
Por E. Pérez Fonseca.
El platillo volador se había puesto encima de su casa, era una nave metálica rodeada de ventanas de colores. Había lanzado un haz de luz directo hacia su perro Toby, una cruza entre pastor Alemán y Labrador y se lo había llevado.
Fátima hubiera preferido que se la llevaran a ella, sus padres estaban de viaje y el único encargo era ese perro. Durante una semana se estuvo imaginando los regaños de su padre; su madre caería en depresión como siempre lo hacía cuando moría alguna mascota y la castigarían una vez más. Eran tantos los castigos acumulados que ya no sabía si le iba a alcanzar la vida para cumplirlos.
—¿Dónde está Toby? —fue lo primero que le preguntó su madre al volver.
—Se lo llevaron…
—¿No le diste de comer? —dijo su padre después de ver el costal de croquetas sin abrir—. No te podemos dejar un encargo porque nada haces bien.
Fátima no recordaba haberlo alimentado desde que sus padres se habían ido. “Ojalá los extraterrestres lo estén cuidando bien”
Durante el siguiente mes, Fátima no tenía ningún permiso y tuvo que decir mentiras para poder salir con Paúl, un compañero con el que estaba quedando. En la escuela evitaban mucho contacto, no quería que sus padres se enteraran y decidieron ir a un bosque cercano al plantel, donde los alumnos iban a tomar cerveza y fumar mota. Después de haberse besado durante más de una hora, Fátima sintió la mano de Paúl en su sostén. Fue una sensación que su cuerpo desconocía, al principio se sintió perturbada, no podía permitir que le tocara los senos, llevaban poco saliendo y eso lo debería hacer hasta que hubiera más confianza.
—¿Por quién me tomas?
Fátima se levantó. Aquel contacto en su piel no había sido malo del todo, caminó hacia el arroyo y se sentó en la orilla. Pasaron unos minutos en lo que su mente pasaba del enojo a la culpa, porque después de todo, le había gustado la sensación y Paúl siempre la había tratado bien. Algunas lágrimas nublaron su vista y de pronto un ruido intenso la asustó. Era el mismo ruido que había hecho el platillo volador cuando se llevaron al Toby. Vio descender la nave entre los cerros y quedarse sobre ella. Fátima miró para todos lados, pero Paúl ya se había ido. Unas correas invisibles la sujetaron como tentáculos y la elevaron hasta la nave. Conforme se acercaba, el tamaño de objeto volador parecía multiplicarse, seguía subiendo y no aparecía ninguna escotilla, cuando vio que el metal estaba casi en su cabeza, cerró los ojos. Su cuerpo cruzó una compuerta virtual y recorrió un túnel que parecía no tener fin. Era demasiado oscuro y apenas podía ver los muros. Las paredes eran de madera y tenían grabados de figuras irregulares, semejantes a algunas fotos en sus libros de historia.
Dos hombres ya la estaban esperando, uno era alto y pelirrojo, con un cuerpo que podía duplicar el tamaño de ella y una mirada bastante pesada. El otro era moreno y tenía una cabellera muy larga, se veía pequeño al lado del pelirrojo.
—Bienvenida, Fátima —dijo el moreno—. Yo soy Yoali y mi compañero se llama Erik.
Desde que había llegado con esos hombres, mi cuerpo no me pertenecía; trataba de decir algo sin emitir ningún sonido. Me dieron un paseo por su nave y no pude poner ninguna resistencia. Por las ventanas únicamente veía pasar estrellas. Tenía muchas dudas, pero en ningún momento percibí peligro. Después de haber recorrido toda la nave, me pidieron que me acostara en una camilla que se veía bastante rígida, pero se sentía sumamente cómoda. Al estar recostada vi a Erik pasar un escáner encima de mi cuerpo y en seguida todo se puso blanco. Tan blanco que no podía ver nada. Por un momento mi cuerpo había perdido todo su peso y me atacó una intensa sensación de mareo.
—¿Qué está pasando?
Cuando Fátima abrió los ojos, notó que ya se encontraba en un lugar conocido. Se había dormido vestida y antes de volver a la cama, verificó todo a su alrededor. El montón de ropa sobre el piso, la lámpara de gatito, sus cosméticos sobre el tocador. Sí, era su recámara.
—¿Por qué llegaste tan tarde ayer? —le preguntó su madre en la mañana.
—Teníamos mucha tarea.
Sabía que no le creerían, o quizá sí, lo cierto es que a sus padres poco les importaba. Estaban demasiado ocupados con sus vidas siendo felices. Lo único que sus padres esperaban de ella, era que estudiara una carrera, por eso le pagaban el mejor colegio, se casara con alguien importante, por eso sólo la dejaban salir con hombres de buenas familias y, algún día, les diera nietos bonitos. En ese orden.
