
Maggo Rodríguez
¿Quién te dio permiso de irte? No es posible ¡Si acabas de regresar! La última vez que te encontré estabas más flaco y ojeroso, pero la sonrisa nadie te la cambia. Es una de satisfacción, de alegría por haber hecho lo que todos predijeron que saldría mal y aun así lo hiciste y lo peor es que te salió bien.
Mírate ahí, fumando el último habano de tu viaje a Cuba, con la cerveza en la mano dizque para aliviar la sed que bien podrías calmar con un agua de limón, pero no, porque el estilo del señor se arruinaría con algo tan llano como un vaso de agua con limón y hielos.
Te veo muy tranquilito, ¿ya pensaste en tus hijos? Por amor de Dios, todavía están estudiando, a la niña la tienes que acompañar temprano a la secundaria para que no le falten al respeto los malvivientes de la cuadra y al muchacho te falta enseñarle tu tan famoso gancho izquierdo.
Me prometiste arreglar la puerta del baño y el apagador que se aflojó, además de vigilar que el refrigerador no vuelva a congelar el cajón de las verduras. Me dijiste que buscarías a alguien que arreglara la fachada porque, según tú, “sólo entre hombres nos entendemos”.
¿Y ya pensaste en mí? ¿Qué voy a hacer tan sola en esta casa, en la ciudad? Nadie me ha tratado como tú. Nadie ha sido bueno conmigo sin tener un interés oculto, ni me han regalado flores. Ningún hombre me ha acompañado a la salida del trabajo, mucho menos me han tomado de la mano, todos la han soltado, menos tú. A cual más me pedían darlo todo a cambio de nada, me exigían o me usaban para un solo fin cuando lo único que me pedías era que te abrazara y no te cansabas de decirme que conmigo eras feliz.
Por eso no puedo creer que te vayas, pero si ya no hay marcha atrás y no puedes luchar contra esto lo entiendo, pero por favor, pídele a Dios una vez más que no te arranque de mi lado, que no te lleve con él.