Paloma y el mar

Imagen cortesía Pexels


Por Maik Granados

En conmemoración del Día Internacional de la Mujer (8M)

“Cuando dejé aquel mar, una ola se adelantó entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar de los gritos de las otras, que la detenían por el vestido flotante, se colgó de mi brazo y se fue conmigo saltando”.
Mi vida con la ola, Octavio Paz.

Paloma, cuyo nombre real siempre será un misterio, amaneció tendida sobre un témpano de hielo, desnuda, con los pechos firmes y las caderas delineadas, con la piel sin vida, con el rostro anónimo. Expelió entre sus finos labios, desde lo insondable de sus entrañas, un olor a crisantemos, la fragancia de los muertos.
La noche anterior, estuvo sumergida en las corrientes de un mar embravecido. El agua la asfixió. Ella quiso oxigenar sus pulmones, pero el océano la revolcó con la furia de sus olas, y la arrojó sobre la arena.
Paloma llegó a esa playa como lo hacía cada noche, con la epidermis expuesta, posando su esbelta figura bajo los rayos carmín de una luminaria que afila las siluetas y profundiza las sombras. En medio de la bruma y el olor a tabaco, vio frente a sí un mar apacible, de tímidas olas, acercándose a las orillas del «Bahía». Parecía más un manantial pues no tenía el ímpetu del océano, con una atípica mansedumbre y ajeno a esas latitudes.
Sin embargo, los maremotos son impredecibles…
Paloma perdió el asombro del mundo siendo apenas una adolescente. Un mago la sedujo para que fuera su ayudante en un circo donde las bestias son el público, y las asistentes de magia se elevan en tubos haciendo de saltimbanquis.
Pronto se dio cuenta que no habría circo, solo una playa para montarse en las olas de diferentes mares. Aquel mago resultó ser un marinero mujeriego, domador de sirenas y creador de esperanzas. Aun así, ella permanecía en aquella playa, enamorada de aquel conquistador, y éste le pedía por amor, que navegara sobre las olas de más mares.
Entonces las bombillas de vidrio del reloj de arena giraron cíclicamente sembrando los años en Paloma, y ella recorrió en ese tiempo, los recovecos de un laberinto lúgubre, concupiscente, sin encontrar salida.
En su mente, aquel mago que alguna vez la enamoró, sembró en ella la semilla de una libertad ganada a cambio de expediciones a su monte de Venus. Le hizo creer que era dueña de sí misma…
Y esa noche, cuando la resaca de aquel mar apacible parecía diluirse, Paloma extendió las alas y empoderó su espíritu, no habría más paseos por la espesura de sus montes, y sus senos no serían de nuevo los rompeolas de lujuriosos titanes, no navegaría más en océanos de corrientes lascivas y salvajes.
Así aquel mar apacible, que Paloma había navegado sin contratiempos esa noche, perdió sus sosegadas aguas. La tormenta se precipitó con sus negros nubarrones sobre las alas de Paloma. Aquel océano, lanzó contra ella la furia del huracán, para luego retirarse en medio de la calma.
Paloma se fundió con las arenas de aquella costa, encallando entre la burbujeante resaca carmín y los estertores que dejó el metéoro. Su cuerpo inerte, después del hallazgo judicial, se dispuso para la ciencia. Con el manto del anonimato, fue puesto en venta. Su cuerpo, como siempre, nunca fue suyo. Unos médicos lo compraron y lo manosearon a su antojo.