bien abiertos, respiré lento, y me concentré en dar con el paradero del pequeño fugitivo. Por algunos minutos, divagué sobre mi victoria en contra de aquel mosquito, y me imaginé disfrutando el momento donde daba punto final a su existencia con una mortífera palmada.

El tiempo discurrió con fluidez hasta entrada la madrugada sin indicios de su presencia, lo busqué bajo la cama, tras las cortinas, sobre el chifonier, y hasta soplé con vigor las fragancias del tocador para hacerlo salir de su posible escondite… No pasó nada.

La frenética cacería se tornó tediosa, derrotado incluso antes del inicio de las hostilidades, me sabía vencido en aquella batalla versus aquel diminuto ninja, así me resigné a dormitar el resto de las horas antes del amanecer, cubierto de pies a cabeza, con una gruesa frazada de lana para evadir sus incontables embates.

De pronto, de soslayo, ubiqué su pequeña figura en la superficie de la puerta achocolatada: –falló su camuflaje –cavilé. Movía lento sus alas y se desplazó sigiloso unos milímetros, parecía un nimio francotirador, pero ahora él sería el objetivo, con él descargaría los estragos de mi iracundo insomnio. Cual tigre escondido tras la maleza, me posicioné detrás de una almohada, acechándole con paciencia, debía asesinarlo de un solo golpe, directo y sin piedad.

¡Pum! Desesperado, aquel diminuto inconveniente maniobró para salvaguardar la vida, lo perseguí por toda la recamara, una metralla de palmadas retumbó contra la pared, después contra la puerta, luego contra el chifonier…

Al final, sólo quedó una pequeña estampa grotesca de color rojinegro sobre una blanca pared en aquella alcoba, regresé a mi mullida cama, y apagué la luz de la lámpara sobre el buró, cerca de mí: –¡Vaya noche la que había pasado! –pensé. Entonces cerré los ojos, y de nuevo con el sueño en vilo, en medio de la oscuridad y del silencio, un zumbido me acechó otra vez.