El Orgasmo

El Orgasmo

Por Maik Granados.

Margot sintió una fría gota de sudor deslizándose lento desde el cuello, hasta el canalillo en medio de sus pechos, la pequeña partícula de fluido corporal sucumbió ante la temperatura imperante en aquel pasillo, que también avivó inusitadamente la sensibilidad de la joven.

Cada poro en la piel de la mujer hizo que sus vellos se alzaran en una danza sincronizada hacia el cielo, su cuerpo entero se convirtió en un campo de girasoles ávido de sol.

Margot se estremeció por completo, hasta en los espacios más íntimos de su naturaleza, cuando un hombre joven se acercó a sus espaldas con respiración agitada que, furtiva, envolvió el sudoroso cuello de la chica.

El acercamiento involuntario entre Margot y el chico, a consecuencia de la estrechez de aquel corredor donde se encontraron, provocó la excitación en cada uno de los sentidos de la joven mujer. Sus pupilas se dilataron al máximo, de soslayo ella contempló cada detalle anatómico de aquel cuerpo detrás de sí, su mirada reflejó lo embebida que estaba con el rostro del chico, admiró su amplio mentón recién rasurado, examinó sus ojos cafés avellanados, olfateó su agridulce humor y deseó saborear cada centímetro de su esbelta estampa.

Una agitación repentina invadió el cuerpo de la joven cuando la cadera del muchacho rozó sus nalgas, no reclamó, guardó un silencio deliberado y cuadró su cintura para continuar con el jugueteo. En minutos, la chica palpó una dureza que la dispuso a experimentar un espasmo vibrante que apareció en el interior de su vientre, trasladándose con parsimonia hasta el bruno vértice en medio de sus piernas, replicándose a lo largo de sus muslos hasta las rodillas, como lo hacen los sismos en la tierra.

Un gemido indómito escapó de los labios de Margot, quiso aprisionarlo en la boca, pero la satisfacción por aquello le fue incontrolable, descubrió en ella el rastro de una inusual humedad esparcida por su entrepierna.

Entonces los párpados de la joven mujer apretaron sus ojos con firmeza y esperó unos minutos. Despejó su vista, sólo para caer en la cuenta que en medio de aquel pasillo de autobús, con el chico aún a sus espaldas, las miradas indiscretas del público testigo revelaron indignación, vergüenza ajena, y hasta nerviosismo. Los pasajeros del transporte suburbano, que la muchacha abordaba por las tardes para su regreso a casa, refrendaron la tórrida acción.

En el silencio, Margot rogó al cielo para que sucediera algo que rompiera con la tensión de aquel momento, en aquel corredor, de aquel camión, con aquel chico, entonces desde el anonimato una voz aguardentosa exclamó: «¡Chofeee, esquinaaa bajan!»