Por E. Pérez Fonseca.
Mientras lo espera, mi madre se distrae tejiendo o leyendo los periódicos. Se imagina que entrará por la puerta de su casa vestido como la última vez que lo vio. En su recuerdo, mi hermano sigue igual, no ha engordado, ni le ha crecido la barba. Ella permanece ahí, sentada en su sillón. No quisiera que llegara Juanito y no la encontrara. Entonces yo me acuerdo cuando jugábamos a las escondidas, aparecía hasta varias horas después, cuando sabía que me había dado por vencido, salía a presumirme su guarida. Ahora lo he buscado durante tres años sin encontrar ese lugar, su nuevo escondite, sin encontralo a él.
Su camioneta la dejaron abandonada en un terreno, al siguiente día de su desaparición. Primero me llamaron porque no se había presentado al trabajo. Le quise marcar, pero su teléfono estaba apagado. Después fui a su casa, y nadie salió. Ese día en la noche, hubiera querido decirle a mi madre que Juanito únicamente se estaba escondiendo. Aunque eso, sólo lo creía yo para buscar un poco de alivio. Llamé al número de emergencias y lo reporté como desaparecido.
“Juan Rodríguez Luna”.
Los primeros días, íbamos a pegar fotocopias con su imagen por todo el pueblo. A la semana, sólo quedaban algunas en los postes. Después del mes, los policías ya nos miraban con disgusto y nos habían prohibido ponerlas cerca de la presidencia municipal.
“25 años”
“Mide 1.75m ”
“Delgado”
Pronto nos van a hablar, le decía a mi madre para tranquilizarla. Sí, ya lo sé, contestaba, pronto nos van a pedir su rescate. Ya estoy ahorrando dinero para cuando nos hablen. Se puso a planchar ropa ajena y juntar ese dinero que imaginaba le pedirían. Ahí lo tienen escondido, se lo llevaron para pedirnos dinero. Por eso no se robaron su camioneta. Porque lo tienen secuestrado, decía.
“Piel morena”
“Ojos cafés”
“Cabello negro”
A veces quisiera decirle a mi madre la verdad. La última vez que vi a Juanito, me dijo que había puesto una demanda para que lo dejaran ver a su hija. Desde su separación, los familiares de la mujer no le permitían verla. Los hermanos trabajaban con el presidente municipal y varias veces le advirtieron que no se acercara más a su hija, que se olvidara del asunto. A pesar de las amenazas, Juanito demandó a la mujer. Entonces se fueron contra mí. Los policías me detuvieron acusándome de un robo. Como no tenían pruebas en mi contra, me tuvieron que dejar libre. El comandante se había metido a la celda conmigo. Dile a tu hermano que le baje de huevos, fue lo único que me dijo. Y después me soltaron. Le hablé a Juanito y le pregunté en qué chingados andaba metido. Nada, me dijo. “¿De qué hablas?” Cuando le dije lo sucedido, no le quedó de otra más que contarme lo de la demanda.
“Vestía camisa roja de cuadros, pantalón azul de mezclilla y botas cafés”
El empleado de la gasolinera lo vio el día de su desaparición. Un sábado en la mañana. Me dijo que le pidió llenar el tanque de la camioneta. Ese día por fin le dejarían ver a su hija. Llevaba seis meses sin saber de ella. La iba a llevar al zoológico. Estaba muy emocionado.
“Desaparecido el 12 de septiembre del 2015”
Mi madre todavía conserva las fotocopias, por si llegara a aparecer y así supiera que lo estuvimos buscando, que no se sintiera como un hijo malquerido. Mi madre lo consentía tanto como lo hacía con mi padre. Después, Juanito caería en los mismos vicios que él. Mientras su esposa conseguía dinero para que su hija comiera, mi hermano se la pasaba perdiendo empleos y apostando en la baraja.
“Si sabe de su paradero, comunicarse a los siguientes números”
Algunos candidatos le prometieron a mi madre que lo encontrarían si ganaban las elecciones. Y la esperanza volvió hace unos meses, al principio como un deseo, anhelando algo que se convertiría en obstinación. Y ni siquiera una vida de infortunios ha podido lograr que mi madre se resigne. Después de unos días de búsqueda encontraron varios cuerpos en en lago, al parecer se había convertido en el cementerio de los desaparecidos. Nos dijeron que uno de esos era Juanito, pero lo mismo le dijeron a todos acerca de sus parientes. El presidente municipal se regocijó por su promesa cumplida, cada cuerpo que sacaban, era considerado un mérito más a su labor. Entonces llegaron gentes de todos los pueblos a reconocer familiares y los cuerpos extraídos fueron reclamados como cuando pides tu parte del pastel y las rebanadas se agotan antes de satisfacer a todos.
Las tablas del puente colgante se ponen resbaladizas con la lluvia y la humedad en las cuerdas le impidió sujetarse antes de caer. La caída de cinco metros generó un gran impacto con el agua, lo que le provocó un desmayo. El cuerpo se fue al fondo del lago. Fue la explicación que nos dieron al entregarnos un cadáver hinchado, irreconocible y sin forma humana.
Pero mi madre sigue esperando a Juanito, no al que está desaparecido, sino al del recuerdo, ése que no envejece y que conserva el mismo peinado. Yo quisiera creer que cuando lo deje de buscar, aparecerá. Me gustaría ir a los corrales y registrar entre los comederos, meterme entre las milpas, Ya sal, Juanito, le gritaría. Después de unos minutos, me sentaría bajo la sombra del mezquite, resignado porque nunca lo pude encontrar. Y que apareciera como cuando jugábamos escondidas.