El Arches

El Arches
Ilustración del cortometraje “Y todo el cielo cupo en el ojo de la vaca muerta” de Francisca Alegría. Estreno mundial en el Festival Internacional De Toronto, Canadá; 2016.

Por Maggo Rodríguez.

Lo intento. Por más que quiero, no recuerdo mucho a mamá. En los días fríos, la imagino con una tierna sonrisa, abrazándome en su regazo. La vieja Martha me ha dicho en varias ocasiones, con su desequilibrado tono, que mamá era muy bella, grande en todos los aspectos.

Reflexiono. A pesar de que nuestra vida es corta, hay tiempo suficiente para meditar sobre las cosas, sobre lo que hay más allá. Tal vez ella está en Arches, la tierra prometida que se encuentra al atravesar el suelo que no se puede pisar. Supongo que esta mala vida me ha tocado por ser especial, por tener un gran número de manchas negras en mi cuerpo.

Sufro. Los días son lentos, pero la vida pasa rápido. He crecido e ignoro por qué me han separado de mis amigas y hermanas. Los asafinos me han traído a esta prisión. Aquí la única luz es artificial. No hay aire limpio, sólo hedor de otras y mío. El calor se ha ido para siempre, son fríos estos barrotes y las sucias paredes de mi pequeñísima mazmorra. No puedo hablar con nadie, no las veo; sé que están ahí porque a veces oigo un gran alboroto y otros tantos resignados sollozos. No pasa un día sin que por lo menos se lleven a diez, es entonces cuando veo sus maltratadas pezuñas. Supongo que los asafinos las encaminan al encuentro con Rohi.

Resisto. A veces añoro regresar a casa, tocar el sol y correr libre. Tengo la esperanza de que, cuando nazca mi becerrito, nos regresen ahí. Cierro los ojos y deseo que esto acabe pronto, tengo mucho miedo. Arches debe ser un lugar increíble, porque ninguna de las chicas ha regresado. No quiero la gloria eterna que se dice que hay en ese lugar, ambiciono la tranquilidad de mi antiguo hogar.

Sonrío. Seré la mejor madre del mundo, mi pequeño tomará de mi alimento, y mi amor entero. Jamás podré describir la felicidad que sentí al verlo por primera vez, al sentirlo al fin junto a mí. Ya no importan ni la suciedad ni la soledad, sólo importamos él y yo. Sin embargo, poco ha durado mi dicha; me han arrebatado a mi inocente hijo. Lloro, pateo y mujo, pero ellos parecen no escucharme. Se lo han llevado, y a mí, me encaminan al encuentro con Rohi.

Descanso. El camino a Arches, mi querido hijo, poca felicidad te dará: Sin piedad ellos te marcarán, arrastrarán y decapitarán. Te amo intensamente y pienso en ti y en mamá; en que atravesaré el suelo que no se pisa.