Descanso interrumpido

Descanso Interrumpido

Por Alonso Calbo.

Tobías se despertó como todas las mañanas, frustrado por su esclavitud perpetua. Era el precio que todos estaban dispuestos a pagar por algo de comodidad, el resto de sus congéneres habían aceptado la derrota ante el tiempo, pero no él, no Tobías García quién se decía a sí mismo que no pertenecía, aún no.
Mientras terminaba de despertarse, la habitación donde se encontraba comenzó a inundarse de un sonido. Poco a poco se lograba distinguir una melodía.

—But it’s just the price I pay. Destiny is calling me. Open up my eager eyes…

Era “Mr. Brightside” de The Killers. La radio configurada para tocar clásicos de ayer.

«Ni siquiera me preguntan qué música me gustaría» pensó Tobías, a pesar de que era una de sus canciones favoritas desde hacía décadas atrás.
Tobías se levantó de la cama sintiendo el cansancio de sus viejos huesos; mientras lo hacía, las ventanas cambiaron para permitir que entrara la luz y a su vez, también el calor de la mañana. La cómoda al lado de la cama produjo una luz y Tobías colocó su mano sobre ella, al instante, se escuchó un sonido y del otro lado de la cama aparecieron al final de un expendedor, un recipiente con tres pastillas.

Tobías tomó sus medicamentos y procedió a vestirse. Al llegar a su closet, ya había una selección de ropa que había salido de éste. «Ropa de anciano» decidió Tobías, rechazando la noción de rendirse ante la realidad de su edad, sin embargo, tomó las ropas y se vistió con ellas.

Al terminar, salió de la habitación, la puerta se abrió por sí sola, y pudo ver a varios de los miembros de la Casa de Descanso Montes Cipreses, cada quién, por su cuenta, moviéndose a distintas velocidades. Tobías se unió a la marcha, que para él era una carrera, tratando de dejar atrás a los demás decágenarios. Pero antes de llegar a su meta, se encontró con un tráfico que lo hizo detenerse. Una anciana de unos ciento veinte años estaba siendo asistida por… “la cosa”.

—Gracias Bill, qué amable… —la anciana repetía una y otra vez al ser que la ayudaba.

Tobías dejo escapar un ligero gruñido. «Inútiles» dijo para sus adentros, y se dirigió hacia la otra entrada del comedor. Cuando ingresó, el comedor estaba vacío, pronto estaría lleno de unas cincuenta personas de la tercera edad. Fue a buscar su lugar de siempre, en la esquina desde donde podía ver todo el comedor, y esperó. Pronto comenzaron a llegar los demás, algunos se sentaban en las mesas mientras que otros se dirigían directo por una charola para servirse el desayuno. Eventualmente llegó la anciana mujer con problemas de cadera acompañada por el tal Bill. Tobías se tomó un momento para observar.

Bill tenía una estatura de unos 180 centímetros, era de una complexión delgada, llevaba un pantalón y una bata blanca similar a la de los enfermeros del lugar, al igual que ellos, ayudaba a los habitantes del asilo y era muy popular entre los ancianos, pero a diferencia de todos los demás, Bill estaba hecho de plástico y metal. Hacía un mes qué habían traído a Bill a la casa de descanso, y todos lo habían recibido sin saber en realidad lo que significaba su llegada. Tobías seguía incrédulo de que nadie más compartiera su opinión acerca de que el androide no debía haber sido recibido con tal apertura. Hacía tiempo que habían hablado de comprar un robot para la casa de descanso y él se había opuesto siempre. No se sabía qué pensaban esas máquinas, no se podía confiar en ellas, pero como era costumbre, nadie le había hecho caso a él.

El ruido del ambiente que se distinguía cada vez más, sacó a Tobías de su meditación, ya casi todos los ancianos estaban en el comedor, como era usual, ninguno se había sentado en su mesa. «Bien» Tobías se levantó para llegar hacia la barra donde todos se servían la comida, se atravesó entre la gente para tomar una charola y posó su mano sobre el sensor; un sonido le indico que su comida estaba esperándolo, vio un número proyectado en la pantalla, 27, se dirigió hacia donde despachaban los alimentos y encontró la puertecilla 27, posó nuevamente la mano sobre el plástico, el cual cambió de color para indicar que estaba abierta; tomó su desayuno.

Avena caliente con frutas y verduras cocidas. «Malditos sádicos» se lamentó Tobías. Sin perder el paso, miró a su alrededor, y buscó alguno de los ancianos que tenían permitido comer proteínas, denotado por los empaques rojos. Vio a un pequeño viejo de cabeza calva y bigotes blancos, que aún no lo había visto a él.
Tobías dio cinco pasos hacia el anciano, y a propósito, tropezó con él, tirando la comida del hombre calvo al suelo.

—Ay, una disculpa no te vi —Con un tono de pretexto que no lograba ocultar el sarcasmo detrás.

—¡García!… A mí no me engañas. —Exclamó el hombre al darse cuenta de quién había sido la persona que lo hizo tropezar.

—Cállate entonces, no hagas pleito, puedes pedir que te repongan la comida y ya.

Tobías tomo la comida del suelo aún en su envoltorio y la colocó en uno de sus bolsillos al levantarse, rápidamente se dirigió de vuelta a su mesa, de camino logró escuchar un “Déjalo, no vale la pena…”

Al llegar a su mesa Tobías revisó su botín, huevos revueltos. «Victoria» exclamó internamente, sin poder evitar hacer un pequeño gesto con su brazo.
Llevaba tan solo unos bocados del huevo revuelto, cuando notó que alguien se había acercado a su mesa. Al levantar la mirada, la persona que vió frente a sí, le causó sorpresa.

