Minificciones IV

Minificciones

Adivinanzas Mexicanas

-Agua pasa por mi casa, parcelas de mi adoración, sino le doy la mitad al narco me parten el corazón.

-Fui a la plaza y las compré bellas, llegué a mi casa y al verlas tiernas, las regresé a sus madres a cada una de ellas.

-En alto vive, en alto mora, compra marca, gasta dólar, alto muere y su alma allá abajo en el infierno mora.

-Ave me llaman a veces y es llana mi labor, me vendo por un poco de alcohol que me haga olvidar mi condición.

-Blanquilla es mi nombre y entumecida le dejo la lengua al hombre; soy blanca como la nieve y atraigo más que la miel; yo alegro los pensamiento de algunos cuantos y dejo muertos a otros tantos.

-Con ella vives, con ella hablas, con ella rezas y hasta bostezas, con esa idea cruel de la cabeza, que a tu casa no regresas.

-Soy fruto seco y sabroso y muy fácil de pelar, cuando veas mi billetera hasta el suelo vas a ir dar.

-¿Qué le dijo la leche al agua? Tú matas al café y yo a la coca-cola.

-En el campo me crié cubierta de verdes lazos y la que llora por mí es la que vendió por un buen baro.

-No soy chicha ni soy ron; si no adivinan, quédense a ver mi show.

-En casa de Chi, mataron a Ri, vino Mo y mató a todos.

-En una casa oscura había un muerto y un vivo. El muerto pregunta al vivo: “¿Duras?” Y el vivo contesta:”No, me dedico hacer diabluras”.

-Aunque me corten y corten nunca me verás sangrar, porque hace tiempo que mi alma fui a entregar.

-Jito pasó por mi casa y Mate le di al cabrón, mi narcolaboratorio él muy canijo encontró.

-Se corta sin tijeras, y se cose sin aguja los sueños de toda piruja.

-Lana sube, lana baja y yo aquí en el mismo piso miserable apostándole al Melate.

-Me llaman lavandera y no conozco jabón que lave su podrido corazón, pero aquí en el centro, entre mis alas siempre encontrarás amor.

Por Omar St. Esteban

Gusto culposo

Deslicé lento el cuchillo sobre la piel de lo que alguna vez había sido una de sus piernas, seguí con la cabeza, enseguida con el labio, así hasta destazarlo en trozos finos y regulares. Me sentí ansiosa, la parte más difícil ya estaba realizada, el gusto culposo de un plato de aquel pozole hirviendo, bien valía la pena, al romper la dieta. Así es cada año, el día del grito, en casa de la abuela. Por eso estoy gorda.

Por Maik Granados.

Liberación

¿Liberación?
Hace más de 200 años, los padres de la patria lucharon para que pudiéramos vivir en libertad, soberanía e independencia. Pero, ¿ellos qué sabían de la prisión de tu mirada?

Por Alejandra Maraveles.

Souvenirs

Era una niña que soñaba más con el 16 de septiembre que con la navidad.
No por su amor a la patria, sino porque vendía todas las banderas de su puestito.

Por E. Pérez Fonseca

Para servir a Dios y a usted

—Nica, ¿Por qué decimos “Para servir a Dios y a usted”? —preguntó Antonieta con la mirada perdida, mientras su nana le adornaba el cabello con una peineta de oro y algunos azahares recién cortados.
—Mi madrecita chula, que en paz descanse, decía que era para mostrar la buena voluntad de uno —le respondió Nicanora, terminando el trabajo.
—Nana, no me quiero casar.
—Es por su bien mi niña…
—Y el de mi padre y el de la hacienda.
Con una sonrisa acompañada de un leve y resignado llanto, Antonieta pidió a su nana la acompañase a la catedral minutos antes de la misa de gallo para implorar consuelo.
Le extrañó no encontrar al señor cura en el confesionario. Repicaron las campanas, pero no eran las que comúnmente llamaban a misa. Estas campanadas llamaban a la libertad, a la guerra, a servir a Dios y a la Virgen María.
Al medio día de aquel 16 de septiembre de 1810, nadie encontraba a Antonieta, ni las joyas de la familia, ni la escopeta, ni el caballo de su padre; sólo encontraron a Nicanora llorando desconsoladamente con una nota en mano que decía: “Para servir a Dios y a la Nación. Antonieta”.

Por Maggo Rodríguez.

La fundación

Entre las espinas de un verde nopal, yacía inerte el cuerpo de la víbora, lánguida en toda su longitud, sólo se sacudía por la mordedura del águila que arrancaba trozo a trozo su carne para devorarla; ella batía la envergadura de sus alas para equilibrarse. Tal imagen fue capaz de inspirar la palabra Tenochtitlán.

Por Nicte G. Yuen.