Por Alonso Calbo.
Diego corría apresurado en la habitación de un lado al otro, recogiendo utensilios y sacudiendo donde podía, tenía el lugar hecho un desastre, lleno de pinceles y tubos de pintura a medio usar. Recogió sus materiales y los guardó en un closet, tratando de dejar libre el espacio en la amplia habitación que la hacía de taller, estudio y dormitorio. Tomó un frasco que tenía apartado, y extrajo de él, varios pétalos de rosas que esparció sobre la cama, sacó unas velas de un cajón y las acomodó en diferentes superficies. Hizo un recuento de que le faltaba y lo que tenía listo, y al recorrer mentalmente su lista, mientras movía sus dedos contando, por un instante, posó su mirada sobre mí y de inmediato perdió el hilo de lo que estaba haciendo, se dio unos momentos para admirarme, orgulloso de la obra de arte que tenía enfrente, esa pintura que le había tomado varias semanas en terminar; y que ahora, era perfecta; lista para mostrar.
Su corazón comenzó a palpitar con mayor velocidad, evidenciado por la sangre que había llegado rápidamente a sus mejillas y causaba un tenue rubor; Podía ver cómo Diego estaba emocionado, su semblante mostraba una extraña y confusa combinación de alegría, satisfacción, anhelo y rendición, clásica de aquellos que están perdidamente enamorados. Miró nuevamente su reloj, y se apresuró a recoger lo último de sus cosas. Antes de dejar el taller/habitación, colocó una tela para cubrirme, sólo pude escuchar la puerta al cerrarse.
Un tiempo después, se escucharon voces indistinguibles que se aproximaban. Al abrirse la puerta, una brisa corrió rápidamente, levantando de manera muy ligera la tela que cubría el cuadro; por una décima de segundo, aprecié a Diego parado en la puerta, de la mano de su amada Carmela.
—Perdón por el desorden, me da pena… —se escuchó la voz de Diego.
—No te preocupes, no pasa nada, está bien —respondió Carmela con una voz melodiosa y encantadora que llenaba la habitación —¿Flores y velas? Alguien tiene grandes expectativas para esta noche —bromeó ella, dejando libre una risilla, yo sólo podía imaginar la sonrisa coqueta que seguro atravesaba el corazón de Diego.
—Lo que pasa es que… Está lista, “Musa descubierta“, por fin la terminé.
—¿Ah, sí? ¿Y vas a mostrarmela? —preguntó Carmela, con un tono juguetón. Desde que ella había servido de modelo, sólo había podido posar su vista en mi respaldo, pero nunca había podido verme el rostro.
La tela que cubría el cuadro fue retirada con un rápido movimiento, dejándome expuesta ante las dos personas que se encontraban en la habitación. Ambas me admiraban y, a su vez, les devolvía la mirada, el rostro de Diego mostraba la misma expresión de tonto enamorado de antes, quizás agregando un poco más de nerviosismo, mientras esperaba la reacción de Carmela. Pero fuera de la vista de Diego, la expresión en el rostro de Carmela, se apagó, pasó de mostrar expectativa, a llenarse cada vez más de disgusto, aprehensión y aberración.
El silencio a Diego le pareció eterno, algo no iba bien, por fin se aventuró a preguntar:
—¿Qué te parece?
Carmen que parecía sin aliento, dijo lentamente:
—¿Se supone que “ésa” soy yo?
El rostro de Diego palideció, como si los meses del verano lo hubiesen abandonado en un sólo instante.
—Pero… ¡Claro que eres tú! Eres lo que más amo en este mundo, y quise pintar un retrato, tratando de capturar toda tu belleza y todo lo que amo de ti.
—¿Estás diciendo que así es cómo me ves? ¿Así tal cual? —Profirió Carmela, mientras señalaba hacia mi de una manera despectiva.
—¿Pero?… ¿Que?… ¿Que tiene de malo? —Dijo Diego, totalmente desconcertado, mientras echaba otro vistazo hacia mí, analizando los trazos que formaban mi negro cabello, mis labios rozados, mis profundos ojos cafés, las pinceladas que daban forma a mi cuerpo desnudo, posando sobre unas sábanas revueltas.
—¡Mira esto! ¡Mira!… Aquí —dijo Carmela —!Yo no tengo las piernas tan gordas!… ¡Y aquí! —mientras volvía señalar —¡Mis pechos aquí se ven disparejos!… ¡Y mi cabello se ve horrible!… ¡Además se ve más vieja de lo que soy!… ¡Y lo peor es que, atreviste a ponerme una lonja aquí! ¡Mira aqui! ¡Aquí! —exclamaba Carmela, al tiempo que me señalaba efusivamente.
—Pero… Pero… —Diego no sabía qué decir, parecía haberse reducido a una sombra de lo que había sido hacía tan sólo unos minutos —es que, así es cómo eres tú, así es cómo me gustas, con todas tus virtudes y fallas, así es cómo te amo, por ser tu misma, por ser quién eres… —alcanzó a decir Diego con un tono suplicante.
—¡No!… ¡Ésa no soy yo!… ¡No sé quién sea! —dijo iracunda Carmela.
Nuevamente, la habitación fue invadida por el silencio, la extraña escena era desconcertante, el artista con los hombros caídos y el rostro sombrío lleno de desdicha y desconsuelo. Y la musa, de brazos cruzados, con un rostro acalorado que mostraba, decepción, enojo y repugnancia.
—Me tengo que ir Diego. Me duele la cabeza —dijo Carmela, seca y tajante, dando así la vuelta para emprender el camino hacia la puerta.
—Espera —imploraba Diego —. No te vayas… Podemos… No sé… Espera…
Ambos, La musa y el artista dejaron el taller/habitación. El sonido de la voz de Diego se escuchaba cada vez menos a la distancia, al poco tiempo se escuchó una puerta que se azotaba y un vehículo que arrancaba súbito.
Al cabo de unos minutos, Diego entró a la habitación, esta vez solo. Echó un vistazo alrededor sin ver realmente, notó los pétalos sobre la cama y las velas sin encender; volteó a verme, su rostro apenas lograba contener lágrimas que estaban decididas a escapar. Tomó un cuchillo y de un tajo, terminó con mi existencia, tratando de olvidar a su “musa perdida”.