—Señor García, sus necesidades nutricionales no son compatibles con el consumo de proteínas. Debo pedirle que me entregue el alimento que no está asignado a usted. —Pronunció Bill con una voz monótona, y una expresión en su rostro que simulaba un humano, aunque de un color demasiado claro.

—¡Vete de aquí, licuadora glorificada! —Le respondió con un tono imperativo.

—Debo de insistir, señor García —La máquina parecía no reaccionar.

—¡Te estoy ordenando que te vayas de aquí! —Dijo Tobías al punto del grito mientras todos en el comedor guardaban silencio y observaban la escena.

Entonces Bill, hizo algo que nadie en el comedor hubiese esperado. De un rápido movimiento, tomó la mano de Tobías y liberó el huevo revuelto para apoderarse de él, sin lastimarlo. El movimiento fue tan sorpresivo y rápido, que Tobías no tuvo la mínima oportunidad de reaccionar.

—Gracias por su comprensión, señor García —dijo el robot, antes de darse la vuelta y dirigirse en la dirección opuesta.

Tobías permaneció estupefacto en su lugar sin saber bien cómo reaccionar. Al fondo del comedor pudo escuchar algunos vítores en festejo, antes de que todo el comedor volviera a la normalidad. Poco a poco Tobías comenzó a recobrar la compostura, aún tenía su comida asignada frente a él. Lanzó una mirada al comedor, y pudo ver a todos los ancianos ocupados nuevamente en su desayuno, pudo ver también al maldito robot quien robó su comida que con tanto esfuerzo había conseguido. Se le quedó mirando nuevamente absorto, mientras trataba de pensar en algún modo de vengarse cuando notó algo extraño. El robot se había dirigido hacia el depósito de basura y en vez de tirar las sobras del huevo, los había colocado en uno de sus bolsillos.

«¿Para qué necesita huevos revueltos un robot?» pensó fugazmente Tobías García, antes de darse cuenta de la importancia de lo que había atestiguado. «Ese robot planea algo, no sé qué, pero debo averiguarlo». Bill procedió a dejar el comedor y Tobías salió tras el.

El paso tranquilo y constante de Bill, le parecía difícil de seguir a Tobías, trataba de ocultarse de la mirada del robot, pero le era molesto la velocidad con la que viajaba debido a sus cansadas rodillas. Una cosa sería que el robot corriera o se sintiera perseguido, pero para colmo, la máquina viajaba sin la menor preocupación en el mundo. Bill continuó su camino a través de los pasillos y salas de la Casa de Descanso Montes Cipreses, hasta llegar al jardín. Al salir, tomó un paso decidido hacia la parte trasera del edificio. Tobías trato de tomar distancia para no verse sospechoso. Cuando Bill dio la vuelta en la esquina, Tobías se apresuró a seguirlo, al llegar a dicha esquina, se detuvo y echó un vistazo, Bill seguía ahí y se dirigía a un cobertizo al fondo. Fue entonces que Tobías sintió una mano sobre su hombro.

—Tobías García, ¿que hace usted aquí? —Se trataba de Pablo. Uno de los enfermeros del lugar. —Es hora del desayuno, está muy fresco el clima como para que esté usted afuera, vamos a regresar.

—¡No déjame! ¡Ese robot planea algo y yo voy a averiguarlo!

—¿De qué rayos habla? ¿Quiere decir Bill?

—¡Sí! Ese montón de circuitos viejos y hojalata acaba de entrar al cobertizo de allá y voy a descubrir qué es lo que tiene entre manos. —Tobías comenzaba a sentirse sobresaltado, pero tenía que investigar lo que ocurría.

—Está bien, tranquilícese, vamos a revisar y verá que no ocurre nada. —Al final parecía que Pablo también se había dado cuenta de lo exaltado de Tobías y había decidido seguirle el juego por el momento.

Los dos hombres se dirigieron hacia el cobertizo con cuidado, tratando de ser silenciosos. Al llegar fue Tobías quién abrió la puerta. Ninguno de los dos estaba preparado para lo que vieron a continuación.

Ahí se encontraba Bill, arrodillado sobre un pequeño grupo de mininos que maullaban y trataban de alimentarse de las tetillas de su madre, una gata vieja y grande que comía de un paquete de huevos revueltos.

—Bill… ¿Qué haces? —Exclamó sorprendido Pablo.

—Estoy criando gatos. —Respondió Bill.

—¿Gatos? —Contestó incrédulo —¿Gatos?… ¿Quién te ordenó hacerlo?
Bill no respondió.

—¿Por qué lo estás haciendo?

—Los gatos son animales de compañía, la frecuencia de sus ronroneos ha demostrado estar ligada a una mejora en el proceso de sanación, los pacientes de esta institución podrían beneficiarse de la inclusión de gatos a la…

—Para, detente… —Lo interrumpió Pablo —¿Por qué el secreto? ¿Por qué no avisarle a nadie de lo que estabas haciendo?

No hubo respuesta.

Tobías no era capaz de apartar la mirada de ese ser, sentía su corazón latir rápidamente, le preocupaba algo que no podía poner en palabras, algo proveniente de Bill, hecho de metal y plástico, imitando a los humanos, con una mirada no viva, pero no tan muerta.

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