La siguiente ocasión que fue raptada por los extraterrestres, la habían extraído por la ventana de su cuarto cuando se estaba poniendo la piyama. Primero la llevaron al planeta de Yoali a conocer al oráculo. Fátima se sorprendió al ver que en ese planeta, las personas llevaban el torso descubierto, vivían en la selva y la mayoría usaban máscaras de animales.
—¿Siempre traen la cara cubierta? —preguntó Fátima.
—No la tienen cubierta, así es su cara.
—¡Cuerpo humano y cabeza de animal!
—No puedes decir esa palabra aquí
—¿Qué palabra?
—Animal —dijo Yoali en voz baja—. Es ofensiva.
—¿Cómo les dicen ustedes?
—Personas. Los únicos seres que verás aquí son plantas, insectos y personas.
—¿Entonces no tienen mascotas?
Fátima pensó que su madre sufriría mucho en ese lugar.
Después de caminar un largo sendero, el oráculo los recibió en su guarida. El oráculo era una figura extraña con el cuerpo de mujer y la cara de cabra. Muy bajita y cuando se movía, lo hacía levitando.
—La tierra está en peligro —dijo el oráculo.
—¿Por qué?
—La destruirán los falsos líderes. Pero tu hija lo impedirá
—¿Hija?
—Sí. Después de que visites el planeta H-186 quedarás embarazada del primer administrador.
Fátima no quería tener hijos, al menos no a los diecisiete años, Le faltaban unos meses para terminar la prepa y ya había hecho los exámenes para la carrera de mercadotecnia. Sus padres no lo tomarían de buena forma y en sus planes no estaba tener un nieto extraterrestre.
El planeta H-186 era un lugar lleno de nieve, en el que Fátima tuvo que quitarse la pijama y ponerse un traje especial de tela termorregulada. Al salir de la nave le llamó la atención ver a la gente con tan poca ropa.
—¿No tienen frío?
—Las nanomáquinas regulan su temperatura.
Fátima había escuchado esa palabra en un videojuego. Sabía que las nanomáquinas solucionaban problemas y radicaban dentro del cuerpo, pero no entendía cómo.
Erik la llevó en su carro volador a un edificio de metal que parecía incrustarse en una sierra rocosa. Ahí dentro la condujo por distintas áreas donde pasaron varios filtros de seguridad hasta que llegaron a una oficina en lo más alto de la montaña.
—Primer Administrador —le dijo Erik a la mujer que los recibió—. Ella es Fátima.
—¿Voy a quedar embarazada de una mujer?
—Aquí no necesitamos tener relaciones sexuales para reproducirnos.
—La forma tradicional —dijo Erik—, es que el donador de genes inserte una pastilla en la vagina de la receptora y después los doctores retiren el embrión para que se desarrolle en una cápsula.
—¿Tarda mucho eso? Porque tengo que regresar a casa antes que mis padres despierten.
—No, esta vez el embrión quedará dentro de ti. Debe nacer en la tierra.
Los días posteriores, Fátima se sentía muy mareada y a veces prefería no comer. Era extraño cómo, a pesar de tener antojos por ciertas comidas, otras le causaban tantas nauseas. Pasó así algún tiempo, pero ante la insistencia de sus padres de alimentarse bien, cuando estaban a punto de llevarla al psicólogo por temor a que fuera bulímica, tuvo que decirles lo que le sucedía. Al principio, lo creyeron una una broma y la mandaron a hacerse una prueba de sangre.
—Ni siquiera tienes novio —dijo su madre después de ver los resultados.
—Es qué…
—O acaso… Ese muchacho Paúl…
La última vez que Fátima fue raptada por los extraterrestres, tenía siete meses de embarazo. Esta vez Erik y Yoali sólo le hicieron un chequeo dentro de la nave.
—Cuando llegue el momento —dijo Yoali—, vendremos otra vez.
—¿Cuándo es ese momento?
—En algunos años. El día que tu hija cumpla veinte.
Fátima sabía que jamás los volvería a ver, sintió algo de nostalgia porque los consideraba buenas personas. Fue un abrazo muy largo el que se dieron y al soltarse, los hombres del espacio habían desaparecido. Ahora era Paúl a quien tenía en sus brazos. Estábamos en el bosque de nuevo. Sólo que esta vez apenas tenía dos meses de embarazo. Junté mi ropa y me vestí. Ya lo habíamos decidido Paul y yo. No esperaríamos a saber si era hombre, mujer o alienígena. Al principio pensamos en la adopción, pero parecía demasiado complicado con tanto trámite legal. En los próximos días iría a la clínica. Por lo pronto, el mundo tendría que esperar otro salvador.