Trabajo fácil

Trabajo Fácil
Por Alejandra Maraveles.

Desde que tengo uso de razón recuerdo haber escuchado en mi casa como mi padre se quejaba de su situación laboral. En su tiempo él no había tenido la oportunidad de estudiar, desde muy chico se había visto en la necesidad de ganarse su sustento. Por lo que era de mi conocimiento, trabajó desde barrendero hasta llegar a supervisor en una fábrica.

-Tienes que estudiar –me había repetido hasta el cansancio –no quiero que seas como yo, lo que más deseo en este mundo es que cuando seas adulto tengas un trabajo fácil.

“Un trabajo fácil”, esa frase se había quedado pegada a mi cabeza, así que cuando me llegó el turno de decidir por una ocupación, haciendo caso a mi padre me resolví por escoger una que me permitiera un sencillo trabajo de escritorio, encima del dinero o del estatus, razones por las que la mayoría ingresaba a mi carrera, yo elegí abogacía.

No sabía con exactitud lo que el viejo hacía en la fábrica, pero como siempre se quejaba, imaginaba que debía ser algo muy duro, así que a pesar de que a mí me hubiera parecido difícil sacar la carrera, tenía que soportarlo porque cualquier dificultad seguramente era menor que por las que mi padre pasaba día a día.

Noches sin dormir, días en la biblioteca, cada segundo libre utilizado para estudiar dieron sus frutos, pude terminar los estudios y sacar el ansiado título de Abogado.

Después le siguieron los días de búsqueda de empleo, a lo que a mi parecer, en la ciudad, había un superávit de abogados, pues no lograba encontrar un lugar donde necesitaran de mis servicios. Pero no podía lamentarme, porque siempre tenía presente a mi padre, quién lo tenía mucho más difícil que yo.

Los primeros años, después de egresar de la universidad, la pasé prácticamente sin ganar dinero, un amigo me había conseguido un lugar en el gobierno, en una posición a la que todos llamaban “meritorios”, no ganaba dinero, aunque sí experiencia y, si aguantaba lo suficiente, también obtendría un puesto donde tendría asegurado mi futuro. Ese codiciado cargo tardó en llegar. Después de casi dos años, finalmente logré tener una plaza en la sección de fraudes de la Procuraduría de Justicia.

Yo me sentía feliz, había conseguido el tan mencionado “trabajo fácil”, todos los días después de checar mi entrada, me dirigía a mi escritorio para recibir a los “clientes”, miles de personas desfilaban ante mí para denunciar que les habían robado dinero, desde estratagemas que rayaban en lo estúpido hasta en intrigas tan complicadas dignas de ser llevadas a la pantalla grande.

A veces escuchar sobre tanta maldad en el mundo me hacía doler la cabeza, pero entonces recordaba a mi pobre padre y recobraba la sensatez, yo sí tenía un trabajo fácil no como él.

Un buen día, me llegó una denuncia sobre un fraude de boletos de camión urbano. El caso le llamó la atención a los jefes de la agencia, por lo que la investigación se apresuró.

–Armando –me había mandado llamar mi jefe –este caso va a necesitar de un operativo.

–¿Voy a salir a realizarlo? –pregunté.

–Sí, –me contestó mi jefe –te voy a asignar una patrulla para que vayas al lugar donde se imprimen los boletos de camión falsificados, llevarás orden de cateo.

La situación no era algo de otro mundo, de hecho, había estado presente en varios operativos antes. Era relativamente algo sencillo, los policías quienes acompañaban a los secretarios, mencionaron que sólo íbamos en calidad de testigos, y ellos serían quienes en realidad se encargarían de apresar a los delincuentes. Así que la idea de ir a un operativo no me resultaba engorroso, siendo honesto, esto le daba algo de sabor al mes monótono que había transcurrido encerrado detrás de mi escritorio.

La mañana del jueves, fecha estipulada para realizar el operativo había amanecido nublada, aunque no me detuve a pensar en si aquello era un mal presagio de lo que ocurriría más adelante, me subí a la patrulla asignada y me aseguré de llevar conmigo los papeles necesarios.

Atravesamos la ciudad hasta llegar a un barrio bien conocido por ser de los más peligrosos. El policía que manejaba, detuvo la patrulla delante de un edificio viejo, de esos con las paredes aún en obra negra que daban la sensación de haber sido dejados a medio construir con el propósito de pasar desapercibidos. Di una repasada con la mirada a aquel lugar derruido, unas pequeñas ventanas sin vidrios, mismos que habían sido sustituidos por unas placas de metal y la estrecha puerta negra ubicada debajo de unos números garabateados con restos de pintura sobre los ladrillos desnudos eran una clara advertencia de que no éramos bienvenidos allí.

–Voy a tocar a la puerta –di las indicaciones a la pareja de policías que me acompañaban –en cuanto entregue de la orden de cateo entran y terminamos con esto.

Los policías asintieron y yo me dirigí a la puerta negra, toqué muchas veces antes de recibir respuesta, un muchachillo de no más de quince años se asomó por una de las ventanas, inmediatamente me dispuse a dar el tan ensayado y obligado discurso que darían pauta a los los policías para entrar en acción, el chiquillo me lanzó una mirada de odio y después cerró la placa de metal para salir de mi vista.

Volteé a mirar a los agentes, uno de ellos se encogió de hombros, yo respiré, jalando más aire de lo que mis pulmones podían almacenar, mismo aire que se dio a la fuga cuando abrieron la puerta. La persona que lo había hecho llevaba un arma en las manos y me apuntó a la cara con ella, la sangre se me fue a los pies que no me obedecieron para salir corriendo de allí. Aunque correr no fue necesario, pues uno de los policías se dio cuenta de lo que sucedía y disparó, la bala pasó rozando mi costado para ir a dar cerca de la puerta. Lo ocurrido a continuación está aún muy difuso en mi memoria, sólo recuerdo haber escuchado cuando pedían refuerzos por la radio, y cómo alguien me había jalado del saco para mandarme al piso.

Las siguientes veinticuatro horas transcurrieron en medio de caos, balazos, maldiciones y gritos, varias patrullas arribaron al lugar, cerraron la calle, evitando así el paso a los civiles, los uniformados pasaban de un lado hacia otro, yo tropezaba mientras buscaba un lugar seguro donde refugiarme de los balazos ya que ni siquiera se habían dignado a proporcionarme un chaleco antibalas, y tampoco me habían permitido salir de allí. Las órdenes eran claras, debía esperar a que todo terminara.

Cuando las balas cesaron y los policías pudieron entrar al lugar supimos el porqué de tanto movimiento, en aquel viejo edificio, no sólo falsificaban boletos de camión sino otro tipo de documentos: pasaportes, visas, licencias, identificaciones, títulos universitarios e incluso dinero. La operación iniciada por un delito menor había terminado como uno de los grandes operativos de la agencia.

Muy cansado, regresé a la oficina para terminar con el papeleo así como a tomar declaraciones de las personas detenidas en el proceso, aunque llevaba dos días sin dormir y prácticamente sin comer, traté de mantenerme despierto, aunque esto me lo facilitó la sorpresa que me llevó una de las muchachas del área de RH.

–Armando, –me dijo cuando se presentó delante de mi escritorio –sólo quería informarte que tienes un reporte.

–¿Reporte? –pregunté sin entender cómo era posible que tuviera uno.

–Pasaste dos días sin registrar entrada, además de descontarte los dos días, se te levantó un reporte por abandono de trabajo, dado que es la primera infracción sólo quedará en el archivo, pero tienes que tener cuidado de no tener una segunda, porque si es así se te sancionará con una suspensión y una multa –me comunicó.

Estuve a punto de abrir la boca para protestar, había pasado ya casi tres días desde que el operativo había iniciado y no había podido ir a casa a dormir, mucho menos a comer o ya digamos a cambiarme. Eso, después de arriesgar mi vida porque había ido sin protección alguna y el asunto se había vuelto peligroso, cosas que habían sido por el trabajo, porque si por mi gusto hubiera sido, me habría ido corriendo en cuando habían comenzando con la balacera. Y pensar que no sólo no me daban las gracias, sino por el contrario, me iban a descontar los días además de sumarle el reporte, me hizo sentir que las entrañas comenzaban a arder, sin embargo me limité a asentir con la cabeza, firmé el reporte y continué con los papeles que aún reposaban sobre mi escritorio. ¡Lo bueno es que a mí, me tocó el trabajo fácil!